Mancha sobre el asfalto


Claro que se ha enamorado alguna vez. No siempre ha sido así. Hubo durante sus años universitarios una chica de su clase, lánguida, pelo ondulado, boca pequeña, con ojos graciosamente prominentes y delicadas pestañas sobre un rostro pintado de pecas, que consiguió cautivarlo. Entonces era fácil verlos paseando en círculos por el campus de la facultad, entre el edificio de letras y el de ciencias. Iban y venían cogidos de la mano, hablando –vaya a saber uno de qué– durante horas, dejando que profesores y asignaturas transcurriesen al margen. Hizo grandes tonterías durante ese tiempo. ¿Quién no las ha hecho alguna vez? 

Hay una que recuerdo especialmente porque de alguna manera me afectó. Tuve que despertarme a las cinco para ir en su búsqueda. La cuestión es que aquella noche se le ocurrió visitar el edificio de su enamorada a eso de las tres de la madrugada. Se dirigió al bloque de pisos armado con unos botes de pintura y un par de pinceles. Su intención era pintar en el suelo un cielo nocturno, "un mar de estrellas" dijo él, donde representaría una luna cautiva. Tópico, el enamorado que promete la luna, solo que a él se le pasó por la cabeza materializar su promesa en la acera que quedaba bajo la ventana de ella. Se había llevado consigo un par de tonalidades de azules, un amarillo y pintura blanca, para reconstruir a su manera una noche estrellada como las de Van Gogh en las que la noche se recoge y acurruca sobre si misma. Había conseguido pintar de azul oscuro una gran parte de la calle, y estaba perfilando las primeras ondas del manto celestial cuando apareció un coche de policía patrullando por el barrio. Intentó salir corriendo pero sus piernas le traicionaron y los agentes no tardaron en capturarlo. La luna ni tan siquiera quedó intuida en sus trazos interrumpidos.

Todo acabó en una pequeña tragicomedia, en la cual él fue arrestado y conducido a la comisaría por alterar y causar desperfectos de la vía pública, así como por resistirse a la autoridad. Fue desde allí desde donde me llamó. Sus padres no vivían en la ciudad, eran de un pequeño pueblo del norte, y no quería asustarlos a esas horas, así que tuve que ser yo quién acudiese a su llamada a las cinco de la madrugada, y lo sacase de comisaría. 

Su obra quedó a medio hacer, así que cuando el sol despuntó y ella se asomó a la ventana no vio más que una gran mancha oscura a los pies de su edificio que se extendía desde la pared del mismo por toda la acera hasta la mitad del asfalto. Nunca supo como había aparecido aquella mancha allí. Escondió su secreto avergonzado. Unas semanas más tarde aquella relación quebró, y el cielo del asfalto se fue borrando con el paso de los coches. Pacientemente los neumáticos fueron desgastando la pintura. Ojalá se hubiesen llevado con ella los recuerdos de ella y de ese amor, pero eso no fue así. Paseó por debajo de su ventana muchas veces, viendo como el cielo iba desapareciendo. Sus idas y venidas siempre eran de madrugada, cuando amanece pero la ciudad aún está vacía. Allí tomó conciencia de sus pasos, de como resonaba su caminar en el silencio, tuvo la impresión de encontrarse en un mundo paralelo, creado para sus paseos y sus divagaciones. Aquello resultó ser un descubrimiento tan grande que cada vez se acostumbró más a ese tipo de paseos. Dejó de transitar bajo su ventana, seguramente ya ni recuerde en que punto de la ciudad se encontraba, pero en su callejear nocturno persiste la huella de aquella chica de cara pecosa aunque no sea consciente de ello.




8 degustaciones:

vera eikon dijo...

Oh! Es bello y melancólico...¿Por qué nunca le dijo lo que había hecho? A veces no hay mayor acto de amor que uno en el que fracasamos, porque al menos nos expusimos¿no?. Las noches de Van Gogh son mís favoritas entre todas las noches pintadas. Como dijo Wilde "la naturaleza imita al arte", y me encantan esas noches que imitan los cielos estrellados de Van Gogh. También me gustan las chicas con pecas(siempre quise ser una de ellas, pero como mucho tengo algún lunar que otro...) Besos

Aka dijo...

Es cierto, los fracasos de alguna manera son más honestos, es donde nos exponemos sin garantía alguna movidos solo por nuestros impulsos internos.
Las noches de Van Gogh son maravillosas, todas ellas son especiales, veía el mundo como un verdadero sueño.
Las pecas, como los lunares, son graciosas, todas estas manchas ayudan a confeccionar el mapa facial de la otra persona, y se convierten en su signo de identidad.
Besos

Una dijo...

Qué platónico. Siempre he pensado que los primeros amores, aquellos que nacen con la edad impúber, son los más sinceros. Esa inocencia que hace que cometamos locuras de las que, después, nos arrepentimos, es la más pura de las noblezas. Un texto nostálgico, escrito con esmero y cariño, de los que tan bien sabes regalarnos.

F. dijo...

Me gusta mucho como escribes...no sé.

EG dijo...

Eso nunca se olvida.

Pasaron 20 años desde que, una noche de lluvia, caminamos bajo los árboles de la Cañada, abrazados, empapados, enamorados. No hay vez que pase por ahí que no recuerde esa noche.

Aka dijo...

Gracias Aina por tus comentarios. Aunque de joven uno es más propenso a cometer locuras, de lo poco que he aprendido de mis experiencias es que es posible volver a cometer locuras a cualquier edad. La inocencia y sinceridad de los primeros amores ya es más difícil de recuperar, nos autoprotegemos en cierta manera.
Un abrazo.

Aka dijo...

Muchas gracias por tener la paciencia de leerme F, y por comentar :)

Aka dijo...

Cierto Emma, todos tenemos nuestro propio mapa sentimental, donde cabe de todo, rincones, melodías, olores, comidas, palabras... hay momentos especiales como el que describes que nunca se olvidan. ¿Por qué hacerlo? Conforman lo que somos.
Besos