Reencuentro con los veranos



He estado un rato contemplando la pantalla y las manos sobre el teclado. Querría escribirte, pero no se muy bien porqué, ni por dónde empezar.

Hace un par de días volviste a despertar en mi memoria. Aquel día, estaba paseando por el centro de la ciudad, cuando me encontré con un amigo al que hacía años que no veía. Apenas llevábamos diez minutos hablando, cuando tras las primeras frases de cortesía, me contó que en casa la relación con su mujer no iba muy bien. Y al parecer, sus respectivas situaciones laborales no hacían más que contribuir a empeorarla. Le escuché mientras hablaba, y como la cosa parecía ir para largo, le propuse ir a tomar algo para que me explicase mejor la historia.

Aquella tarde visitamos un par de bares del barrio. Locales pequeños, a los que habíamos sido habituales no hacía tanto, espacios familiares en los que sentarse a tomar unas cervezas y en los cuales mi amigo pudo volver sobre su relato una vez más. Las horas y los botellines se sucedieron y nos asaltó el hambre, así que decidimos desplazarnos hasta uno de nuestros antiguos rincones preferidos. Allí seguimos hablando largo y tendido, pero la conversación ya no giraba entorno sus problemas, sino que se universalizó a problemas existenciales cuya solución bajo la influencia del alcohol ingerido parecían de lo más sencillos. 

En local se había ido llenando de gente, y con ella de humo y ruido. A esas horas la cocina ya estaba cerrada, y los clientes enfrascados en sus conversaciones se limitaban a consumir medianas y quemar cigarrillos. En un momento dado, mi amigo reconoció a alguien en la sala, a quién acudió a saludar desatendiéndose de mí. Me distraje observando los cuadros y las fotos antiguas en blanco y negro de alguna ría gallega que colgaban de las paredes. Mi mirada se movió entre las mesas, estudiando los gestos de la gente al hablar, y sus diferentes posturas en las sillas. Era como contemplar la escena de una película de la cual yo era un mero espectador, hasta que la vista recayó sobre tu figura.

Han pasado muchos años. Entonces yo era un niño, y tú rondarías la cuarentena. Ahora estás mucho más flaco, el pelo entrecano y la cara surcada de arrugas, pero te identifiqué entre el gentío junto a la barra. No hice nada, te observé mientras intercambiabas unas palabras con la mujer de la fonda, y luego desaparecías por la puerta. Eso fue todo. Una visión. Un encuentro fugaz que embistió mi memoria, pues aquella noche los recuerdos no me dejaron dormir. Me llenó de nostalgia, de sentimientos imprecisos. Regresé a los veranos de mi infancia. Al canto infinito de los grillos y las chicharras. A las casas blancas de pescadores del pueblo de la Costa Brava, y a las noches en las que mis padres, tú, Dalmau y Antonia jugabais durante horas al dominó en la calle a la luz de una farola.

Aquellos veranos, me llevaste a pescar muchas veces. Me enseñaste a preparar el anzuelo, lanzar la caña y a apurar las tardes junto al mar con paciencia. He recordado con una sonrisa las aventuras inventadas que viví junto a Babas, tu perro, en el herbazal que se extendía detrás del apartamento que compartíais todos vosotros. Ambos te acompañamos en tus intentos de cacería.

Te encantaba desprenderte de tus ropas urbanas para lanzarte al campo de caza. Nunca cazaste nada, y eso que Baba se esforzaba en levantarte aves, o marcarte con aquel posado tan elegante y divertido al mismo tiempo la presencia de una liebre. Cómo me divertía la pose que adquiría. Se quedaba allí parado, tieso, esperando tu reacción que nunca cumplía sus expectativas. Tampoco te importaba mucho regresar siempre con las manos vacías, era una mera excusa para perderte solo en el monte con una actividad de la que nadie quería participar. Me sentía orgullos de caminar a tu lado. Luego podía explicar, a mis padres y nuestra gran familia veraniega, las aventuras del paseo: el encuentro con la serpiente, los lagartos que huían de Babas, y muchas otras anécdotas mientras se cocinaba la cena. Al final del día, agotado me dormía en el suelo, con la cabeza recostada sobre el pecho de Babas, mientras iniciabais vuestra partida nocturna de dominó. Y así se sucedieron varios veranos, disfrutando de aquella crecida familia, hasta que un año no apareciste.



No volviste a pasar un verano con nosotros, ni a visitarnos por navidad u otras fiestas señaladas. Simplemente desapareciste. Al principio no le presté mucha atención, y no fui consciente de tu ausencia permanente hasta más tarde, ya transcurridos unos años. Entonces caí en la cuenta que ya no formabas parte de nuestras vidas. El grupo de amigos que os reuníais los veranos en el pueblo, y que por años consideré como parte de la familia se diluyó. Me contuve, y no pregunté nunca en casa que había sucedido. Una sospecha creció dentro de mí. La complicidad que tenías con mi madre, vuestros paseos por el pueblo, o las sonrisas compartidas entre ambos perdieron la inocencia que les había atribuido hasta el momento, para resultarme algo sucio y vulgar. Durante años pensé en ello y tu desaparición. No cesé de preguntarme si había existido algo entre vosotros que forzase tu salida del grupo. Aquella posibilidad enturbió mis recuerdos, me llenaba de culpabilidad por guardar buenos recuerdos tuyos. Sentía que traicionaba a mi padre, y sus sentimientos. Y así, sin confirmación alguna de mis sospechas, te desterré. Pasaste de héroe de infancia a un olvido voluntario. Aprendí a prescindir de esa parte de mi infancia por negarte, y sin ella viví hasta que el otro día te reconocí en la barra de aquel bar.

De repente todo a vuelto a mí. El viento cálido del verano mediterráneo, y las grandes orejas de Babas corriendo por los prados. Sin duda alguna los mejores tiempos de mi infancia.

8 degustaciones:

Aina Rotger Vives dijo...

Una historia preciosa que contiene otra historia más de la que nada sabremos pero...tampoco importa. Desde los ojos de un niño, a veces, las cosas que no se entienden se interpretan de modo cruel o absoluto. Creo que, a estas alturas, ya estás capacitado para discernir y agradecer los momentos y el trato que tuvo contigo. Quizás, en la próxima coincidencia seas capaz de acercarte y brindar con una copa por aquellos maravillosos años en los que contribuyó tan generosamente en tu vida.

kika dijo...

Siempre es así con la memoria. Nunca se sabe cuando ni que situación en particular activará los mecanismos que nos transportan de regreso a nuestros recuerdos.

No todos los recuerdos se definen como tristes o felices, algunos van mutando con los años producto de las circunstancias. Los más indefinidos se convierten en grandes nostalgias.

Saludos!!!

vera eikon dijo...

Me ha enternecido. Muy bello el relato. Bico

Patri dijo...

Nostalgia. Que terrible y bella palabra a la vez. Los sentimientos varían en momentos puntuales. Con el paso del tiempo podemos evolucionar un pensamiento. Bien echo al volver a recordar otra vez, y añorarlo de nuevo.
Abrazo.

Aka dijo...

si Aina, en la infancia todo se idealiza y en la adolescencia aun más no existen términos medios, luego uno mismo va viendo las posibilidades que se extienden entre extremos. Los veranos de la infancia siempre son de lo mejor, la próxima vez brindaremos por ello.
un beso

Aka dijo...

Cierto Kika, los recuerdos como los sentimientos van mutando, y es quizás ello lo que los haga imperecederos, de permanecer estables caerían en el olvido... pero esa capacidad de sorprendernos y de presentarse cuando menos se esperan y de miles de formas posibles les confiere cierta infinidad.
beso

Aka dijo...

gracias por el comentario Vera. Besos

Aka dijo...

Pues si Pati la nostalgia es bella y terrible al mismo tiempo, terrible si uno se estanca en ella como si con ello el tiempo fuese reversible, pero bella si rememora el pasado como si de un libro se tratase, una historia vivida única cuyo final además no está escrito y se debe resolver... la nostalgia nos dice que estamos vivos.
un abrazo