Un relincho de caballo. Una expiración. Un lomo sudado. Húmedo. Intenso. Extenuado. Repican los cascos de los caballos sobre los adoquines todavía húmedos por la lluvia de esta tarde. Un charco oscuro captura la profundidad y delicadeza del cielo estrellado y hace bailar las constelaciones al son de los caballos.
Las cornejas alzan el vuelo a su paso ensombreciendo la noche, dejando un rastro de plumas descosidas. ¿Dónde irán a estas horas? La oscuridad se las traga devolviendo el eco del graznido. Las sombras ya no tienen cabida, el negro se cierne de nuevo por unas pocas horas sobre las calles. Algo se ha comido a la luna y el charco ya no refleja nada. No me veo. Mejor. En los espejos siempre veo el otro yo. Por eso los rehuyo, me dan miedo.
Me pinto de gato pardo y sigo mi camino...
2 degustaciones:
Eso que dices,que no te ves,que siempre ves alotro tú...es inquietante. Por otra parte, describes tan bien la situación y recreas el ambiente con tanto detalle que hasta puedo sentir la humedad calándose en mis huesos.
Lo del espejo son de esas cosas que se escriben solas, que la libreta decide añadir al texto... creo que aún suena peor dicho así!! De momento puedo mirarme al espejo :)
un abrazo
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