En el médico



–Nada. Primero respóndeme sinceramente: ¿eras más feliz ahora que antes?
¡Feliz! Qué palabra más gruesa.
–Bueno, digamos satisfecho, contento, sereno.
–Por supuesto, mucho más sereno ahora.
–¿No decías continuamente que en la familia, en el trabajo, entre la gente, te sentías siempre aislado, apartado?¿Así que ha terminado tu gran alienación?
–Exactamente. Por primera vez, ¿cómo decirlo…? Pues que me siento por fin integrado en la sociedad.
–Caramba. Felicidades. Y de ahí el sentimiento de seguridad ¿verdad?, de conciencia aplacada…
–¿Me tomas el pelo?
–No se me ocurriría. Y dime: ¿haces una vida más moderada que antes?
–No sabría decir. Tal vez sí.
–¿Ves la televisión?
–Bueno, casi todas las noches. Irma y yo no salimos casi nunca.
–¿Te interesa el deporte?
–Te reirías si te digo que estoy empezando a convertirme en un forofo.
–¿Y por cuál te ha dado?
–Por el Inter, naturalmente.
–¿Y de qué partido eres?
–¿Cómo partido?
–Partido político, ¿cuál si no?
Me incorporo, me acerco, le susurro unas palabras al oído. El:
–Cuánto misterio. Como si no lo supiese todo el mundo.
–¿Por qué?¿Te escandalizas?
–Por el amor de Dios. Eres una cosa normal entre los burgueses. ¿Y el coche?¿Te gusta conducir?
–Ahora no me reconocerías. Ya sabes lo pelma que era antes. Pues bien, la semana pasada, cuatro horas diez minutos de Roma a Milán. Cronometrado… Pero ¿se puede saber la razón de todo este interrogatorio?
Trattori se quita las gafas. Con los codos apoyados en el tablero del escritorio, junta los dedos de ambas manos con las palmas abiertas.
–¿Quieres saber lo que te ha sucedido?
Yo lo miro estupefacto. ¿Sin querer Trattori habría detectado los síntomas de una terrible enfermedad?
–¿Lo que me ha sucedido? No comprendo. ¿Me has encontrado algo?
–Algo de lo más sencillo. Estás muerto.
Trattori no es un tipo muy dado a las bromas, sobre todo en la consulta.
–¿Muerto? –balbuceo yo–. ¿Cómo muerto?¿Una enfermedad incurable?
–Pero qué enfermedad. No he dicho que vayas a morir. Sólo he dicho que estás muerto.
–Vaya conversación. Si tú mismo hace un rato me has dicho que soy el retrato de la salud…
–Estás sano. Sanísimo. Pero muerto. Te has amoldado, te has integrado, te has homogeneizado, te has asimilado en cuerpo y alma al entramado social, has encontrado el equilibrio, la tranquilidad, la seguridad. Y eres un cadáver.
–Ah, menos mal. Es todo una traslación, una metáfora. ¡Me estabas asustando de verdad!
–Déjate de traslación. La muerte física es un fenómeno eterno y después de todo absolutamente banal. Pero existe otra muerte, que a veces es aún peor. La cesión de la personalidad, la adaptación mimética, la capitulación frente al entorno, la renuncia a uno mismo… Pero tú mira por ahí. Tú habla con la gente. ¿No te das cuenta de que al menos el sesenta por ciento estamos muertos? Y de año en año el número crece. Apagados, alisados, sometidos. Todos quienes desean las mismas cosas, quienes tienen el mismo discurso, quienes piensan de modo idéntico. Asquerosa cultura de masas.
–Historias. Ahora que ya no tengo las pesadillas de antes, me siento mucho más vivo. Mucho más vivo ahora cuando asisto a un buen partido de fútbol o cuando piso a fondo el acelerador.
–Pobre Enrico. Benditas tus angustias de antaño.





Dino Buzzati
Las noches difíciles (2010)
Editorial Acantilado, Barcelona, 318pp
Traducción del italiano de Atalaire






3 degustaciones:

Patri dijo...

...debe de ser horrible morir así... sobretodo por ser simplemente... uno más de toda esa masa zombie que deambula por ahí..

Salud.

Patri dijo...

Espero seguir viva por mucho tiempo, y no morir en vida... ;)

Un abrazo.

Aka dijo...

Eso espero, mientras te preguntes cosas e intentes descifrar tus propios sentimientos (eso debe llevar una vida entera, quizás más) seguro que no mueres en vida.

Un abrazo.