Jerónimo G.



  Jerónimo no se conformaba con las respuestas que ya tenía. Había en él el deseo de llegar hasta el final; mediante un pensamiento desordenado, asistemático, iba a ir encontrando un camino de vuelta al origen. Nos entregó unas hojas en las que nos dejaba ver aspectos muy personales; algunas las leí en su nombre a sus compañeros del taller.

Una madre desquiciada como aquella. Un padre ausente como aquel.
El divorcio ayuda a la generación de poetas. Nacidos dos veces,
primero para la casa, después para los caminos. Quizá después para
morir dos veces. Entonces ¿es que he podido ser de otra manera?
Una hoja de metal ¿mejor que una hoja de papel?
¿Quién elige qué?
¿Qué nos ponen en las manos? ¿Quién nos pone qué en las manos?
Veinte y cinco

  Veinticinco eran los años de su condena. En una hoja venía escrito este texto que no leí a los otros reclusos por obvias razones, pero que a mi compañera y a mí nos estremeció:

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete (una generación),
ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce (otra generación),
quince (descubrirán una nueva vacuna), dieciséis, diecisiete 
(habrán sustituido los aparatos audiovisuales que conocemos hoy por
otros no mejores), dieciocho (mayoría de edad de mi calvario), diecinueve,
veinte (sin sexo, ¿aguantará mi castidad?, Rim. amó a los varones), 
veintiuno (tercera generación), veintidós, veintitrés (ya no puedo más),
veinticuatro, veinticinco (pero el día antes un político dice que
son pocos años para un peligro social y aprueban la reforma de ley
antiterrorista que me entierre de por vida). Un cuarto de siglo
encerrado. Aquel policía se jubiló y a la vejez, viruelas, se ha
puesto un tatuaje en la huella que yo le hice.



Javier Sáez de Ibarra
Mirar al agua, cuentos plásticos (2009)
Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 189pp


















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