Escapada (Laponia)



La mirada de un perro, es el mejor espejo donde puedes comprobar la grandeza de tu alma.





Diarios islandeses (v)



En su cuarto a veces entra el sol y a veces la noche. Goza de días buenos y días malos. Su cuarto, es eso: un cuarto; ni mucho ni poco. Una medida, una unidad previamente estipulada. Ella se apaña con eso, con treinta minutos de espacio que alquila, que vende, que empeña, que dispone siempre al mejor postor. Ella trafica con todo. No es mala ni buena; ella solo se apaña con lo que tiene. 
Permanece sentada en un rincón. Mirando atrás, y adelante, pensando en dejarte… en vetarte la entrada a su cuarto. Colgar en la puerta de entrada: “reservado el derecho de admisión”. Se considera así misma una persona complicada a las que se puede intentar amar, pero que definitivamente es mejor solo acostarse con ellas. Sigue sentada, meditando en silencio queriendo decir algo. Formulas una pregunta, levanta la vista y luego la amaga entre las rodillas. 
Un minuto, y sigue sin decir nada.
Dos minutos: te respondes tu mismo. Siente, por un momento, que en su propio cuarto está de más, que sobra en las piezas que componen la escenografía de aquella relación. Curiosa ironía, piensa, estar de más por haber dicho de menos, cuando la gente suele llamarla bocazas (entre otras cosas).
Tres minutos, el tiempo se ha agotado. Es el momento de irse. Antes de marcharte deja una nota en tu mejilla. Un beso escrito con papel de fumar. De un humo que se filtra por debajo de tu boca. Cierras la puerta al salir de la habitación, quieres pensar que su adiós no era más que humo, pero sabes que no es así, que va a ser difícil desprenderse del mismo. 
Mira el reloj suspendido junto a la ventana, el que gestiona la intensidad de las sensaciones que se suceden en su cuarto. Le sobran unos minutos de soledad y se maldice por ello. Odia estos momentos, debo controlar mejor los tiempos, se dice.
En su cuarto, treinta minutos dan para mucho. 




Diarios islandeses (iv)


"¿No te sientes tentado por ella? ¿Por indagar en lo que se nos esconde? ¿Preguntarlo todo? Yo siento una gran debilidad por las vidas ajenas, y por todo aquello que transcurre a mi alrededor. No sé, la curiosidad me vence… Por ejemplo, esas fotos de la pared. Cada vez que las veo pienso en ellas, imagino qué tipo de vida llevaban los retratados, y qué buscaba el retratista en el momento de abrir el obturador de la cámara. ¿Qué le indujo a fotografiar a esos pescadores y no a otros? Fíjate, el del bigote en cierta manera sonríe al fotógrafo, era consciente de estar siendo retratado. También el de atrás, el de la barba más espesa, aparece un poco ladeado y dando la espalda al momento, pero si observas bien verás que su ojos miran al punto de enfoque pero con cierto desagrado como si no aprobase el hecho de ser capturado. Supongo que ningún cazador desea ser presa, y así es como podría sentirse aquel viejo lobo mientras preparaba las redes. Claro está que todo ello no son más que suposiciones. Incluso he llegado a investigar sobre el nombre del barco, Ljótunnr, pero de momento las indagaciones en los archivos no han sido muy fructuosas. Es un nombre bastante común entre los navíos, significa algo así como ola-brillante u ola-resplandeciente, y a principios del siglo pasado aparecen al menos una treintena de barcos pescadores registrados bajo este nombre, de los cuales doce corresponden a la bahía de Reykjavík."



La interrumpo un momento para que me apunte en la libreta el nombre del barco en islandés, luego sigue el relato de sus pesquisas sobre la fotografía en cuestión. Podría haber copiado más tarde el nombre de la granulada fotografía, pero algo en mi foro interno me impulsó a querer capturar sus letras. Leo el nombre del barco sucesivas veces, pero la palabra en sí carece de todo significado, es un vocablo hueco, pero eso no me importa, lo que realmente deseo es surcar las curvas de su trazo. Voy siguiendo las inflexiones de su voz, a medida que narra sus indagaciones sobre el pesquero y sus posibles tripulantes, sobre la caligrafía que ha gravado en mi cuaderno. Me gusta especialmente su “jota”, manías, pero lo primero que hago siempre al leer un manuscrito es buscar palabras con la letra “j”, “g” o “q”, no hay ninguna intención de análisis en ello, no se trata de un estudio grafológico para interpretar la personalidad sino una simple observación caligráfica. Una apreciación del trazo de las letras. Y de ellas, las letras que tienden a escaparse por debajo de la línea son las que más llaman mi atención, mucho más que las que suelen alzar la cabeza por encima de las otras. 




Diarios islandeses (iii)

Diarios islandeses (ii)


  –Son expresivos. Deberías probar otros formatos –le sugerí aquella noche–, pintar unos lienzos, y enseñarlos. Quién sabe, quizás podrías llegar a exponer en una galería.
    –Si claro, y ser famosa.
   –Eso estaría bien, y así podría acudir a grandes recepciones como el acompañante de la famosa artista.
   –Eso te encantaría –me contestó sin dejar de mirar el trazo que completaba sobre el papel–, pero lo siento, no soy más que una sencilla enfermera, y así seguirá siendo. Me cansé de soñar hace tiempo, y me gusta la realidad que tengo. ¿Para qué cambiarla?
   –Vaya, voy a tener que ser yo quién me arme con pinceles y dibujar nubes en las baldosas para arrancar tus pies del suelo.
   –Ni se te ocurra intentarlo. Una vez quise cogerle a alguien una estrella y me cargué el alumbrado celeste,… así soy yo. Torpe de naturaleza con las ilusiones.


Diarios islandeses (i)


Me digo a mi mismo que he acertado con el local, que éste era el que tanto tiempo andaba buscando. Sigo con los garabatos en  mi libreta cuando ella me pregunta si puede sentarse en mi mesa. Tiene que repetirme la pregunta, esta vez en inglés, para que le confirme que la silla está vacía y que no tengo problema alguno en compartir la mesa. Luego hago como que nada ha cambiado, y sigo con mi dibujo. Le traen una gran taza de café y un platito con un par de galletas bañadas en chocolate. 

Sobre el respaldo de la silla, y con la taza en las manos se distrae observando los cuadros y las fotos antiguas en blanco y negro que cuelgan de las paredes. Su mirada se mueve por entre las mesas, estudiando las gesticulaciones de la gente al hablar, y sus diferentes posturas en las sillas. Sonríe tal y como yo había hecho pocos minutos antes, y parece satisfecha de encontrarse en ese lugar. En algún momento percibo que me observa, sigue el bailar de mi lápiz sobre el papel de la libreta, como si intentase visualizar el dibujo que le escondo. Disimulo y sigo concentrado, bueno pretendo aparentar concentración, en el dibujo, hasta que me pregunta ¿qué dibujas?. Nada, le contesto, solo tonterías para pasar el rato. ¿Puedo verlo? Vacilo en contestar, pero ¿de qué sirve, si la respuesta final es que sí? Nunca aprenderé. Detengo el lápiz y le entrego la libreta. Muestra una mueca simpática en su rostro. ¿Es un paisaje islandés? Afirmo con la cabeza. 
   –¿Cuántas vacas has visto en Islandia?
   –Ninguna, de momento –reconozco encogiéndome de hombros.
   –Y entonces, ¿la vaca?
  –Un álter ego –respondo algo avergonzado–, una compañera imaginaria con la que paseo por todos lados. La retrato allí donde voy.
Sonríe.
   –¿Puedo mirar el resto de la libreta?
Otra vez vacilo, para al final consentirle fisgonear en ella. 
  –Es prácticamente nueva –le prevengo–, no hace muchos días que la uso, así que no hay mucho que ver.
Una a una va pasando las hojas al revés buscando el origen del cuaderno. En cada página se detiene y silenciosamente aparenta estudiar detalladamente su contenido. El pavor de que pudiese estar leyendo y entendiendo lo que en él está escrito se adueña de mí hasta que pregunta.
   –¿Español? –refiriéndose al texto–. Lástima que no pueda entender lo que escribes. Pero este dibujo es encantador –mostrándome el cuaderno abierto–. Me gusta, y siento una gran curiosidad por saber lo que dice el texto que lo acompaña. 
   –Nada realmente relevante. Son sólo tonterías. Apuntes de pensamientos, nada que pudiese resultarte interesante.
   –Ya, seguro –y vuelve a sonreír–. Te avergüenza explicarme lo que pone. Lo entiendo –añade–, yo tampoco delataría mis intimidades a un desconocido –y pasa de página.


A cada vuelta de hoja su expresión va cambiando, desde arrugar la frente y el entrecejo cerrando ligeramente los ojos en un gesto de concentración, a manifestar un gesto alegre. Estudio cada una de sus miradas y reacciones. Todavía no entiendo porqué he cedido a que una desconocida hurgue en mi libreta, dándole acceso a todos aquellos garabatos y textos impulsivos. En el fondo disfruto con la idea de que una extraña se introduzca de manera tan directa en mi persona, y viole todos aquellos ridículos secretos. Superado el pánico inicial, ahora lamento que ella no pueda entender las palabras allí escritas, e incluso llego a fantasear con la idea que pudiese hacerlo. 


Cierra las tapas y me devuelve el cuaderno. Unos dibujos curiosos, añade, algunos me han alegrado el día. Le agradezco el cumplido más con un gesto que con palabras. Las palabras siempre se me han dado muy mal. 
   –¿Satisfecha tu curiosidad? 
  –Más o menos –una respuesta enigmática pienso–, pero suficiente de momento. Estoy aprendiendo a controlar mi curiosidad, ¿sabes? Siempre ha sido el origen de mis problemas. 



Von einem gewissen Punkt an gibt es keine Rückkehr mehr. Dieser Punkt ist zu erreichen. (Franz Kafka)


Me desperezo y encuentro nuestros cuerpos entrelazados. Recuerdo que nos quedamos dormidos abrazándome a su espalda en el sofá. Miro los tejados de enfrente desde la ventana. Hilos finos de humo disipados antes de alcanzar el cielo, y olor a cafeteras. El ruido del papel de un periódico, cucharillas tintineantes, la banda sonora de una mañana de domingo. Todo sabe a lluvia, e invita a despertarse sin levantarse, a perpetuar el instante.  

Al abandonar la casa, besos inagotables y peligrosas ficciones. El mismo inventario de otras veces, la misma soledad, los mismo ardores, la pelvis soñada con un tatuaje. Mi marcha no es más que la confirmación de que he cambiado un sueño por otro, como he hecho muchas otras veces antes. Pese a la tristeza, no puedo evitar sentir sino alegría. La alegría de poder alimentar las ficciones, de tragarme aquel cielo con sus luces y saborear los colores de aquella ciudad. Acude a mí todo el ruido callado de los dos últimos días, cuan lastre sobre mi espalda por si no consigue seducirme, al menos agotarme, y arrastrarme de nuevo a esa ninguna parte que he visitado con demasiada frecuencia. Y vuelvo entonces al dulce tormento que me atrajo hasta aquí, de nuevo al extravío, y entiendo que sólo así, no siendo soy. 

Andaba, alejándome, y al caminar sabía que ella había dejado de existir para transformarse en una fuente inagotable de peligros y fantasías. En parte de la lluvia que desdibuja el sol, que oxida la caja de las memorias nunca vividas. La cajita rebuscada en todos los anticuarios de las grandes ciudades. Paredes donde guardar el silencio, paredes donde confinar los silencios que debí expresar. Otra que encierre las veces que fue mejor callar, donde acumular las palabras que nunca debí pronunciar. Una cajita de música, con bailarina y melodía afinada que oculte mi voz cuando ésta no quiere hablar y esperen oírla. Lluvia perseverante que anega recuerdos y fantasías para convertirlos en bruma. Si el tiempo que dedico a las ficciones, los bocetos de vida, las pesadillas, y el desánimo lo dedicase a otra cosa que no solo tratar de besar sombras en la oscuridad, podría sentirme por un instante, aunque fuera un suspiro, en consonancia con la vida y la amaría sin reservas ni prejuicios. Podría emocionarme sin tener que sumergirme en una maraña de realidades construidas. 



No me gustan los regresos. No me gusta volver a casa. Desearía pasarme la vida dando vueltas. Cuando regreso sigo sintiendo la inercia del viaje que me empuja. Miraré al espejo para convencerme de que estoy preso. Preso una vez más de vuelta. Demasiadas cosas se quedaron esperándome. Quizás porque nunca quise llegar hasta ellas, preferí esbozarlas en sueños, para alimentar así mis mañanas durante el duermevela. Todavía Reykjavík me espera. Sus ojos me esperan.  

Vivir es un verbo suicida.


Letras y palabras


Asomarse al vacío e intentar arrancarme para descubrirme. Ya que por naturaleza soy incapaz de gritar, de correr hasta lo alto de un abismo y chillar, escribo. O al menos cuando me dejo, eso intento. Superar el pánico de enfrentarme a mí mismo.  Anular en la mayoría de los casos a ese cobarde que soy, y antojarme vivir como yo mismo, sino fuese yo. Llevar a cabo la vida que imagino y que en realidad me existe. 

En el interior la realidad imaginada se muestra clara y sencilla. Elocuente. Pero en la práctica el mecanismo es arduo, y resulta frustraste no ser tan siquiera capaz de explicarme a mí mismo como es mi imaginario. No consigo escaparme ni en estas circunstancias. He ido aprendiendo algún que otro truco para evitarme y anularme. Si es en una libreta, primero suelo ensuciar con un garabato mal dibujado el silencio del papel. Cualquier cosa que me despiste, y que al mismo tiempo quebrante la pureza del folio para facilitarme posteriormente escribir sin remordimientos, sin temor a estropear la belleza del vacío. Dibujar sin sentido para embriagarme y redactar a continuación. 

La versión moderna con el procesador de texto es similar. Teclear palabras y frases aparentemente inconexas, para luego retroceder con el tabulador: borrar, borrar, suprimir,…letra, letra, letra, espacio, letra, letra, etc., y vuelta al borrar, borrar, borrar. En general un proceso de lo más infructuoso e improductivo en  términos modernos de productividad: a razón de una palabra cada 464 segundos. 

En la mayoría de los casos el resultado no es más que un intento desesperado y ridículo de corregir errores vividos o vivir errores ya imposible. Pero en ocasiones sucede y al final algo queda, algo desconocido que se alojaba dentro, en algún lugar. Y esas cuatro frases releídas con el tiempo suelen descubrirnos. 

Mediterráneo soñado



esta noche he soñado que soñaba un paraíso. Una costa brava, abrupta, de pequeñas calas entre arbustos en flor y amapolas. El agua de un mediterráneo turquesa, transparente y refrescante en el cual se bañan unas pocas personas mecidas por olas, mientras unos delfines listados juguetean entre sus piernas. Añoro la luz del mediterráneo, los colores sobreexpuestos, y los sonidos que la acompañan. Desde aquí solo puedo soñarla, es tanto el tiempo que nos separa que me cuesta hasta imaginarla sino a través del sueño, rescatándola del olvido a la espera de poder volver a ella algún día. Al cantar de las chicharras, y de los prados de grillos y saltamontes. Cuento los días que faltan para volver sin saber cuantos son...