Santa Senyora del Bosc



Se llega hasta ella a través de un estrecho sendero que se va adentrando en el fondo de la riera, el bosque seco al principio va volviéndose tupido y la vegetación superponiéndose una sobre la otra. Los pinos quedan atrás y dominan las encinas y algún que otro roble grande en algún recodo oscuro y húmedo. De sus ramas, cubiertas de líquenes en su cara norte, cuelgan largas lianas y enredaderas que descienden desde las copas hasta los pies del camino arcilloso que me llevan al lugar. Hay algún tronco caído, sus vísceras, en descomposición, son ahora el hogar de cientos de insectos que lo devoran por dentro hasta reducirlo a serrín, polvillo amarillento que desprende un intenso aroma de humedad. En algún que otro recodo el aire está inundado por la esencia del otoño que viene, la de las setas que empiezan a emerger entre la hojarasca. La senda se bifurca y una de sus ramas me lleva pendiente abajo, por un paso más estrecho aún, una bajada corta y empinada que sigue el rastro del agua cuando llueve, una zanja abierta por los pequeños torrentes va ribeteando el camino terroso hasta alcanzar un pequeño claro en el bosque. Una explanada diminuta que acoge tres grandes robles que se abren de brazos a un cielo que es un zumbido, el ronroneo incesante de cientos de abejas que vuelan entre las flores de un durillo de porte arbóreo recostado sobre uno de los robles.

La rambla que surca el sombrío valle tiene allí una fuente, una antigua losa que sigue en pie desde el siglo X con una boca de hierro que escupe un pequeño hilo de agua, un filamento que apenas es hilo, sino un goteo constante, que escasamente alcanza para encharcar su base, tan sólo embarra un suelo sediento. Más allá del manantial resulta imposible seguir bajando, arbustos, zarzas y enredaderas sellan el camino del cauce enjugado que se extravía en la penumbra vegetal. Si subo una ligera pendiente por un camino que lleva tiempo sin ser transitado llego a lo que queda de la ermita de Sant Vicenç del Bosc. Su base y muros son de poco más de un metro desde fuera, casi tan anchos como altos; desde su interior, tras descender tres escalones, las paredes de piedras sueltas parecen algo más altas. Musgos, líquenes y helechos habitan los pedruscos que las conforman. Parte de uno de ellos convive con dos encinas que encontraron entre sus minerales donde plantar su simiente y ahora se elevan sobre la ermita configurando una nueva bóveda verde por donde pasea alguna que otra pequeña ave.

Queda en el centro un pilar de piedra, una losa recostada a sus pies con una cruz rascada, y un ramillete pequeño y delicado de flores secas que alguien dejó allí hace mucho tiempo. En el lado izquierdo del pilar aparecen cincelados unos cuantos símbolos, la mayoría de ellos demasiado desgastados para leerse, pero uno si es reconocible. Uno de ellos es un mapa. Un mapa de T en O: Orbis Terrae. Un círculo, una letra circular que representa el océano que circunvalaba el mundo y en su interior una letra casi transformada en cruz cuyo brazo largo representa el mediterráneo y los cortos, el Nilo y el mar Negro y el río Don. Arriba Asia, abajo a la izquierda Europa y a la derecha África. Una visión cristiana del mundo, lejos de la realidad terrenal, apartado de la cartografía de los navegantes, un mapa espiritual en cuyo centro yace Jerusalén. El círculo es el “Océano de las tinieblas” o “Mar tenebroso”, como era conocido por los cartógrafos musulmanes del medievo el océano Atlántico, el cual asumían se extendía desde las costas más occidentales de Europa y África hasta las costas de Asia dentro de una esfera que contenía sus aguas y tierras. Descubrir el continente americano debió ser un enorme impacto, una ruptura radical con la visión simbolista del mundo, el mundo divino, el creado por Dios, escondía una nueva tierra que no entraba en la concepción perfecta que representaba el círculo. ¿Había escondido allí Dios el Jardín del  Edén? ¿O deambulaban por allí demonios y otras bestias ajenas al mundo de Dios?

Dicen que sobre el pilar hubo en su tiempo una pequeña figura de madera, de poco más de treinta centímetros, que representaba a la virgen María. Se la conocía como Nuestra Señora del Bosque (Santa Senyora del Bosc), que un día se apareció a un joven pastor que sacaba a pasear a sus ovejas por los alrededores. Acostado a la sombra de un algarrobo escuchó el mugido de los bueyes que araban los campos de los alrededores. Todos ellos, sin excepción, caminaban lentos, pero decididos, en procesión hacia el bosque. Los bóvidos se hundían en la vegetación, llevándose por delante lianas y enredaderas, las zarzaparrillas coronaron sus cornamentas con las que apartaban ramas, abriendo sendero con sus pesadas pezuñas. Las ovejas se sumaron a la procesión, así como los canes que debían contenerlas en los campos, gallos y gallinas que corrían por allí sueltos también se sumaron a la comitiva. El muchacho siguió a sus ovejas, no podía perderlas. Siguió el desfile de bestias por el bosque hasta llegar a aquel pequeño claro, donde la vio. Estaba allí, cerca de la fuente, la pequeña talla de la virgen a la que todos los animales rendían pleitesía, todos ellos emitían sonidos, desde los mugidos de los bueyes, al balar de las ovejas, el cacareo y cloqueo de gallos y gallinas, el piar de las aves desde de las ramas, el zumbido de los insectos y el croar de los sapos que habían seguido el torrente. Era un estruendo gigantesco para recibir la aparición de la Señora del Bosque. La ermita se levantó para dar cobijo a quien tenía a la naturaleza por hogar. El artificio invadió lo natural con su materialidad, su espiritualidad no era suficiente, había que dejar constancia de la misma. Darle forma. Hoy su materialidad casi ha desaparecido. Poco queda de ella y sin embargo al haber sido conquistada de nuevo por la nada, por el entorno, la obra se vuelve aún más material que antes. Su magia es más perceptible que antes, como lo es el papel en un libro de páginas en blanco, o la tela de un lienzo vacío. El vacío, el silencio, la nada, tienen su propio mensaje.

Si uno arrima el oído al muro encarado el este puede oírse una serie de sonidos extraños enjaulados dentro de la piedra. Son pasos. Pies acolchados de jaurías de lobos que trotan en círculos. Se escuchan metálicas las uñas desgastándose en su camino. A pesar de los helechos y los musgos, allí no huele a humedad, el aire es cálido y uno parece estar rodeado por un grupo de canes echándole el aliento, todos ellos con la lengua colgando entre sus colmillos. La ansiedad se huele en ese rincón. La Señora del Bosque encerró a los lobos dentro sus rocas para proteger el ganado de las bestias que habitaban la foresta. Cedió a las demandas de los humanos. Cuando cayó el techo y con ello parte del muro, muchos de ellos quedaron liberados. Saltaron, atravesando la pared, al mundo del cual habían sido excluidos. Reivindicando su naturaleza depredadora. 

Hambrientos, bajaron hasta la aldea. Se les vio rondando junto a los jardines del monasterio. Eran grandes, negros, sombras invisibles al amparo de la noche, con dos puntos de luz. Dos ojos extremadamente blancos, cuencos de leche carentes de iris y pupila. En la noche inacabable de las piedras que los habían retenido, la visión se había sacrificado. La superioridad moral de los animales está fuera de duda. Sólo el hombre piensa conscientemente en el mal mientras sonríe al vecino. El animal no piensa, ni habla, ni siquiera sonríe. Ni vive para matar, ni mata para imperar. Ataca solamente cuando le va la vida en ello. El animal es pacífico e incluso temeroso. La guerra contra las bestias es un conflicto humano, ajeno a los animales. No ha habido nunca disputa entre el hombre y los animales, siempre ha sido una agresión desde lo humano sobre lo animal. Los lobos que deambulaban por las calles no eran la causa sino la consecuencia de la opresión que el hombre había ejercido sobre ellos. Cuentan que aquella noche algunos vecinos desaparecieron, que nunca más se supo de ellos. Sus cuerpos se esfumaron. No había más rastro de la violencia desencadenada por las bestias liberadas que la desaparición de algunas personas. Ni sangre, ni huesos, ni gritos. Una ausencia silenciosa. 
Tampoco los lobos volvieron a ser vistos.
Ni la efigie de la Señora de Bosque se encontró entre los escombros del techo desplomado.
Poco a poco volvió a oírse el color de la naturaleza.
Quien canta siempre una melodía del otro mundo.

Nos alejamos de ella, la destruimos, porque cuando oímos nuestra propia melodía, la que habita nuestra alma, pero no cantada por ella misma, sino emitida por algo o alguien que está fuera físicamente de a quien pertenece esa melodía, sentimos miedo. Nadie puede escapar al dictado imperiosos de esa voz. Cuando alguien se encuentra frente a aquel llamamiento de su propia alma exteriorizada, la atracción es fatal. Por eso se evita. Siempre se ha evitado escuchar a la naturaleza. Para evitar que nos penetre de nuevo.




6 degustaciones:

elmaquinistaciego dijo...

Hola, Aka.
Por cómo describes siempre todo tan detalladamente, con precisión pero sin artificio, siempre me quedo con la curiosidad de si tienes una memoria prodigiosa, una imaginación desbordante, o ambas y un cuaderno en el que escribes lo que vas viendo, exterior e interiormente, parándote a ratitos en tus paseos para no perder nada ;)

Un relato para pensar, y también para dejar la mente en blanco. Por un lado, tantas veces es la ruina, el deshecho, la mayor -si no la única- prueba fehaciente de la verdadera existencia de algo, como si supiéramos que ha existido sólo porque quedan sus restos entremezclados con la naturaleza. Y por otro lado, esa misma, la naturaleza, y el hecho de que, como bien dices, 'la guerra contra las bestias es un conflicto humano'. Supongo que queremos esa maldad intrínsecamente humana tenga su reflejo y correlato en lo animal, como si eso nos diera una coartada y una justificación para todo. Quizás sea duro en exceso admitirlo como especie y, sobre todo, como individuos. Evitamos escuchar a la naturaleza para que no se nos meta dentro de nuevo, no sé si porque ya no sabemos cómo convivir en y con ella, o porque esa misma mezquindad hace que ni siquiera queramos.
O quizás hay una edad para todo, incluso para el gusto por las ciudades y el 'jaleo', porque yo misma, llegado este punto, sólo quiero montaña, y río, y mar (aunque me sigan dando pavor tantas cosas que allí habitan...) Habrá que 'deseducarse' de tanta urbanidad ;)
Un relato fantástico, como esas ruinas que tanto me gustan ;))
Un abrazo grande.

Aka dijo...

Hola, Maquinista.

Supongo que será una mezcla de ambas, la imaginación no la llevo muy bien :), así que más bien supongo que hago uso de memoria y experiencias para describir las cosas, eso sí, la mayoría de las veces con poco afán realista, es decir mezclando cosas de aquí y allá, haciendo un collage de memorias. El cuaderno, me gustaría llevarlo más a menudo, últimamente suelo volver a tener uno pequeñito conmigo, pero muchas veces no lo cargo para evitar llevar un bolso conmigo donde llevarlo si salgo de paseo. El otro día, cuando descubrí la ermita, que esta sí es real, no llevaba la libreta conmigo e intenté memorizar detalles pues sentí la necesidad de escribir sobre el espacio... no sé muy bien porqué. Luego buscando fotos me di cuanta, que la cruz no estaba en una lápida como he escrito sino que es una cruz tal cual en lo que queda del altar columna, no sé, la recordaba como gravada en una losa :)

La naturaleza relaja, inspira y al mismo tiempo asusta, hay tantos miedos asociados a ella. A la oscuridad, a sus sonidos, y como bien dices a la que llevamos dentro, a ser consciente que esa "humanidad" con la que nos hemos vestido esconde debajo unos instintos y unas conductas que siempre nos han resultado difíciles de controlar. Instintos que van desde lo mejor de nosotros a lo peor.

Justo ayer leía un artículo que me pareció muy bonito, que se basaba sobre un estudio en el cual científicos ingleses revelaban que los niños ingleses identificaban mucho mejor las "especies" de pokemón que especies de plantas y animales del campo inglés, poniendo en evidencia la desconexión actual de la gente con su entorno natural (considerando que las ciudades y pueblos sean artificiales). El autor a partir de allí redacta anécdotas con su hijo en salidas al campo y la inspiración para escribir libros infantiles que den valor a los nombres de las especies locales, no sólo las categorías de pájaro, árbol, insecto, que todo niño sabe identificar (o eso espero), pero dando nombre a cada uno de los diferentes pájaros, todos los distintos árboles, etc... pues si no se conocen las cosas como se espera que al crecer aprecien o reaccionen al leer que el cóndor se extingue, que los rinocerontes apenas se dejan ver, que incluso los gorriones comunes han dejado de ser comunes, que las mariquitas antes a miles ahora cuesta de encontrar, que las amapolas ya no crecen en los márgenes de los campos, etc...
En fin, que habrá que recuperar todos esos nombre coloquiales de nuestros animales y plantas para que no se pierdan, para que se aprecie la riqueza, que no sólo hay pájaros, sino muchos tipos de pájaros, y cada uno vive y tiene una costumbres diferentes.

Y ahora, ya sí que te dejo, que si me dejo llevar por estos temas, no paro :) Volviendo a la pregunta inicial, y luego callo, en serio, es muy posible que la formación profesional agudizase mi gusto por detenerme por los detalles, o al revés, la curiosidad innata me llevo a esa profesión. Durante la carrera yo era de los que prefería fijarse en los insectos, lagartijas y sapos que iban por el suelo o los ríos, era, como los botánicos, los que nos llamaban los "pescuezos rojos" por siempre con la cabeza gacha buscando cositas por el suelo o mirando en los agujeros, los otros, "los pajareros" que gustaban de mirar aves eran los "frente rojas" pues pasaban más tiempo oteando el cielo y copas de los árboles con los prismáticos. Los de bata y laboratorio eran "los pálidos" los que no salían al campo. Y ya está, mi última anécdota :)

Gracias por pasarte, como siempre.
Un abrazo y buen fin de semana.

Carmela dijo...

Realmente he caminado entre los árboles, arbustos y matorrales hasta la ermita o más bien, hasta las ruinas de esa ermita. Y he visto los líquenes, los troncos caidos y hasta he olido el olor húmedo del serrín de los troncos. Tienes una extraordinaria cualidad, que voy descubriendo día a día en tus textos. Más que describir, dibujas la escena y es fácil sentirse dentro de ella.
Te confesaré que me cuesta mucho recordar los nombres de los árboles, y eso me trae a la memoria a mi padre haciendo crucigramas en su butacón del salón, poco antes de la cena (horario inglés el de mi padre, todo siempre a la misma hora) y preguntándome: árbol de hojas puntiagudas que ……. . ¿cuál es?, y yo diciéndole, ni idea papi, sabiendo que me diría, pero tú no eres ya casi bióloga, con una sonrisa burlona. Y yo, contestándole, siempre lo mismo, soy bióloga pero no de plantas, la botánica aprobada por los pelos jajajaja siempre la misma broma cariñosa en sus ojos.
Pues eso, Aka, una descripción que he visualizado como si estuviera allí. Y esas ruinas, los restos de muros y los símbolos casi borrados. Y la imagen de la Señora del Bosque, quizás porque acabo de ver a la del Pilar, o mejor dicho a imaginarla, porque mira que es pequeñita jajajaja, pues me encajaba perfectamente que fuera también pequeñita.
Lo que me ha encantado es esa procesión de animales hacía el punto donde se supone que apareció la virgen y el giro vertiginoso del texto hacía la presencia de los lobos encerrados entre los muros y la salida de estos hacía la aldea. Y desde este punto, esa perfecta conjunción entre el relato en sí y los pensamientos sobre la naturaleza humana y la naturaleza animal y la propia naturaleza.
Creo que la naturaleza tiene su propio lenguaje y que ese lenguaje somos capaces de oírlo si le prestamos atención, pero también creo que a veces es tan evidente la acusación callada y silenciosa de lo mal que lo hacemos, que huimos de escucharla
y nos rodeamos de ruidos para sentirnos “protegidos”.
Me ha encantado, Aka. Estoy poniéndome al día de tus textos y los de Maquinista y es un verdadero deleite zambullirse en vuestras letras.
Un abrazo enorme y buena semana.

el maquinista ciego dijo...

Aka, permíteme que dude lo de que no llevas muy bien la imaginación ;)
Me parece maravilloso ese proyecto. Maravilloso y tristes las conclusiones, aunque impulsarán a que más gente haga como este padre y se lleve a sus niños al campo para contarles el mundo, el de verdad, el que se puede sentir y percibir, el que da sentido a la experiencia de estar vivo.
Personalmente, la ignorancia sobre las plantas y animales es una de mis mayores losas y 'cargos de conciencia', sobre todo porque mi madre es una enciclopedia andante de la botánica local y sus usos para remedios de todo mal.
Durante años hice muchas actividades con niños y jóvenes, e intenté hacer algo parecido (Paseando cos avós -paseando con los abuelos), para que hiciéramos salidas conjuntas al campo y que nos dijeran qué era lo que veíamos (en este caso en gallego). Nunca entendí que 'los de arriba' no lo vieran como, además de una actividad muy entretenida, saludable y todo eso, muy necesaria, imprescindible casi. Necesaria por lo que tú dices: si no conocemos y podemos nombrar las cosas, tampoco apreciaremos su importancia ni sufriremos por su desaparición. El ser humano necesita nombrar las cosas, representarlas en su cabeza, al menos para hacer comunidad. Supongo que si se encuentra aislado, no lo necesita para construirse a sí mismo, porque quizás la simple percepción a través de un código creado y descifrado por ese individuo sea más que suficiente para que su cerebro se retroalimente y se explique a sí mismo lo que sucede a su alrededor y cómo le afecta, qué importa que nadie más lo entienda si no hay nadie más... Y ya ni hablar de casos extremos como, por ejemplo, ¿qué percepción tiene del mundo alguien que sea sordo y ciego al mismo tiempo? Es un ejemplo, pero siempre me ha fascinado la idea, tanto la de cómo se relacionan con el mundo como la de cómo otros seres humanos logran establecer comunicaciones y enseñanzas. Me parece fascinante, supongo que porque me parece impresionante por ambas partes, y no me veo capacitada -aunque todo es verse en ello, al final la vida siempre se abre camino, aunque sea a través de la piel o la simple vibración de la energía que emitimos todos...
Al leer tu comentario pensé que ojalá escribieras algo sobre esto, así que mira tú, muchas gracias por Rabdomantes ;))
Y por supuesto gracias por la anécdota de los diferentes 'tipos' de biólogos. No dejes de 'enrollarte' para contarnos cosas así, por favor!
Carmela, gracias por tus lecturas, y muy acertado lo de que nos rodeamos de ruidos para sentirnos protegidos. Curioso cómo tantas veces es el caos y el estruendo lo que nos da sensación de orden y calma. Qué miedo y qué vértigo pensarlo...
Por suerte -al menos por ahora- siempre nos quedará algún que otro paseo tranquilo, si hace falta de mañana o de tarde, para no morir de miedo en la oscuridad ;))
Abrazo fuerte a los dos también.

Aka dijo...

Me gusta la idea de dibujar escenas Carmela, de hecho mi mayor frustración es la de ser un mal dibujante, cuando el dibujo siempre me ha encantado... así que si lo que no consigo satisfactoriamente nunca con el lápiz, lo consigo con las palabras, me quedo algo más contento :)
Yo también soy muy malo con los nombres, hubo un tiempo en el cual con los compañeros nos animábamos los unos a los otros en una suerte de competencia sana por identificar plantas y animales cuando salíamos de excursión los fines de semana o los veranos, pero con el tiempo, mucho de lo aprendido ha ido cayendo en el olvido. Imagino que por ello acabé dedicándome a la ecología evolutiva, los conceptos se me han dado mejor que los nombres. Pero me identifico y solidarizo totalmente contigo :) Tenía amigos y a mi propio abuelo que siempre me venían con lo de "que venga el biólogo y nos diga que es esto". Cuando no lo sabía era como defraudarlos y los mandaba a consultarlo en una guía :)
Tienes razón en cuanto al lenguaje de la naturaleza, más allá del nuestro, en este sentido creo que con tus fotos de paseos por la playa sabes captar una parte de ese lenguaje de la naturaleza que una imagen puede expresar mejor que las propias palabras, al menos mostrarla sin la intromisión humana, aunque es imposible evitar tu punto de vista incluso cuando se encuadra una foto. Al menos yo imagino, sin haber estado nunca, esa playa con sus arenas, las flores que crecen en ella y los numerosos invertebrados que habitan sus arenas y aguas. El blog es, al margen de los poemas, un precioso compendio de su naturaleza, de su silencio, porque en ellas lo que veo es silencio... aunque nos refugiemos tan a menudo en el "ruido" como dices, requerimos escapar al silencio de la naturaleza, quizás para reencontrarnos con esa naturaleza que sigue innata dentro de nosotros.
Muchas gracias por tu visita, como siempre, es un placer que dejes por aquí tu huella :)
Un abrazo enorme y buena semana!!

Aka dijo...

Lástima que el "Paseando con avós" no acabase de ser comprendido, porque me parece una idea genial, tanto para unos como para otros, para salvaguardar el conocimiento de los unos y entender ese mundo que se esfuma ante nuestros ojos, y para revivir la curiosidad y la vitalidad de los más jóvenes para los otros. Me parece un proyecto de lo más bonito. Mis abuelos maternos del pueblo también tenían un gran conocimiento del campo y de las setas, hoy me arrepiento de no haber ido más con ellos a buscar setas en otoño y aprender todo lo que ellos sabían... hoy que me encantaría, mi abuela ya no está para ello y mi madre nunca mostró mucho interés por ello, así que hemos perdido ese conocimiento a nivel familiar. Una pena.
Sin duda, lo de nombrar las cosas imagino que debe ser una necesidad más social de comunicación de que percepción individual, supongo que la memoria no requiere nombres, que puede memorizar formas, olores, colores y texturas... todo un mundo de lo más interesante el de la percepción. También yo me he cuestionado como debe ser el mundo de un ciego de nacimiento que nunca ha experimentado la visión, su "visión" del mundo sin duda debe ser muy diferente, basada en otras cosas. Me parecen interesantes en este sentido, algunos de estos "transhumanistas" que incorporan elementos extras en su cuerpo, a modo de ciborgs, para tener sensaciones extras, como sentir los campos magnéticos o diferentes onda de luz, que otros animales tienen pero nosotros no. Justo leía, sin entender muy bien, a un físico-biólogo que abogaba que la selección natural había dado lugar a que nuestra percepción del mundo sea irreal, la mejor para sobrevivir pero no por ello para ajustarse a la realidad exterior, diciendo algo así, como que nuestra realidad está solo en nuestros cerebros. Tendré que profundizar algo más en ello y seguir con el Rabdomantes, que algo más exige... así nunca acabo nada, voy abriendo textos y no acabo ninguno :)

Un abrazo bien fuerte a las dos, gracias por pasar y comentar!!
Voy a mirar de alejarme hoy del ruido, me ha saturado y requiero del ruido de la naturaleza.