El sueño de un zapatero




Aquella mañana tu abuelo despertó quejándose de la mala noche pasada. Tu madre, sentada en la cocina, relata la visión de las aves negras que tuvo tu abuelo aquella noche acunado por el peso de los párpados. Tres cuervos, recuerda bien el número que mencionó a tu abuela, le habían atosigado. Caminaba cuesta abajo por la calle adoquinada de su casa en Croacia, dirección al mar, con el trio de córvidos a sus espaldas. Sombras indefinidas que revoloteaban arriba y abajo, sin alejarse, cerca de sus hombros, al ritmo de sus lentos y cautelosos pasos por la pendiente. El mar estaba allí, ante sus ojos, aguardándole, azul, intenso, bajo la luz del sol mediterráneo, con la brisa salitre acariciándole las mejillas, pero no lo alcanzaba. La calle se dilataba estirándose bajo sus pies exhaustos. Los pájaros, sus sombras, le gritaban a la altura de la oreja. Primero a un lado, luego al otro. Cuando abrió los párpados estaba agotado y los oídos le pitaban, albergaba un enjambre de insectos en sus cavidades más internas.

Ella no prestó mucha atención a sus quejas, no era la primera, ni la segunda, eran muchos años de quejas, muchas las veces en las que los sueños perturbaban su descanso, pero aquella sería la última vez que lo escucharía. Aquella tarde, tras el almuerzo se tumbaría a descansar y no volvería a levantarse. Cuando la abuela lo descubrió, no supo que hacer. Fuera, en la calle, nadie se fiaba de nadie. Los croatas católicos buscaban a los serbios ortodoxos para, en el mejor de los casos, expulsarlos de la ciudad. Los bosnios allí eran una entidad difusa, ni amigos ni enemigos de nadie, una minoría despreciada e ignorada. Ella estaba sola, con el abuelo en la habitación, y allí lo dejó todo el día, hasta que llegó la noche y se deslizo en la cama junto a él. Allí todos vivían alucinados, descarnados, como embadurnados en cal, hablando y pensando sin carácter alguno, actuando como un sólo ente, un sólo hombre, con una voz inmunda. La voz de una muerte viva que caminaba por los Balcanes de la costa a las montañas.


A la mañana siguiente la abuela descubrió que el cuerpo de él seguía allí. Que no era una ilusión. Que era una realidad. Que de noche los cuervos se habían llevado lo que lo constituía, dejando allí sólo la vasija del cuerpo. Unas manos pesadas llenas de callos de zurcir zapatos viejos junto al paseo de la playa.   





9 degustaciones:

elmaquinistaciego dijo...

Hola, Ala.

Desgarrador relato, sobre todo por la simpleza de lo cotidiano. En las guerras o los grandes conflictos, es lo pequeño, lo individual, lo que acaba expresando mejor esa colectividad secuestrada por una sola voz. Aunque en el día a día, mientras están teniendo lugar, sea el estruendo lo único que se oye, lo que es un verdadero reflejo de la barbarie es esa mujer que, más allá del dolor por la pérdida de su compañero, está paralizada por los muros sociales que le impiden ir a buscar ayuda y consuelo.
Aquí todavía es habitual velar a los muertos en casa. No lo entendí y lo rechacé siempre de modo visceral hasta que el muerto fue mi padre. Ahí entendí. Entendí que mi madre lo quisiera en casa hasta el último segundo, entendí que en medio del dolor, esa última visita de los vecinos, amigos y seres queridos da gran calor y consuelo, a ellos y a nosotros, que es una muestra de respeto al muerto y a los vivos, y entendí que un muerto es una vasija, y que se puede dormir con él en casa. Que cada uno decide con qué pedazos se queda del vivo que fue, y entendí que pocas cosas más terribles debe de haber que no poder enterrar -o lo que sea- a tus muertos como tú o ellos quieren, y no me quiero ni imaginar lo que es tener que gritar todo tu dolor hacia dentro.
Imagino a esa mujer siendo ella misma una vasija que implosiona, quedando también sólo el molde externo, pero por dentro todo estallado, lleno de cuervos con un incesante batir de alas...
Genial y terrible texto. Preciosa la música.
Acabaré Rabdomantes, me está encantando ;)
Un abrazo grandote y buen finde!

elmaquinistaciego dijo...
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Aka dijo...

Muchas gracias Maquinista por el comentario, pero sobre todo por compartir la experiencia vivida. También yo le tenía o le sigo teniendo pavor al velar a los muertos, sea en casa o en un velatorio, debo reconocer que la idea siempre me ha resultado incómoda, pues nunca he sabido como comportarme. Creo que en mi caso es un gesto de egoísmo, o quizás sea sólo timidez, quizás me cueste aceptar la muerte de los queridos, no sé. Cuando mi abuelo murió, me costó mucho entrar con mi abuela a velarlo. Ella estaba encantada, no por la muerte, pero imagino, como dices en el caso de tu madre, de poder despedirse personal y socialmente de su marido. De velarlo y recoger la gratitud de familiares y amigos de toda la vida, de la gente del pueblo y de la fábrica, en cambio a mi toda esa gente, muchos desconocidos, me incomodaban, los veía como "competencia" que me impedían despedirme individualmente con la calma que deseaba, deseaba un momento a solas, soledad, y no la encontré en ningún momento. No fui capaz de expresar mi sentimiento entonces, pero al menos luego entendí que a mi abuela aquello le ayudó, y eso era lo más importante. Sin duda no poder despedirse como uno desea debe ser lo más horrible, eso lo han entendido siempre los "profesionales" del dolor y por eso saben que no hay nada peor que hacer desaparecer a alguien, privar a la gente de esa calma debería ser un crimen y se me cae la cara de vergüenza cada vez que escucho aquí que no hay que reabrir heridas, cuando lo que no han podido hacer nunca es cicatrizar, porque siguen nuestros campos llenos de desaparecidos. En fin, una tragedia, que como bien dices, donde mejor queda reflejada es en la gente normal, en su día a día, lejos de los despachos, de los frentes "heroicos". Una vez un amigo sociólogo colombiano me dijo que la historia debería narrarse con las vidas de las mujeres, los niños y los ancianos, que dan una perspectiva más humana y menos sesgada de la realidad y menos de los hombres, sobre todo cuando son políticos o soldados, al margen de sus tragedias, sus condiciones son excepcionales, las de la población que sufre la historia, no lo son. Son la realidad de toda la ciudadanía (iba a decir pueblo, pero ando tan cansado de escuchar estos días esta palabra por todas partes y de todos los colores que le he cogido afección a la misma).
La música, es música tradicional bosnia, se llama Sevdah, el estilo. Creo que ya lo expliqué muchos años atrás, quizás fue a ti, o quizás fue a Vera, pero me arriesgaré a repetirme :) de que se trata de una música de raíces otomanas y sefardíes, que la palabra deriva de una palabra árabe que significa "negro" (algo más drástico que el "blues" afroamericano) para designar los humores clínicos de melancolía y tristeza. Son letras siempre tristes de añoranza por la tierra o las personas, "morriña" (en castellano no se me ocurre mejor palabra que la expresión gallega para englobar todos estos sentimientos, nostalgia, creo que no expresa lo mismo). Por cierto, la palabra "saududae" (perdón si está mal escrita) de los fados portugueses y gallegos proviene de la misma voz árabe de tristeza o melancolía, que el sevdah. Cuan conectado está todo cuando se empieza a tirar de los hilos :)
Bueno, te dejo... que empiezo a escribir y no acabo :)
Espero que las cosas por Galicia vayan bien, tras los horribles incendios, y que la gente reciba la ayuda y apoyo necesario para seguir adelante, pues tras un incendio es mucho lo que se pierde y la recuperación es lenta. Muy lenta. Imagino que fueron días terribles que no vuelvan porque el gobierno se responsabilice y ponga más medidas para que estas tragedias no sean cada año noticias :(
Un abrazo y muy buen fin de semana!!

Carmela dijo...

Hola Aka, algo me pasa que bloguuer no me actualiza tu blog, me asomé por ver si habías seguido con Rabdomantes y me encuentro que hay dos entradas nuevas!!, bueno, ya veré que es lo que pasa.

La entrada es tremenda. Tremenda en lo que cuenta, pero magnífica. Apenas llego a imaginar lo que esa mujer sintió ante la situación de la muerte de su marido y el miedo a acudir a alguien. La soledad tan inmensa que debió de sentir al encontrase sola en el mundo. Sola sin él, sola sin nadie, sola. Una soledad abrazada a su piel cansada. La imagen del sueño del abuelo es buenísima, caminando hacía el azul del mar pero sin llegar a alcanzarlo, y ....esos pájaros acosándolo.
De velar a un ser querido, no puedo comentar, al menos de momento, cierro los ojos y aun veo a mi hermano y es demasiado el dolor que me invade, solo añadir que poder despedirme de él, a solas, es lo único que aun hoy me reconforta.
La música, al igual que a Maquinista, me ha encantado. Y también deseo que la huella del fuego se vaya mitigando en lo posible, aunque debe de ser terrible.
Un abrazo Aka, que te tengo en la cabeza por todo lo que estamos viviendo.

elmaquinistaciego dijo...

Lo que cuentas de la 'saudade' lo recuerdo, no sé a quién se lo explicabas, pero gracias igualmente por volver a contarlo (por mí misma no me habría acordado ;)
Es cierto, en los velatorios y entierros uno puede querer egoístamente (sin connotación negativa) estar a solas, yo misma odié mucho el bullicio del momento final, toda esa gente agolpada mientras mi madre chillaba cuando ponían el cemento... pero al final supongo que, quitando momentos como ese último, entendí que mi padre no era sólo mío, ni de mi hermano, que también era de todos los que lo querían, pero sobre todas las cosas, era el compañero de mi madre. Allí no cabían más decisiones que las suyas, por eso es tan terrible la soledad inmensa de esa mujer, que bien representa la de todo su pueblo.
Y sí, muy triste el uso de la palabra 'pueblo', y del propio pueblo, estos últimos tiempos. Igual que Carmela, me acuerdo de ti con todo esto. No sé cómo acabará, pero la herida ya es demasiado grande, dolorosa y fea, y hay demasiado ruido y muy poca reflexión.
Otro abrazo grande.

elmaquinistaciego dijo...

Carmela, ayer pensé que te había dicho también que siento mucho lo de tu hermano. Un abrazo grande grande grande. Y bicos.

elmaquinistaciego dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Aka dijo...

Hola Carmela,

si, creo que no hay mayor soledad que la soledad en sociedad. La soledad buscada, la soledad en la naturaleza, tiene belleza, tiene el encuentro con uno mismo y con el mundo, pero la soledad en sociedad, bien por un conflicto reinante social como el descrito, o por aislamiento personal, depresión, ansiedad, etc... es horroroso. No ayuda sino que agudiza.

Siento mucho lo de tu hermano, y entiendo perfectamente que te reconforte el haber podido despedirte de él a solas. Al igual que Maquinista te mando un abrazo muy muy grande, por lo que pueda reconfortar en estos momentos.

Y otro abrazo por acordarse de uno por lo que pasa por aquí, aunque intento ya desconectarme. Reconforta que piensen en uno.

Me repito, pero, te mando como despedida un nuevo abrazo (que empalagoso ando hoy).
Uno grande, de esos de oso.
Y esperar que tus ojos se llenen de azules, del cielo y del mar.

Aka dijo...

Tienes razón Maquinista,

las personas nunca son nuestras, son de muchos, aunque eso cueste muchas veces de asimilar. Quizás lo bonito esté en aprender a ver así las cosas, que no somos seres cerrados con nuestras pocas conexiones sino parte de un grupo grande y abierto. Muchas gracias por tus reflexiones.

Y, al igual que Carmela, por tenerme en algún momento en vuestras cabezas. Como le decía a Carmela, llevo días intentando desconectar, aunque resulte del todo imposible. Pero constatar las mentiras e infamias que se lanzar desde todos lados es lo peor, y como dices no hace más que agrandar la herida. Nunca he sido nacionalista, ni de un lado ni del otro, quizás por mi visión romántica anarquista del abuelo o por el hecho de ser medio alemán y haber vivido siempre con tradiciones alemanas, catalanas y "españolas" (entiéndase no catalanas) conviviendo bajo el mismo techo. Más los años pasados fuera y contar con amigos de todo el mundo. Me cuesta aferrarme a una bandera, lo que no quita cierto amor al "terruño" donde crecí, pero del que de alguna manera he encontrado replicas, más o menos, en otros lugares. En fin, que me enrollo. Pero que duele leer las mentiras y el odio que se lanzan unos y otros y tan pocos tirando puentes... y encima, como sucede en todo conflicto, al final todos cargan contra los puentes, pues nadie quiere que otro pase a su lado.

Un abrazo grande y buena semana a las dos!!