Árbol de familia



  Desde entonces he dado muchas vueltas a lo que ocurrió aquella mañana, a lo que vulgarmente llamamos una corazonada o intuición, y siempre me encuentro frente a un camino que se bifurca, como los jardines de Borges. Por un lado estaría la acepción positiva, de amable transitar, la que nos lleva a pensar que es una reacción sorprendente que aspira a un bien inesperado, una acción ilógica que espanta la rutina, se avienta con ello el aire enrarecido de lo cotidiano igual que se ventila un cuarto cerrado. Luego aparecerá el sendero árido, el que dice que no es más que una estupidez hinchada de ínfulas sentimentales, una equivocación que solo podemos acometer en un momento de enajenación.

  He dudado sobre cuál es el tipo de sendero en el que di mis primeros pasos aquella mañana, y sin duda debí optar por volver a casa, no debí coger aquel autobús, a veces es mejor no saber, dejar que los recuerdos ancianos envejezcan y se vayan desafinando como un piano abandonado hasta pudrirse, es mejor no recoser según que retales, sobre todo si tienen ya sesenta años y ya no te afectan para nada, y lo del abuelo era algo así, una reliquia curiosa, un naufragio cubierto por innumerables capas de légamo hasta casi borrarlo y que ahora yo, sin mediar motivo, parecía emperrado en destapar […]



Fernando Clemot
Estancos del Chiado (2008)
Paralelo Sur Ediciones, Barcelona, 198pp 
















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