Zurce lugares y días, en una memoria desgastada de recuerdos encauzados por raíles y traviesas infinitas, mientras va deteniendo la locomotora. El anciano maquinista reconoce su último apeadero, abandona la terminal y se espanta. ¿Dónde ir? Le han despojado de las vías que lo han dirigido toda su vida.
La carcasa de una enorme ballena férrea, esa fue la sensación que le transmitió la estación la primera vez que la vio. El ruido indefinido en el cual se confundían zapatos marchantes, equipajes arrastrados, diálogos fugaces, exhalaciones de vapor y silbidos codificados fascinó al niño que llegó a ser. De sus ruidosas vísceras partían railes paralelos a la inextinguible lejanía. A tierras ignotas de ciudades veladas. Qué placer dirigir una de aquellas locomotoras y partir al horizonte a descubrir lo que allí se esconde.
Empezó de joven a trabajar en la estación. Aprendió el oficio de mecánico, a entender e interpretar el lenguaje de las máquinas, de los depósitos y cilindros y la combustión interna que les propiciaba vida. Confiando que un día podría conducir una de ellas, abandonar la panza de la ballena y abrirse al inagotable horizonte. Transportar las expectativas de la gente que se abrazaba a las maletas. Conectar las ilusiones que vivían distanciadas. Muchos cambios de pistones, quemaduras de vapor y reparación de tuberías desgastadas le sirvieron al final para que le permitiesen conducir un tren y así partir de aquel espacio cautivo para explorar los senderos férreos.
"El tren parte a las nueve y ocho minutos", respondía a los pasajeros que le preguntaban antes de subirse al vagón. Sus trenes nunca salían a la hora en punto o los cuarto de hora. Evitaba partir en minutos múltiplos de cinco. Esos horarios le resultaban artificiales. Una reducción simplista del tiempo como si éste fuese regular, predecible y divisible en porciones similares. El siempre ha tenido muy claro que no es así, que el tiempo tiene su propio calendario y su transcurrir independiente, pese a nuestros innumerables y continuos intentos por capturarlo. Por ello nunca intentó competir con el mismo, mostrándose más preocupado por el buen funcionar de su máquina y la seguridad de sus viajeros que de las agujas del reloj.
Solo una vez estuvo involucrado en un accidente. Arroyó sin poder evitarlo un automóvil que se cruzó en las vías. El ruido debió ser despiadado. La locomotora destripó el coche y arrastró su cadáver mecánico varios metros. La campiña se tiñó de un terreno inhospitalario, con el hedor de frenos quemados y hierros candentes por el que vagabundearon por unas horas sus pasajeros que no sufrieron más que pequeñas contusiones por el impacto.
–Qué ¿cuántos murieron? No lo se –respondía siempre que se le preguntaba por las víctimas del automóvil–. Qué más da, eso es incuantificable. La muerte es infinita.
Siempre rehusó hablar de aquel incidente, de rememorar en voz alta lo que le atormentaba por las noches y en sus prolongados silencios mientras se sumergía en el paisaje. Los compañeros que lo conocían desde hacía más tiempo aseguran que nunca volvió a ser el mismo. Que sus silencios eran penas atragantadas, compunciones contenidas que nunca consiguió consumir.
Hoy se ha apeado en esa misma estación por última vez. Observando la carcasa metálica que sigue conteniendo a toda esta multitud: sus ilusiones, afanes, desesperanzas, monotonías. Su figura se pierde entre el tumulto de gente preguntándose ¿qué hay más allá de las vías? ¿Qué se nos esconde tras el punto de fuga? Toda una vida en pos del horizonte y sigue sin respuestas.
4 degustaciones:
Impecable Aka, me llenó de angustia su accidente. Uno no puede controlarlo todo, y "detalle" todo lo cambia...en muertes infinitas, como dice tu protagonista. Qué doloroso lo brusco de la vida.
Y seguimos sin respuestas...
Abrazo
hola Emma, efectivamente por encarrilado que parezca que transcurren las cosas, los detalles, los pequeños sobresaltos son los que hacen que las cosas descarrilen. La vida es brusca e inesperada, tanto para lo bueno como lo malo lamentablemente... o no.
Seguir sin respuestas es lo mejor, no hay que parar de preguntar nunca. Cuando eso sucede, cuando la curiosidad se rinde, se acepta todo como viene, nos convertimos en meros transeúntes y eso no puede suceder.
un beso
interesante blog e interesante música la que cuelgas. con tu permiso me engancho.
un saludo.
Muchas gracias Antero, seas bienvenido. No requiere permiso.
un abrazo
Publicar un comentario