Sobre la evolución de la belleza


Se atribuye a los escolásticos de la Edad Media la expresión “De gustibus et coloribus non est disputandum“, que literalmente se traduce como “sobre gustos y colores no hay disputas”. Expresión proverbial, que al igual que la más popular “sobre gustos no hay nada escrito”, hace incidencia sobre la subjetividad de los gustos personales y la inutilidad de discutir por ellos. Tirso de Molina, en su pieza teatral “El vergonzoso en palacio” publicada por primera vez en su obra miscelánea Los cigarrales de Toledo, publicada en Barcelona en 1624, dejó constancia de la subjetividad de lo bello:
Don Antonio: Y de las dos, ¿a cuál juzgáis, prima, vos, por más bella?
Doña Juana: Más se inclina mi afición a la mayor, aunque mi opinión refuta en parte el vulgo hablador; más en gustos no hay disputa, y más en cosas de amor.
La idea que afirma que la belleza está en el ojo del espectador (subjetivismo) ha sido una de las teorías predominantes en la rama de la filosofía que aborda el campo de la estética. Sus estudiosos llevan años preguntándose: ¿Qué es lo que hace bellas las cosas?, ¿Existen patrones estéticos universales? Curiosamente el concepto “belleza” etimológicamente significa “brillar”, “aparecer”, “ser visto”, y por tanto en un principio se consideraba una cualidad de los seres y los objetos. La belleza se entendía como algo objetivo, concepto que con el tiempo se fue relativizando al admitirse la subjetividad de la experiencia estética y de la belleza. Pero, ¿es realmente subjetiva la experiencia estética?
En el mundo clásico griego se definía la belleza en función de toda una serie de propiedades como el orden, las medidas, las proporciones, el equilibrio, la luminosidad, etc., entendiéndose que unas características resultan más atractivas que otras, hasta que en el siglo XVII el gusto, el placer individual de la contemplación de la belleza, y por tanto la subjetividad, empiezan a cobrar importancia al hablar de belleza. Otra teoría ampliamente extendida, entre aquellos que estudian la belleza, sostiene que los valores estéticos dependen del marco cultural, los individuos pertenecientes a una misma cultura comparten, en lo esencial, unos gustos similares (culturalismo). El filósofo Denis Dutton, frente al subjetivismo y el culturalismo de la belleza, planteó una tesis universalista, considerando que la estética es universal, arraigada en la psicología humana como resultado de la evolución de la especie. Para Dutton, la apreciación de la belleza, en el caso de los humanos, radica en lo virtuoso, encontrando que la belleza reposa sobre las acciones o los objetos bien hechos, de manera que la selección natural habría con el tiempo moldeado el gusto del espectador hacia aquellas acciones u objetos bien hechos al ser estas cosas beneficiosas para la supervivencia. Lo virtuoso se visualizaría como bello ejerciendo atracción y aportando placer a los individuos que la contemplan. La belleza viene así determinada por lo “bien hecho”, y ejerce atracción en la medida que manifiesta las habilidades y destrezas de quien ha fabricado o ejecutado la acción.
Así pues, Dutton, en su conferencia de 2011 en TedEx titulada “A Darwinian theory of beauty“, establece, como la mayoría de los evolucionistas, una relación directa entre la selección sexual y la selección natural. Se da por asumida la importancia de la selección natural sobre la elección de la pareja a la hora de reproducirse. Ello implica, que los caracteres sexuales secundarios, que los individuos de un sexo desarrollan para atraer a los del otro sexo, son señales “honestas” vinculadas a la capacidad de supervivencia del individuo. Esta es la idea más extendida entre los biólogos: la existencia de una relación directa entre la selección sexual y la selección natural.
Por ejemplo, se considera que sólo los pavos reales más enérgicos y más saludables, son capaces de desarrollar una cola-abanico tan grande como para seducir a las hembras y anteponerse a sus competidores. De manera que las características que lo hacen bello y estético a ojos de las hembras, no son más que señales que en el fondo están demostrando su buena condición física, e indirectamente que es portador de unos genes buenos para la supervivencia, permitiendo así a las hembras a tomar decisiones a la hora del apareamiento con consecuencias adaptativas para la población.
Sin embargo, como Richard O. Prum, nos recuerda en su artículo “Aesthetic evolution by mate choice: Darwin’s really dangerous idea“, la idea de Darwin de la selección sexual, no es la de ésta como un mero subproducto de la selección natural, sino la de una fuerza distintiva, en la que las preferencias estéticas y la concepción de belleza por parte de los individuos, no tienen porque vincularse directamente con cualidades que garanticen una mayor supervivencia de los considerados “bellos”.
En la edición de Charles Darwin de The descent of man, and selection in relation to sex, de 1871, puede leerse:
Sentimiento de lo bello.– Se ha afirmado que este sentimiento era también peculiar al hombre; pero cuando vemos aves machos que despliegan ante las hembras sus plumajes de espléndidos colores, mientras que otros, que no pueden ostentar tales adornos, no hacen ninguna demostración semejante, no podemos poner en duda el hecho de que las hembras admiren la hermosura de sus compañeros. Su belleza como objeto de ornamentación no puede negarse, ya que las mismas mujeres se sirven de las plumas de las aves para su tocado. Al mismo tiempo, las dulces melodías del canto de los machos durante la época de la reproducción, son objeto de la admiración ostensible de las hembras. Porque, en efecto, si estas fuesen incapaces de apreciar los magníficos colores, los adornos y la voz de sus machos, todo el cuidado y anhelo que estos ponen en hacer gala de sus encantos, serían inútiles, lo cual no puede admitirse. (El origen del hombre. La selección natural y la sexual. Pág. 53-54 de la versión castellana publicada en 1880 por los editores Trilla y Serra en Barcelona, Imprenta de Damian Vilarnau)
En el párrafo anterior y otros a lo largo del libro, Darwin hace, una y otra vez, referencia explícita a una concepción estética de la selección sexual. Sugiere que cada especie ha desarrollado sus propios “ideales de belleza”, y que por tanto puede entenderse que los ornamentos sexuales secundarios son totalmente arbitrarios. Tienen éxito entre los individuos de una población porque son los preferidos, aquellos por los cuales los individuos han desarrollado un mayor gusto estético y consideran más bellos y por tanto deseables. En definitiva se trata de una cuestión de gustos, sin ninguna otra carga significativa.
Según Prum, los cantos, los ornamentos y las danzas de los pájaros no han evolucionado porque indiquen la presencia de unos buenos genes, sino simplemente porque los animales que los escogen se ven atraídos por ellos, les gustan esos caracteres de una manera puramente arbitraria. Dichos caracteres no son objetivamente informativos, sino subjetivamente placenteros. Al subyugar la selección sexual bajo la selección natural, estamos negando la capacidad de los animales y por lo tanto de nosotros mismos, de tener experiencias subjetivas. Desde que la evolución se coló en el mundo de la psicología, los psicologos evolucionistas han mirado de justificar todas las conductas desde un prisma evolutivo, donde todo tiene que tener sentido y poder justificarse biológicamente.
En las páginas de su reciente libro “The evolution of beauty: How Darwin’s forgotten theory of mate choice shapes the animal world – and us“, argumenta la relevancia de la experiencia subjetiva, recuperando así el concepto de belleza y de lo estético al campo de la biología y las ciencias. En ellas resalta la importancia de la arbitrariedad, sus años de estudios de comportamiento animal en aves, le han llevado a concluir que las aves escogen a unos machos con una serie de cualidades simplemente porque les gustan, por placer, no porque esas cualidades sean objetivamente informativas de otras cualidades. Desde 1982 ha estado observando el comportamiento y la evolución de unos pequeños pájaros nativos de la América tropical pertenecientes a la familia Pipridae, popularmente conocidos como saltarines, bailarines o manaquines, en los cuales los machos de las 54 especies ostentan coloridas plumas, largas colas, extravagantes reclamos o ejecutan curiosas danzas para atraer a las hembras. Para Prum, la especializada combinación de cantos, coreografías, conductas y colores, son un gran ejemplo de “radiación estética“: una muestra de 54 conceptos diferentes de belleza que han conducido a las especies hasta su morfología y aspecto actual.
La idea no es nueva, dice, un siglo atrás, el genetista Ronald Fisher ya llamó la atención sobre aquellos caracteres extremos de algunos organismos, que sólo podían explicarse por un proceso de co-evolución entre el atractivo de los mismos y su desarrollo, que al final podían llevar a las especies a un camino sin salida elaborando unos caracteres que lejos de mejorar su supervivencia la dificultaban. Pero al igual que Darwin, su idea fue mayoritariamente ignorada.
Desde un principio Darwin remarcó la importancia de la selección sexual como algo al margen de la selección natural, donde la estética y el deseo subjetivo jugaban un papel importante, donde las hembras eran las que escogían y por tanto podían actuar como importantes agentes evolutivos. No sorprende que la idea no gustase ni cuajase entre sus contemporáneos en la patriarcal Inglaterra Victoriana. Fue Alfred Russel Wallace, quien contribuyó con Darwin en la definición de selección natural, quien convenció a Darwin de que la selección sexual debía estar subyugada y relacionada con la selección natural. Sus convicciones religiosas y sociales de la época, así como su concepción de que la selección natural era suficiente para explicar el proceso evolutivo, condujeron a que al final se aceptase que la selección sexual estaba estrechamente ligada a la selección natural, como un mero producto de la misma. Dos procesos con resultados iguales, como dejaría constancia en su libro Natural selection and tropical nature (1895):
“…si existe una correlación entre los ornamentos y la salud, vigorosidad o mejores cualidades para sobrevivir, entonces la selección sexual del color o del ornamento, de lo cual hay pocas evidencias, resulta innecesaria, porque la selección natural, la cual se admite como la “vera causa”, produce por si misma los mismos resultados… La selección sexual es así innecesaria al resultar totalmente inefectiva.” [pp. 378–379]
La influencia de Wallace ha llegado hasta el día de hoy. Para Prum, el rechazo general de la selección sexual como algo diferente, no es meramente científica, sino que tienen unas profundas connotaciones sociales y filosóficas, en las que el placer y la experiencia subjetiva del mismo, se dejan fuera de la ecuación si no es para encajar en el concepto de la selección natural. Se trata de una visión “higiénica”, ética y moral, donde el placer no puede ser subjetivo, debe tener una razón de ser. Un temor a que las preferencias femeninas sean potenciales agentes de cambio, donde su autonomía sexual, lleve a elecciones puramente estéticas actuando así como una fuerza evolutiva más que puede generar belleza sin utilidad y funcionalidad alguna.
Como Prum dice “Si mencionas algo relativo a ciencia feminista, recibes inmediatamente una serie de comentarios negativos, pero la idea detrás del libro no es la de acomodar la ciencia con los principios feministas. Es más bien el descubrir conceptos feministas dentro de la propia biología“. La libre elección no es una mera ideología, emerge de la evolución, y al mismo tiempo se convierte en un moldeador de la propia evolución. Así pues podríamos deducir que Prum se adhiere al subjetivismo que defienden los filósofos que se dedican al estudio de la estética y la belleza: la belleza está en el ojo del espectador. Y esa belleza subjetiva es un una importante pieza de los mecanismos evolutivos que van moldeando los organismos.


Dejar en las puertas del local las vestiduras, los pecados, y sobre todo la memoria



Casi recién aterrizado en Barcelona, me reuní ayer con dos amigos para acudir a un concierto en el característico barrio de Gràcia. El evento estaba programado para ejecutarse en la sala de actuaciones de la Asociación Cultural Magia Roja, que lleva un buen tiempo apostando por las músicas y las muestras de arte alternativas en una ciudad cada vez más asfixiada por su éxito turístico, pero al final, dado que el ayuntamiento les exige la insonorización adecuada del local para seguir con su programa, han tenido que cerrar puertas y arrancar un crowfunding entre sus socios y visitantes para poder cubrir los gastos de la insonorización de la sala. Obligados a cerrar sus puertas, finalmente encontraron un espacio alternativo a la vuelta de la esquina, en una antigua casa del barrio ocupada y bautizada como La Usurpada. Fue en su primera planta donde al final las dos bandas recién llegadas de Francia ejecutaron sus piezas musicales.

Primero actuaron el duo zOH compuesto por H (Heloïse Zamzam) controlando los dispositivos electrónico, los viejos radiocasetes y cintas magnéticas, y haciendo las voces, mientras su compañero O (Olmo Uiutna) seguía las mezclas y los sonidos hipnóticos de ella con sus improvisaciones de batería. Les siguió el duo de Toulouse, Nibul, en las que los tonos del saxófono de uno de ellos y los ritmos de percusión del otro generan un embudo sonoro que busca fagocitar a la audiencia en una masa sonora.

Si algo tienen en común ambas formaciones es su búsqueda, a través de la improvisación y los ruidos orgánicos alejados de las notas predefinidas, de un espacio y una huida de cualquier configuración melódica o armónica, encontrar mediante la repetición y la conexión de sonidos y ritmos, la fantasía de vencer la direccionalidad de la música, del relato que los humanos, como buenos Homo narrans tendemos a buscar en todo. Es obvio que la comunicación y el lenguaje, no son una característica humana, muchas especies vivas disponen de mecanismos de comunicación; con la llegada de la primavera resulta sencillo descubrir los cantos de las aves en los árboles, incluso para aquellos que no salen de la ciudad, o los bailes de las abejas, las danzas de las moscas diminutas alrededor del vinagre o las frutas maduras sobre la mesa de la cocina. Muchas criaturas tienen lenguajes de comunicación, hasta las plantas, esos seres hasta hace poco "vegetativos" (no biológicamente, que siguen siéndolo, sino como metáfora de pasividad, de inactividad) demuestran comunicarse mediante la emisión de productos químicos lanzados al aire o a través de las complejas redes de los hongos que habitan sus raíces y comunican unas con otras. Así pues, no es el lenguaje, ni la comunicación, lo que nos hace especiales pero su uso para crear relatos, para narrar historias. Somos unos Homo narrans, y ello implica la necesidad de encuadrar toda nuestra vida en un contexto narrativo, en una historia con direccionalidad, un relato que progresa desde el principio hasta su desenlace final.

zOH y Nibul forman parte del conjunto de músicos que tratan de romper con el relato, de vencer la direccionalidad impuesta por la existencia del tiempo, buscando a través de la improvisación y la indeterminación de las alturas, las duraciones, los modos de ataque, y la inyección de efectos azarosos, desestruturar el tiempo. Hacerlo irreconocible.

De tener transcripción sus ejecuciones se parecerían bastante a las de Stockhausen en su pieza: Aus den silben Tagen (En los siete días), que dicen así:

Circa cuatro intérpretes
DURACIONES CORRECTAS

Toque un sonido
siga tocándolo
hasta que sienta 
que debería parar

toque otra vez un sonido
siga tocándolo
hasta que sienta
que debería parar

siga haciéndolo
deténgase
cuando sienta
que debería detenerse

pero así esté tocando o haya dejado de tocar
siga escuchando a los otros
en el mejor de los casos toque
cuando los demás estén escuchando

no ensaye

_______________________________________________

Es obvio que en esta pieza Stockhausen no buscaba sonidos prefijados con precisión, más bien esperaba de sus músicos que consiguieran liberarse y desestructurar sus hábitos mecánicos de ejecución logrando una improvisación comprometida de los mismos. Algo así es lo que podría decirse de los dos dúos franceses que desataron su música desestructurada en la casa ocupada de Gràcia. Es la suya una música que desde su concepción excluye gran parte de los supuestos aceptados por el sentido común. Una música que no puede ser grabada en disco o casete, pues su proceso aleatorio imposibilita la creación de piezas musicales a la clásica usanza, y aún así, en una mesita junto a la puerta estaban desplegados como abanico unos cuantos CDs y cintas magnéticas con grabaciones de ambas formaciones. Un intento de cautivar una música que está circunscrita a la interpretación en vivo y mejor si es, como anoche, en círculos íntimos y pequeños, entre buscadores y seguidores incondicionales de músicas nuevas. La compresión en sistemas de grabación no le sientan bien, en ellas no se perciben los colores, el espacio extendiéndose desde el propio sonido. En palabras de Heloïse Zamzam, sólo buscan divertirse y adentrarse cada noche en un espacio diferente, alcanzar a través de la música un vacío activo virtual, componer silencio a través del ruido y huir en sus actuaciones de la tiranía de la audiencia.

El concierto fue un encuentro poético de sonido, que logró difuminar por un momento las extensiones del tiempo, diseñando espacios virtualmente desiertos en los que cada pequeño evento sonoro tenía la condición de ser único en un enorme mural hipnótico que se enfrentó a la idea de temporalidad y direccionalidad del Homo narrans que somos. Como sucede en los rituales sufí, quien quiere acercarse a sus músicas debe dejar en las puertas del local sus vestiduras, sus pecados, y sobre todo, su memoria. Ignorar sus nociones previas de lo que es música, lo que es artístico y como recibir el arte, estando así dispuesto a recibir una nueva clase de conocimiento. En la unión entre ejecutor y receptor es cuando su música cobra sentido, pues la suya es una música que existe sólo cuando alguien la escucha. No existe en la partitura ni en la concepción, tan sólo en la ejecución del momento. Esa es su magia.




Ulcinj, el mito de Cervantes y Dulcinea




Ulcinj, que en castellano suena como "Ulchin", es a día de hoy, una pequeña ciudad portuaria allí donde acaba Montenegro, al sur de la cual se despliega la Velika Plaža, en montenegrino, o la Plazhi i Madh, como la conocen los lugareños de habla albanesa; en ambos casos el nombre hace referencia a su enorme tamaño con el simple topónimo de la Playa Grande, una extensa bahía natural de doce quilómetros de arena fina en uno de cuyos extremos desemboca el río Bojana que dibuja la frontera entre Albania y Montenegro en sus últimos veinticuatro quilómetros antes de consolidar un delta en su unión con el mar Adriático en la susodicha playa.

A pesar de formar parte en la actualidad de Montenegro, su pasado histórico ha estado principalmente vinculado a Albania, siendo todavía a día de hoy, el albanés la lengua predominante entre sus nativos. Entre los siglos XIII y XVI esa región de la costa balcánica conformaba la Albania veneciana, una franja litoral de fortines y posesiones venecianas en forma de ciudades enmuralladas para defender la costa y por ende el mar ante la expansión de los turcos otomanos que avanzaban por los Balcanes. El casco antiguo de la ciudad, construido sobre un peñón saliente, se encierra sobre si mismo con unas altas murallas de piedra blanca que mimetizan con la roca del peñón, cuyos acantilados albergan a sus pies una serie de pequeñas calas y gargantas de agua. Sus muros no evitaron que la ciudad claudicase al avance turco que en 1573 forzaron redibujar los márgenes de la Albania veneciana hacia el norte, en la población actual de Budva. Sigue hoy el islam siendo la religión predominante al sur de Montenegro a diferencia de sus vecinos del norte que practican el cristianismo ortodoxo, y el paisaje de Ulcinj, como en otras pequeñas ciudades del sur del país, se encuentra salpicado de pequeños minaretes viejos y modernos.

Su estatus de ciudad fronteriza entre el imperio otomano y el veneciano durante siglos, le marcó con ese carácter propio de las ciudades de frontera, que no están ni aquí ni allí, pero en medio, con leyes laxas cuando existentes y donde el tráfico de mercancías y humanos eran más fluidas que en otros sitios. Además, su costa abrupta salpicada de pequeñas calas y cuevas dio lugar a que en poco tiempo se convirtiese en una ciudad corsaria, habitada principalmente por piratas otomanos y traficantes de esclavos que atemorizaban a los navíos venecianos que entonces controlaban el comercio mediterráneo. Y como toda ciudad corsaria, Ulcinj cuenta con un gran número de leyendas y mitos que conforman el imaginario de sus ciudadanos hasta la actualidad.

De entre las diferentes historias de corsarios, para un español o cualquier amante de la literatura internacional, destaca una relacionada con Miguel de Cervantes y su famoso Don Quixote de la Mancha. Los nativos de la zona, así como aquellos que habitan en lo que hoy es Albania, cuentan que el escritor pasó varios años en Ulcinj cautivo, una leyenda que ha ido pasando de una generación a otra a lo largo de los siglos. Lo más sorprendente es que la primera traducción del Don Quixote al albanés no tuvo lugar hasta 1933, primera vez que los lectores albaneses entraron en contacto con el libro de Miguel de Cervantes de Saavedra, pero sólo con su primera parte, pues tuvieron que esperar hasta 1977, ya bajo la dictadura de Enver Hoxha, a ver traducida la segunda parte del mismo. Así pues, el público en general lleva menos un siglo en contacto con sus textos, pero por siglos sus antepasados ya hablaban de un caballero de buena cuna y educación, conocido como Sarvet o Servet, que vivió allí durante años como prisionero. Todavía es posible al cruzar una de las puertas del centro fortificado ver la plaza de los esclavos, con sus arcadas y columnas enrejadas alrededor de un gran patio, en una de las cuales, reza la leyenda pasó largas horas y meses el escritor español.

La leyenda menciona que su cautivador fue el corsario otomano Arnaut Mamí, quien lo apresó en 1575. "Arnaut" significa Albania en turco, así que el corsario en cuestión era conocido entre los turcos como "Mamí el albanés" o "Mohamed el albano", probablemente un marino oriundo de esas tierras, que cuentan los historiadores se convirtió al islam al ocupar los otomanos Albania e hizo carrera como renegado en el Mediterráneo al mando de doce galeras algerianas asaltando galeones cristianos y haciendo prisioneros de los cuales luego obtenía buena recompensa por sus rescates. Cervantes es el más ilustres de sus prisioneros, al verse atacada la galera El Sol en la que viajaba, el 26 de setiembre de 1575. Tras varios años en la armada, y habiendo participado años antes, el 7 de octubre de 1571, en la Batalla de Lepanto, Cervantes decidió retirarse de la vida militar y volver a casa en 1575, partiendo a bordo de El Sol desde el puerto de Nápoles rumbo a Barcelona. Fue precisamente frente a la costa catalana de la Costa Brava, cuando Arnaut Mamí y su flotilla de corsarios berberiscos asaltaron la galera española y tras matar a parte de su tripulación, apresaron a algunos miembros de la misma, entre ellos a Cervantes y su hermano para pedir un rescate. Para los historiadores está claro que Arnaut lo condujo a la costa argelina, allí donde tenía su escondite tras derrotar temporalmente al Pachá Rabadan de Argel en el norte de África, y donde Cervantes permanecería como prisionero y esclavo durante cinco años y un mes; hasta que el rescate fue pagado y su desdicha acabó al conseguir desembarcar el 27 de octubre de 1580 en el puerto alicantino de Denia.

Los albaneses, y especialmente los lugareños de Ulcinj, ajenos a las explicaciones de los historiadores, confían en su imaginario colectivo de que Cervantes pasó su cautiverio en Ulcinj, ciudad en la cual el corsario Arnaut Mamí solía buscar protección de sus pillerías por el Mediterráneo. El noble español prisionero que por esas fechas vivió entre sus muros, y que allí conocen como Sarvet o Servet, dicen ser Cervantes. Pero la historia va más allá.

Durante años Ulcinj era conocida por los venecianos como Dulchin, Dulcignio o Dulchinio (donde la preposición "d-" hace referencia a un lugar o dirección), nombre que argumentan fue el que derivó en el personaje de Dulcinea, el amor platónico de Don Quixote. Y es que cuentan los nativos que Cervantes, o Sarvet, durante sus años de cautiverio se enamoró de una moza albanesa que alimentaba y daba de beber a los prisioneros y esclavos hacinados en los todavía visibles calabozos de la plaza de la ciudad. Su pasión y agradecimiento por los cuidados a dicha muchacha los plasmó en su obra maestra al bautizar al amor de Don Quixote, Dulcinea, con el nombre de la ciudad de Dulchinio (Ulcinj).

El propio Cervantes en su novela, en el capítulo XLI del primer tomo, menciona al corsario Arnaut Mamí y hace vivir a su protagonista, durante la instancia de prisión, un romance con una moza: la bella Zoraida. Pero eso, el grueso de los lectores albaneses no pudieron saberlo hasta 1933, cuando, según el mito, el relato del prisionero castellano en Ulcinj llevará ya siglos en boca de sus habitantes. La leyenda queda allí, viva entre los callejones que discurren por dentro de las murallas, y las calles que corren pendiente abajo hasta encontrarse con el mar que lame sus muros y en su murmullo sigue escuchándose éste y otros mitos aunque los historiadores los contradigan.

  


Y así determiné de ir al jardín y ver si podría hablarla; y, con ocasión de coger algunas yerbas, un día, antes de mi partida, fui allá, y la primera persona con quien encontré fue con su padre, el cual me dijo en lengua que en toda la Berbería, y aun en Constantinopla, se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni castellana, ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, con la cual todos nos entendemos; digo, pues, que en esta manera de lenguaje me preguntó en qué buscaba en aquel su jardín, y de quién era. 
Respondile que era esclavo de Arnaúte Mamí (y esto, porque sabía yo por muy cierto que era un grandísimo amigo suyo), y que buscaba de todas yerbas, para hacer ensalada. 
Preguntóme, por el consiguiente, si era hombre de rescate o no, y que cuánto pedía mi amo por mí. 
Estando en todas estas preguntas y respuestas, salió de la casa del jardín la bella Zoraida, la cual ya había mucho que me había visto; y como las moras en ninguna manera hacen melindre de mostrarse a los cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dio nada de venir adonde su padre conmigo estaba; antes, luego cuando su padre vio que venía, y de espacio, la llamó y mandó que llegase. 

Fragmento del capítulo XLI del Tomo Uno de Don Quixote de la Mancha (Donde todavía cautivo prosigue el cautivo su suceso)