Un día un hombre entró en mi vientre...


Un día un hombre entró en mi vientre…


...Luego, muchos otros hombres entraron en mi vientre. Pero siempre eran demasiado gordos, demasiado flacos, demasiado grandes, o demasiado pequeños. 



así empieza y acaba el corto "Un Jour" (2001) de la directora Marie Paccou. Un corto animado que he descubierto este fin de semana en el festival internacional de cortos que tiene lugar cada finales de octubre en Uppsala. Unas animaciones de gran belleza estética sin tonos grises, solo blanco y negro puros para acentuar los contrastes entre luz y sombras. 




Postales


Gran Teatro Amaro: WE don't want to be sad


9 octubre 2007
Hola mamá,
aprovecho que ha salido el sol para escribíos una postal sentado en una terraza, preveo que será de las últimas veces que podré hacerlo en los próximos meses. Ya estoy instalado en mi nuevo apartamento, a las afueras de Uppsala, a una hora caminando más o menos, pero me gusta el sitio. Es tranquilo, no hay casas a la vista desde las ventanas y el silencio es magnífico. ¡Viviendo en Barcelona me había olvidado de lo que es el silencio! ¡Qué maravilla! Y el paseo hasta el centro otro regalo, bordeando el río, o cruzando por el bosque. A ver si cuando lleguen las primeras nevadas pienso igual. En fin, una postal no da para mucho. En la foto, la catedral. La majestuosa catedral de Uppsala. Para haceos una idea de la ciudad-pueblo, volved a ver "Fanny och Alexader" está toda filmada allí, y las calles y edificios siguen iguales. Si mal no recuerdo, Maia tiene mi copia de la cinta. Pedídsela a ella.
Besos y un abrazo muy fuerte a los dos!! Recuerdos al resto de la familia.


14 octubre 2007
Enric, nano, ¿cómo va la vida por allí abajo? ¿Sigues trabajando para los malos? Por aquí todavía ando un poco despistado, cuesta hacerse a cada nuevo país. Costumbres nuevas, funcionamiento de las cosas distinto, idioma nuevo… en fin que sigo dando vueltas en mi pequeña pecera un poco alieno todavía a la vida que transcurre a mi alrededor. Creo que en parte sigo junto al Mediterráneo, pero confío que el frío creciente ayude a distanciarme de esos recuerdos. Para sorpresa mía, hace unos días me descubrí maravillándome con las rubias. ¿Quién lo hubiese dicho, no? Es un enamoramiento escénico. Una luz oblicua, los árboles dorados, encendidos por el otoño, y ellas deslizándose sobre sus bicicletas levantando un mar de hojas secas. Sus cabelleras son como una estela de oro que ondea junto a sus bufandas. No me he detenido en el rostro de ninguna de ellas, es la imagen del otoño, la bicicleta y la melena la que me cautiva. Aprovecho cuando sale el sol para tumbarme en alguno de los parques de la ciudad a leer y ver pasar chicas en bicicleta. Así pretendo olvidarla… la distancia geográfica ayuda. Saber que no existe la posibilidad del encuentro ayuda a ir despidiéndome de su dolor…
Espero recibir en breve noticias tuyas, y de cómo sigue todo por allí.
¡Cuídate mucho! Un abrazo


22 octubre 2007
Hola Maia,
Muchas gracias por la llamada del otro día, fue una grata sorpresa volver a oír tu voz después de tanto tiempo. Bien pensado, tampoco ha transcurrido tanto tiempo, no llevo un mes aquí todavía, pero tiempo y espacio actúan sinérgicamente incrementando la sensación de ambas. La mente trabaja de una manera curiosa, borra y reinventa recuerdos. El otro día me visitó una imagen de nosotros sentados en una cala de Colliure contemplando el mar, pero luego pensé que nunca estuve contigo en Colliure. Planeamos ir más de una vez, tenía que enseñarte la tumba de Machado y las colinas desde donde Matisse robaba la luz al Mediterráneo para sus lienzos, pero nunca llegamos a ir juntos. Si tienes oportunidad de ir algún día, ves. No te defraudará, es un pueblecito precioso. Todo y así aparecías en el sueño… que traidora que llega a ser la memoria. En fin, se acaba el espacio. Algún día viviré en una granja de madera roja, torcida y destartalada como la de la foto, ya sabes como me encantan estas cosas. Cuanto más viejas mejor, y por aquí en los alrededores hay muchas de éstas. Ya te contaré.
¡Cuida bien de mi pequeño! Ráscale bajo la barbilla, que ronronee, era lo que más le gustaba que le hiciese.
¡Un abrazo muy fuerte! 


14 noviembre 2007
¡Primeras nieves! ¿Os lo podéis creer? Mediados de noviembre y ya lleva tres días nevando a nivel de mar. Fue acostarme un día, y a la mañana siguiente levantarme y encontrarme todo el paisaje cubierto por un velo blanco. Se ve todo tan limpio y virgen que por las mañanas hasta me duele ser el primero en pisarla y abrir camino a través de ella. Ensuciarla y sobre todo quebrar el manto que extiende cada noche sobre todo. Esconde todos los defectos de las calles, la suciedad, lo homogeneiza todo, sepultando toda la fealdad. En cuanto pueda os mando unas fotos de la casa y alrededores para que veáis como ha cambiado la cosa desde que llegué hace un par de meses. Espero que por Pirineos todo vaya bien. Supongo que ya habréis encendido la chimenea estos días y gozaréis de vuestro retiro en compañía de la Cara y los nuevos perros de adopción de los vecinos… si los alimentáis y los dejáis tumbarse junto al fuego ¡no me extraña que todos acudan a vosotros! Pronto os van a echar las bestias de vuestro propio hogar.
Besos. Recuerdos a las abuelas. Que no se preocupen, que me abrigo y me alimento bien… que el clima no es tan malo. Como dicen aquí: no hay mal tiempo sino ropa inapropiada. Sabiduría nórdica.
¡Más besos! que estos ya no me caben…


26 noviembre 2007
Ay Maia, la nieve es preciosa, pero aquí la hay en exceso… es un no parar. Nada malo con la nieve, lo peor es el hielo, los bloques de hielo que se van compactando al paso de la gente y los vehículos, allí los zapatos no se agarran bien y no es difícil patinar. Nunca pensé que a mi edad tendría que volver a aprender a caminar, pero así es. He descubierto que el andar sobre el hielo requiere otro estilo… a base de tortazos pero he caído en la cuenta finalmente, eso sí, después de caer literalmente cuatro veces en tres días al suelo. Cuatro patinazos y mi rabadilla que ya no da más, está bien dolorida. Todo y así este fin de semana me he dejado convencer para que me lleven a patinar al lago. Ya ves, al final patinaré… te negué el privilegio de verme caer varias veces en nuestros viajes a Alemania. Recuerdo que cada vez que en un pueblo había una pista de patinaje para niños en la calle me animabas a probarlo. Me estirabas de la manga de la chaqueta entre risas imaginándome con los patines entre todos aquellos chiquillos acelerados. Entonces no hubo manera, conseguí escapar a la caída sobre el frío hielo, todo y que sabía que me ayudarías a levantarme una y otra vez, y sostendrías mi mano. Que acabaríamos riendo juntos, y tu cuidando mis magulladuras. Al final voy solo, dispuesto a caer y levantarme por mi propio pie, pues no dudo ya que caeré. Ya te contaré la experiencia.
¡Un abrazo! 




Vértigos (IV)


Madrugada: The riverbed


En la puerta del molino, junto al río, un cartógrafo y un marinero sentados alrededor de una mesita. Su universo blanco y negro condensado en un tablero. En él tiene lugar el movimiento errático de un caballo. La reina, más versátil que ninguna otra, avanza cortando las paralelas. Su agilidad es única en su mundo plano. No hay nada que hacer, los movimientos ya están anticipados. Es como leer el cielo y saber con precisión en que momento se extinguirá el nuevo punto luminoso, pues desapareció en el preciso momento que se hizo tan brillante. Esperar pacientemente que se corrobore el futuro labrado en el pasado y que es presente. Salvar la torre y dejar al rey en manos de un peón, o sacrificar la torre y ceder ante la reina. 

Las palmas de la mano acogen el rostro derrumbado del cartógrafo. Luego mira el cielo, quizás confiando que sus ciencias, sus queridas ciencias, no sean precisas. Que tengan resquicios por los que escapen las posibilidades. “El miedo nos hace buscar una imagen salvadora y esa imagen es Dios”, parafrasea el contrincante. El cartógrafo vuelve al tablero bicolor y opta por desplazar la torre. Salvarla. Le duele sacrificarlas, le recuerdan a los faros que les guiaban al divisar tierra. El marinero deja de hornear sus manos con su aliento y da muerte al rey con el peón.
  
–Hora de retirarse –reconoce el cartógrafo vencido.
–Eso parece –responde el viejo marinero rejuvenecido por la victoria.
–Pero antes de irme –añade el cartógrafo mientras va recogiendo las piezas en una caja–, me gustaría hacerte entrega de unos objetos.
–¿Unos objetos?
–Me gustaría que te quedases con mi aparatos.
–¿Qué aparatos?¿De qué estás hablando?
–Del sextante, compás, brújula y otros artilugios que uso para orientarme y situarme en los mapas. No voy a necesitarlos más. No embarco en el próximo viaje.
–¿No embarcas?¿Pliegas velas?
–No embarco, compañero. Ha llegado el momento de retirarse. Dejarme llevar por otros vientos menos agitados. He agotado mis ansias de divisar tierra, pisar nuevas costas y levantar sus mapas. Deseo perderme en el mar de la tranquilidad, en el del sosiego…

Las piezas del tablero van cayendo sonoramente, una a una, dentro de la caja. Indistintamente: rey, reina, torre, caballo, alfil o peón se van apilando en aquella fosa a la que siempre regresan y siempre comparten.   

–¿Y qué hago yo con tus instrumentos? –puedo ver el vaho de los caballos en las pupilas trémulas del marinero– No he usado semejantes aparatos en mi vida.
–Pues deberás empezar a hacerlo. Aprender a fijar la ruta.

Dicho eso se alejó con el tablero bajo el brazo. Sobre la mesita restaba una caja con la herencia del cartógrafo custodiada por los dedos tímidos del marinero. Asustado ante el horizonte que acababa de abrírsele. ¿Dónde ir?

Al río, le gritaría. Arrójate a sus aguas y déjate arrastrar por ellas. Te resultará fácil encontrar el valor y la fuerza para encontrar un camino cuando estés totalmente desorientado en una orilla aún desconocida, sería mi consejo. Pero los humanos nunca escuchan. No oyen. Así que camino solo hacia la zanja que fluye en el corazón de la ciudad. Oigo su voz, un rumor grave y constante que golpea las paredes que lo retienen y conducen. Me asomo, y me parece un abismo enfurecido. Una carencia de luz nunca experimentada. Solo ruido. Su superficie me resulta opaca, de una materia que se traga la luz y empequeñece la oscuridad de la noche. Sus profundidades deben ser ciegas. Insondables. Las Grayas aúllan. Se agitan y patalean, con sus decrépitos cuerpos, mis concavidades hasta retenerme. Tiran de mis nervios para conducirme tierra adentro, tensan mis fibras hasta doblar mi espina dorsal arrastrándome marcha atrás. Caigo rendido junto al puente. Exhausto por el vértigo fugaz que voy exudando poco a poco. No puedo moverme, pero siento el frío de los adoquines abriéndose paso entre mi pelambre y me satisface. Allí me quedo. Tumbado. 

Amanece. El marinero pasa a mi lado, ignorándome, con la caja aferrada contra su pecho. Camino a casa mientras la alborada desvanece las estrellas del mar celeste. Mis colores empiezan a hacerse evidentes. Dejo quererme por el sol hasta que ya no siento frío. Sustituyo una sensación por otra. Cambios. La vida no es más que una sucesión de cambios.




Vértigos (III)


Shoap&Skin: Thanatos

El texto es la continuación de unas entradas publicadas unos meses atrás: Vértigos (i) y (II) 



De cenizas es el rastro que voy dejando de vuelta al otro lado de la ciudad.  Los sentimientos, en ascuas, se van consumiendo a medida que pierdo de vista el parque y su cerezo. Un cántaro vacío, me dirá unos días más tarde un viejo podenco callejero, esa mujer lleva años no siendo otra cosa que eso. Sus tripas ahogaron al niño que debía ser, al que ahora ve mecerse en el columpio. Se teme. Se rechaza. No es capaz de sentir otra cosa que el hueco que dejaron sus vísceras, concluirá antes de acurrucarse al refugio de un portal. Sé que las palabras de aquel chucho achacalado pretenderán reconfortarme. Pero no lo conseguirán, y arrastraré por un tiempo la imagen de su melena recogida y el mechón cruzado en su rostro. Mientras camino, los edificios de la calle tocan un réquiem, un tema fúnebre con la que armonizar mi alma. El paseo se despliega como un corredor largo y encharcado donde cada casa constituye un instrumento. Una sección de violines, proveniente de unas pequeñas construcciones, recorre mi espinazo. Acompañan la melodía solemne de los edificios del paseo, arquitecturas del siglo XVIII que hacen vibrar sus vetustas maderas. Al fondo, entre la penumbra de las farolas, la catedral y su pesada sección de trombones. No camino, el elegante paso felino se rinde a los compases lúgubres de las circunstancias, y se deja llevar, dirigido por unos coros mudos y litúrgicos. Ya no escucho el rebufo de los caballos a mis espaldas, solo los cánticos que me guían. 

Tuba mirum spargens sonum
Per sepulcra regionarum,
Coget omnes ante thronum.

Quid sum misr tunc dicturus?
Quem patronum rogaturus,
Cum vix iustus sit securus?*     

Me arrastran los lamentos calle adentro, invitándome a pasear junto a la catedral y sus cuatro torres. Cuatro agujas que van deshilvanando el cielo, desmontando el techo de nubes. Ladrillos macizos de arcilla cocida las sustentan. Yace junto a sus muros un pájaro. Inerte. La catedral parece llorar su muerte, tintinean los silicatos atrapados en sus piedras. Palpitan en procesión los cristales desde la base hasta la oscuridad coronada por los campanarios. ¿Víctima del frío o de la aceleración gravitatoria que experimentan los voladores? No me incumbe, me digo. No pienses más en ello, me repito. Las alturas solo afectan a los que se mueven por ellas. No vueles, no trepes, no saltes, no te encarames al vacío y todo irá bien. Reafirmo estas consignas mentalmente mientras me alejo del ave muerta, pero tejados, barandillas, ramas y terrazas me asaltan. Deseo gatear hasta todos ellos. Arrimarme a un precipicio y sentir el vértigo, la mirada fija de la caída, el canto de la gravedad que me abre sus brazos. Es mi naturaleza, ¿puedo contradecirla?¿Quiero contradecirla? 

El suelo, insisto. Siente el frío contacto de los adoquines en tus extremidades, grita desde mi interior el topo ciego que sigue abriéndose camino a paletadas. No importa que el frío te cale, peor es caer. Eso es lo peor que te puede suceder, dice mientras su voz desaparece en túneles cada vez más profundos. A través de ellos estoy descubriendo rincones de mi ser que desconocía. Esos otros que me habitan y a los que no había sido presentado. De la madriguera van emergiendo Pefredo, Dino y Enio: alarma, temor y horror. Tres ancianas que deslizan sus cabellos grises y grasientos por oscuros pasadizos, revolviendo mis entrañas. Contrayendo mis tejidos para amarrarme a la superficie, cerca de lo subterráneo, donde ellas se sienten confortables. Las Grayas han sido liberadas por el topo, serpentean por sus túneles. Mis túneles. Tengo que ahogarlas. Acabar con ellas. Lanzarme al río y dejar que el agua inunde mis espacios. Asfixiándolas. Matándolas, y solo así poder volver con la mujer del parque. Trepar al cerezo y mecer el columpio de sus ramas. Convertirme en su nuevo péndulo, uno errante que la desarraigue del jardín, que gire en compases imprevisibles, indescifrables para las ecuaciones. Subirme a su regazo y jugar con su mechón de pelo suelto. Que bufe con igual elegancia y dulzura sobre mis párpados. Acurrucarme junto a sus pechos y sentir sobre mi nuca la tibieza de sus labios rojos de sangre. Hendir mis uñas en la corteza del árbol y hacerme con sus alturas. ¡Ansío elevarme!¡Escuchar el pálpito de mi corazón acelerado por el vértigo! Bum–bum, bum–bum, sístole y diástole desenfrenadas.

Pero para ello, antes debo ir al puente, caminar hasta el molino. Aligerar el cuerpo de sus nuevos inquilinos. Tragar y tragar agua hasta vomitar a las tres ancianas temerosas y todos sus cabellos.



*La trompeta, esparciendo un sonido admirable / por los sepulcros de todos los reinos / reunirá a todos ante el trono.
¿Qué diré yo entonces, pobre de mí? / ¿A qué protector rogaré / cuando ni los justos estén seguros?

Versos extraídos del Dies Irae (Días de la ira) atribuido a Tomás de Celano (1200–1260), aunque también se considera como autores del himno al Papa Gregorio Magno (590–604) o a San Bernardo de Claraval (1090–1153) entre otros.

¿Danzamos?


Alice Donut (Pure Acid Park): Shining path




Iba a llamarlo poema, pero no me atrevo a ello, y lo dejaremos en conjunto de frases, imágenes –que no versos–, escritas en los albores de 1997 por varias manos, entre ellas las mías, junto a las de Sonia, Dani, Lídia y Ramón (creo no dejarme a ninguno, o añadir de más a ninguno en tal ofensa a la literatura) a lo largo de una noche de fiesta. Y así pretendo justificar su sinsentido, aunque sea éste injustificable.
Su publicación viene motivada básicamente
para cubrir la curiosidad ‘arqueofilóloga’ mostrada por El Maquinista ante unas líneas publicada en una entrada reciente. Prometo no volver a estos experimentos en el futuro.




Allí donde se esconden las olas huyendo
de los oscuros mares de orujo, emergen seres extraños
desplazados de compañía
de sueños borrachos en almas extrañas

Perneadores del pesar,
de las penas
de tristezas lamentadas en un largo ahogo
[¿Alegrías? Las justas]
[Efímeras]

bañado en lágrimas de un hielo resquebrajado.
Un crujido las ha partido.
[¿O se han partido y emitido ruido?]

Un sonido lacerante. Hiriente que le sigue.
No miramos directamente la realidad
sino su reflejo en un espejo curvo
[Anamorfosis]

Un beso sin alma
Un pecho
Un relieve
Sexos secos
Que desean desbordarse
Un voz muda que entona el silencio
[Dancemos
[danzar, danseur, dance, tanzen, dançar,
[del sánscrito tanha: alegría de vivir]
taniec, dans, danzare]
vivamos por un momento]

Anamorfosis.
Curvatura del espacio, la perspectiva no es plana
[nunca lo ha sido]

te retuerces sobre ti. Yo sobre tu cuerpo.
La perspectiva es curva,
curvo tu cuerpo,
estrangulas el mío.
Geometrías anamórficas encajándose,
distorsionándose, 
disolviéndose,
buscando un punto de fuga común. 

[El abrazo es curvatura]

Un amor partido, parido antes de tiempo.
Antes de haber nacido, solo ha muerto,
y no ha existido.

[pero ha vivido]
[con alegría]
Ha vivido ahogado 
en oscuros mares de orujo
allí donde emergen las olas huyendo.
[el cartógrafo de sextante desajustado]
[ha bautizado nuevas orillas]
[de sueños primogénitos por descubrir]
[desmagnetizo la brújula]



Destierro


Johann Pachelbel: Canon in D (original instruments)


Cuando la voluntad de un hombre es la ley, por mucho que se divinice, 
es claro que todos los hombres que están bajo su mandato son esclavos.
Vintila Horia, Dios ha nacido en el exilio (1960).


Hoy me ha venido a la cabeza la imagen y el nombre de Elisenda. Aquella niña otoñal, de rizada melena pelirroja y sonrisa endiabladamente traviesa con la que compartí mis primeros años de vida. Éramos vecinos, puerta con puerta, apenas separados por un replano de tres metros, suficientemente largo para albergar el hueco de la escalera. Su apartamento constituía una prolongación del mío. Cuando no estaban ella y su hermana pequeña jugando en nuestro comedor, estábamos mi hermana y yo en el suyo. Después de la cena, cuando mi padre acompañaba a mi madre al hospital, que por aquel entonces trabajaba siempre en turno de noche, mi hermana y yo nos quedábamos al cuidado de los vecinos. Nos acostábamos los cuatro niños en dos camas, desde las cuales Elisenda y yo relatábamos historias inventadas sobre la escalera, los vecinos y la noche con las que impresionar a nuestras hermanas pequeñas. Asustar y engañar a las hermanas pequeñas es de los pocas ventajas que tiene ser el hermano mayor, y había que aprovechar aquellos momentos en la que los adultos estában ausentes. Luego, una vez el sueño nos visitaba, dormíamos, y en éste llegaba nuestro padre y sin que nos percatásemos nos devolvía a nuestras respectivas camas en las que despertábamos a la mañana siguiente. 

Las tardes de los sábados y domingos transcurrían en la calle, los cuatro peldaños de la entrada de la casa de enfrente constituían nuestro universo. Cuatro escalones donde sentarse, cuatro escalones para subir y bajar incansablemente, cuatro escalones desde los que lanzarse al vacío, con los que alcanzar la cima, cuatro escalones que no se agotaban nunca. Increíble lo que un portal puede representar para un grupo de niños. En ocasiones sus padres y los míos compartían vacaciones, y pasábamos el fin de semanas juntos, o una semana de verano en el monte. El recuerdo más nítido, es el de una Semana Santa en el pueblo de uno de sus padres. Una piscina de plástico en un pequeño jardín, un perro de lenguatazo fácil y amigo de los pequeños, jugar alrededor del fuego donde se cocinaba y aprender a beber del porrón. Recuerdo de aquel viaje detenernos en un restaurante de carretera a comer algo, y como en la televisión proyectaban la película Barrabás, un clásico de la Semana Santa. Allí estaba yo, sentado de espaldas a la mesa cautivado por las vestiduras y ornamentos de los romanos, con el pueblo aclamando la liberación del ladrón condenando así a Jesús a la cruz. Un acto justo pensé unos años más tarde cuando volvieron a programar la película: el cielo para las deidades y la vida terrenal para los humanos. No podía ser de otra manera, no hay sitio aquí para las divinidades. El conflicto entre dioses y humanos está presente en todas las mitologías, y en todas ellas el humano quiere salirse airoso sin la ayuda de los otros, retándolos o rechazándolos. ¿Sería ético que los dioses se manifestasen?¿Qué diesen pruebas de su existencia? De ser así, la religión dejaría de ser un acto de fe, y el libre albedrío una quimera. Una dictadura en la que la creencia fuese una obligación y no una opción. Barrabás debía ser liberado y Jesús exiliado al reino de los cielos, no podía ser de otra manera. De haber estado allí, también hubiese gritado su nombre demostrando mi fe en el ser humano. 

Era la hora de irse. De seguir el camino. Volver a casa de sus tíos donde nos aguardaba el enorme perro y su extensa lengua. De volver al otoño de su cabellera y su sonrisa picaresca. De inventar nuevas historias. De escribir nuestra propia realidad, nuestra historia aprovechando el exilio de los dioses.



Nudos


Raleigh: Murderer



La vida solo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia delante.

Sobre todo, no pierdas tu deseo de caminar: Todos los días camino hasta encontrarme en un estado de bienestar y para evitar cualquier enfermedad; caminando he logrado mis mejores ideas, y no conozco pensamiento alguno, por gravoso que sea, del cual uno no pueda librarse caminando... De manera que si uno sigue caminando, todo estará bien. 
Søren Kierkegaard, Carta a Jette (1847).


Píntame en tu almohada y tus sábanas. En algún lugar... en algún lugar existe una pieza que se me escapa. Se me antoja olvidadiza, pero puedo sentirla. Sus mensajes son alfileres. Alfileres internos que guardo y quieren salir. Vuelvo al pasado sobre mis huellas, siguiendo un rastro de engaños que he ido anudando uno tras otro. Nudos de Calabrote que ahogan lenguas y palabras en un discurso mentiroso continuo. Escenas borrosas tensadas entre nudos tejedores que me llevan a las tripas del bosque. Escoltado por el metálico cántico emitido por un Trepador Azul. ¡¡Chuiit–chuiit!! trina reclinado sobre el tronco del árbol antes de desaparecer para volver aparecer un poco más abajo por el otro lado. Hojas de robles y encinas devoradas por lianas tamizan la luz aquí dentro. Tu recuerdo olvidado reposa cerca, lo até con sucesivos nudos de Margarita a medida que se vaciaba el reloj, para así acortar la distancia que me separaba de aquel primer engaño. Mis pies ya no andan para mí, no responden a razones ya hace mucho tiempo. Me dejo llevar por su instinto de supervivencia, guiándome por el sendero de lo pasado en éste bosque familiar. 

En medio del claroscuro, un prado. Y en el prado el cabo se anuda mediante un as de guía al tobillo de una mujer. "Píntame en tu almohada", grita una corneja escondida imitando tu voz. "Píntame en tu almohada y tus sábanas", contesta otra agazapada en un arbusto. La mujer pálida y desnuda habla callando. "Píntanos", gimen varios pájaros a la vez alzando el vuelo. Sus ojos de leche se derraman, como cuando mojabas las galletas en el tazón, hasta quedar huecas sus cuencas. "Píntame en tu almohada para llevarme hasta ti" susurra algo a mis espaldas. Y cuando me vuelvo, la mujer ya ha desaparecido y en su lugar un pozo. Un pozo oscuro, lleno de crujidos. De un golpe sordo y de huesos rotos. Hueco que acoge un relieve escabroso. El de un sueño maldito al que me atan las sogas, por muchos engaños que ponga por en medio. 



Raramente encontrada


Eyvind Kang (Athantis): Aquila!


Lo nuestro fue como un beso sin alma. Un beso parido antes de tiempo. 
Antes de haber nacido, solo ha muerto, y no ha existido. 
Fuiste un beso abandonado allí donde se esconden las olas huyendo…

Escondida, valiosa, buscada y raramente encontrada...

De niño me gustaba juguetear con el sol, coquetear con él a través de un espejo. Reflejarlo y proyectarlo. Dibujar murales invisibles con sus brillos en las paredes. Perturbar el sueño del gato. Hacerlo correr tras el halo de luz, como lo hacía tras las salamanquesas que poblaban la terraza. Disfrutaba con la idea de poder comunicarme con él. Usar su mismo lenguaje, y escribir en código morse cortos mensajes que devolvía al cielo. Menos de nueve minutos, ocho minutos y medio es lo que tarda en llegar la luz solar a la Tierra, nos decía el profesor de Ciencias Naturales. Así que mandaba el mensaje, aguardaba unos nueve minutos y le sumaba otros nueve esperando su respuesta. Entonces siempre la obtenía. 
Una tarde de verano, tras una fuerte tormenta, reapareció y desplegó ante mi vista un arco de colores. Era una invitación, así que salté de la terraza y dediqué varías horas a correr en pos del horizonte, a perseguir el arco iris. Me perdí. Mis padres se desesperaron y salieron a buscarme en compañía de algunos vecinos. Yo estaba entonces convencido de que podía atraparlo. Creía ver el sitio donde tocaba el suelo. Contigo me pasa lo mismo...

Escondida siempre, valiosa, buscada y raramente encontrada...



...como con los tesoros que uno busca de pequeño y que nunca espera encontrar. Aquí sigo. Me paso la vida buscándote pero tampoco espero encontrarte. Nunca estás donde te busco, y apareces cuando menos lo espero...

Ya no te espero.
No te busco.
Puedes sorprenderme.




Hice míos sus anzuelos


Max Richter (Memoryhouse): Sarajevo


La pieza musical pertenece al primer álbum del compositor Max Richter (1966) 
titulado Memoryhouse (FatCat Record, 2002). Una colección de composiciones grabadas 
con la filarmónica de la BBC que conforman la banda sonora 
de un documental imaginario que repasa los hechos históricos 
acontecidos en el siglo XX, 
"una historia sobre dónde hemos estado, y que se plantea ¿a dónde vamos?
en sus propias palabras. 



Se levantó apresuradamente de su puesto en la oficina, se hizo con su chaqueta y a medio pasillo gritó: ¡Basta ya de realidades!¡Quiero un sueño!

En el monitor de su ordenador se leían los titulares del día de un periódico cualquiera –Moody's amenaza con recortar la nota de solvencia de otros países europeos; crece la hostilidad hacia los inmigrantes indocumentados;…el futuro sistema perjudica a los ancianos y parados–, permanecieron tintineando unos minutos, y luego la pantalla se fundió al negro.

Han pasado unas semanas desde entonces, y ella sigue recluida en su apartamento. Ha sellado sus párpados y se ha entregado al sueño. Su perfeccionamiento recreando sueños mejora con el tiempo, y ahora ya casi todo lo que visualiza le parece posible. Acaba siendo posible. La realidad se ha convertido en algo sucio e incomprensible, insondable. Sabe que en ella no encontrará tantas cosas, ni tantas emociones como las que escribe sobre sus párpados. Sólo deseo volver a casa, solloza un día desde su lecho. Estás en casa, en tu hogar, le responde su compañero. Pero ella lo desmiente con unos movimientos de cabeza. 

Éste no es mi hogar, le responde, me he perdido, el mundo se ha enrarecido tanto que ya no encuentro el camino de vuelta a casa. Antes me encerraba en la habitación de casa de mis padres y me sentía en casa. A solas conmigo misma y la vida. Ahora todo ese sentimiento ha desaparecido. Me abruma la gente, la sociedad. No entiendo nada de lo que sucede a mi alrededor. Leo las noticias y me mareo, como si el valor en bolsa que un día sube y cuatro baja, fuese yo misma, arrastrada por unos números que me resultan incomprensibles. Ridículamente incomprensibles y que sin embargo me llevan de la mano. Hace unos días me descubrí en los ojos de un lenguado. Me escrutaba piadosamente desde el hielo sobre el que reposaba, no pude esquivarla y me quedé allí anclada. Llorando sola frente al mostrador de los pescados. Hice míos sus anzuelos. Me ahogué de aire con él. Desde entonces he caído en la cuenta que divertirse es aburrido, ya no me motiva, y que el trabajo no me apasiona. De hecho, nada me importa en este momento. Por eso necesito descansar, es lo único que quiero hacer. Apretar la pausa sin presionar el stop y dejar que el mundo siga su curso pero sin mí, para que yo pueda volver a él cuando haya recuperado mi sueño. Encontrado el camino que tiene que devolverme a la vida.



El hurto


Vermillion lies: Take off your shirt


Noche de cena y de reencuentros en casa de F tras los meses de verano. Uno a uno hemos ido llegando a su apartamento, aportando cada uno algo: una botella de vino, un queso, unos dulces para los postres, o ayudando en la cocina con las ensaladas y las verduras. Siempre es grato tras los meses estivales y la diáspora vacacional juntarse con los rostros e historias que nos acompañaron el año anterior. Ha costado, pero finalmente F ha conseguido reunirnos esta noche a casi todos en su casa, lo cual debe considerarse sin duda alguna como un gran logro en estas altitudes del planeta. Debo aclarar que el reclamo de unos buenos vinos ibéricos y vodkas polacos raras veces fallan en este país tan necesitado de alcohol para la vida social. 

Mientras la comida se acababa de hornear escuchaba a medias, con el pensamiento abstraído, las vacaciones de S y J en la costa oeste, más pendiente de quien entraría por la puerta, que de las comodidades de la cabaña que habían alquilado al margen de la playa. Respondía con automatismo: sonrisa, gestos mecánicos y frases carentes de cualquier personalidad o interés por mi parte, a sus breves paradas. Pero eso poco importa cuando la otra persona también relata unos hechos hablándose a uno mismo. Me distraían más las conversaciones vecinas, el sonido de los fluidos rellenando los vasos y el cosquilleo del hielo al sumergirse en ellos, que la conversación en la que S y J me habían atrapado, hasta que por fin se abrió la puerta y apareció ella.

Hará un par de años que nos conocemos. Casi siempre en encuentros casuales, en casa de una tercera persona, a través de un amigo común. Pero poco antes del verano nos habíamos visto unas cuantas veces a solas. Nuestros lugares de trabajo quedan próximos, así que algún mediodía o tarde nos habíamos citado para tomar algo. En nuestras conversaciones había descubierto que las sonrisas que me dedicaba iban acompañadas por un ladeamiento del cuello, un movimiento de su melena y unas miradas más largas de lo normal, que incluían una agitación en las pestañas que me cautivaba. Me agradaba su compañía, y las conversaciones que mantuvimos esos días disfrutando de la llegada del verano nórdico. De sus días cálidos y sus tardes eternas que languidecen hasta pasada la medianoche. No pasó nada entonces, conscientes quizás de la inminente llegada del verano y el obligado alejamiento que conlleva. El mundo se detiene en todo el planeta con la llegada del verano, y los hábitos se destejen. Pero ahora que por fin el verano había muerto, aguardaba con entusiasmo volver a encontrarme con ella. 

Pero mi sonrisa se tiñó en sombra cuando anunció que no venía sola, y presentó a los allí presentes al hombre que la acompañaba como su pareja. Desde aquel momento el mundo exterior dejó de existir. Llegó el momento de sentarse a la mesa, yo lejos de ella, y disfrutar de las conversaciones cruzadas, pero yo seguía alieno a todo aquello, todo sucedía en mi cabeza. Imaginaba escenarios. Recreaba situaciones y diálogos con el fin de anticiparme a cualquier posibilidad. Igual que un jugador de ajedrez analiza el tablero y todos los posibles próximos movimientos del contrincante y suyos, yo dibuja y ponía voces a como sería nuestro encuentro cuando se diese la posibilidad de interactuar. 

Llegó el momento cuando por fin nos levantamos de la mesa tras los postres. Nos saludamos como grandes amigos, y estreché la mano del hombre que la secundaba, incluso dedicándole una sonrisa. Hipócrita. Me preguntó por las vacaciones y mientras le relataba el viaje por el norte de África, me acordé del pequeño detalle que le había traído: un pañuelo beréber que creí le gustaría, amante como es de la cultura árabe y las cosas étnicas en general. Así que corrí a mi bolsa y le entregué el pañuelo que iluminó su rostro. ¿Cómo se usa? me preguntó, y sin pensarlo se lo dispuse sobre la cabeza para enseñarle como colocarse el turbante. Recogí su cabello bajo el mismo, disfrutando del tacto sedoso de su melena, y di un par de vueltas al pañuelo sobre su cabeza hasta dar forma a un perfecto turbante. Me percaté que al hombre aquella situación no le agradaba demasiado, pero no me importó, y seguí con el turbante ignorando su presencia. Sólo estábamos ella, yo y el juego con el pañuelo, y ya solo quedaba el detalle de pasar la parte suelta del mismo sobre su rostro. En caso de viento o tormenta de arena debes cubrirte la cara, dije, y fue entonces cuando me perdí en sus ojos. Ya nada me importó, me salté todos los diálogos inventados, fue un chispazo que me llamó desde lo más oscuro de sus pupilas, y que lo quemó todo. Mis labios se dejaron caer sobre los suyos y descubrieron la calidez de su boca, y esa sensación repentina de una cavidad ajena, del vacío ajeno y las lenguas que se quieren en el encuentro. Una sensación endiabladamente agradable. No me importó su reacción, ni la de los amigos y conocidos presentes, si aquello le dolería o le afectaría, ni mucho menos si aquello molestaría o rompería el corazón al novio al que yo no conocía de nada, y muchísimo menos si éste me partiría la cara. 

Esto último ha sido lo acontecido, ni tan siquiera he mirado de defenderme de sus golpes. Golpe, en singular para ser franco, con uno hay suficiente para tumbarme. Me reconozco culpable: he robado un beso. Así que hoy me dejo caer en la alfombra de casa con una bolsa de hielo sobre mi ojo derecho que ayude a bajar el hinchazón del mismo. Ya estoy pensando en una buena historia que relatar mañana en la oficina. Una que me ennoblezca, y no la de un simple ladronzuelo de besos apaleado. ¿Se habrá instalado la duda en ella? No ha dicho nada cuando nuestros labios se han separado. ¿Habré sembrado la duda entre ellos?¿En su relación? Siento cierta satisfacción. No mentira, mucha satisfacción ante éste pensamiento. Me estoy volviendo mezquino. Cada vez más. Y creo que me gusta.



Torbellinos de hojas


Ali Farka Touré & Boubacar Traoré: Diarabi



En una rama descarada se ha posado un cuervo buscando la tibieza del sol que brilla en el cielo. Al viento le gusta jugar con las hojas apiladas en el suelo. Dibujar escaleras de caracol en el aire de tonos amarillos que mece delicadamente. El año fallece, la naturaleza lo festeja. Resulta más fácil morir en otoño dicen, pero también vivir.