Ella



Te escribo porque no quiero perderte en unas memorias que se reescriben continuamente hasta perder su esencia. No quiero ser prisionero de un pasado ficticio, ni mejor ni peor, quiero leerte algún día con el amor que siento estos días por ti. Con tus contradicciones y tu rabia, con tu odio y tus frustraciones. Aunque duelan, porque lo hacen, son punzadas irritantes, prefiero mantener vivo en el día de mañana esta visión que cualquier otra. Es precisamente el pasado, uno demasiado presente, una de las principales causas que nublan tu día a día. Posiblemente, sea también la otra cara de la moneda; la intensidad con la que puedes exprimir la vida cuando la música, el arte o el placer simple y sincero de vivir vela el lastre de antaño. Fueron, son, esos instantes los que me cautivaron. Deseaba ser capaz de dejarme llevar por ellos como tu lo hacías, sin pensar en nada más, dejar atrás el lastre analítico que me conforma. Te seguía e imitaba para aprender de aquel hacer humilde y alegre. No sabía entonces que tras aquellos momentos se proyectaba una extensa sombra, un manto del cual incluso llevando años tirando de él no hemos conseguido ver su fondo. Es una red interminable que recogemos y volcamos sobre el suelo, ahora reducido por el enorme sofá, de la única estancia de la casa. Van apareciendo las presas, quizás las verdaderas presas seamos nosotros, una pequeña barca indefensa lastrada por un inconmensurable pasado que habita un lugar inalcanzable.


Cuando recogemos las redes aparece tu padre, tu madre, las discusiones en casas, las fiestas con los invitados, el ruido, los viajes en coche desde las montañas yugoslavas de Bosnia hasta la costa croata, el abuelo zapatero, siempre sucio y que no podía pagaros la comida ni a ti ni a tu hermano cuando vuestros padres os dejaban con ellos en verano, tu hermano pidiendo dinero entre los turistas para que tu pudieras comparte un bollo, tus ojitos colgando de la ventana del restaurante soñando con las pizzas que allí se horneaban, el refresco de Miranda que bebían en pajitas los otros niños, los turistas, millonarios en tu imaginación desperdiciando un Coca-Cola en la arena, los hoyos que cavaba la abuela en el jardín para que hicierais vuestras necesidades, los viajes a los mercadillos en el viejo Zastava 750 amarillo del abuelo atiborrado de zapatos para vender, el otro abuelo que se compró un antiguo vagón de tren y lo plantó en una playa de Montenegro donde retirarse con tu abuela porque la brisa y la tierra de allí le sentaba mejor a ella, los veranos en Montenegro, sus playas rocosas y salvajes, el oleaje que te vapuleó y te sacó del mar pero que engulló a la otra niña, la muerte prematura, "no dejes nunca que tu vida dependa de un hombre", te dijo tu abuela con solo once años y nunca lo has olvidado, los tabúes de casa, la mano de tu padre tapándote los ojos cuando alguien se besaba en la televisión, sus gritos por las malas notas del colegio, la rigidez con las tareas académicas, las collejas, los castigos, sus gritos aún mal altos el día que alguien dijo que te habían visto jugar con un niño, las niñas no podían hacer eso, la gente empezaría a hablar, los gritos entre tus padres a través de las paredes, el divorcio, el abandono de tu padre, la madrastra, un personaje sombrío, pérfido, objetos de maleficio y brujería gitana bajo la almohada de tu madre, las sombras de un divorcio nunca entendido, sigue siendo hoy, incluso después de los años que llevas arriando la red de los recuerdos, un misterio con versiones opuestas, un rompecabezas al que le faltan muchas piezas, el hambre de la nevera vacía, la espera de una pensión por parte del padre que nunca llegaba, los estantes de la nevera vaciándose, que tu hermano pequeño consiga alguna moneda para tus bollos ya no era solución para saciar el hueco de tus tripas, entonces la guerra, las noticias desde otros puntos del país, los vecinos, tu madre, todos convencidos de que aquello no llegaría hasta allí, que aquello no podía pasar, que bosnios y serbios siempre habían convivido en aquella ciudad, la ciudad de la sal: Tuzla, pero que sucedió, que un día los serbios, los vecinos, señalaron a los bosnios, acarrear un nombre musulmán de repente constituía un peligro, la circuncisión de tu hermano una evidencia del delito, el delito de ser el otro, el opuesto, el innecesario, el forzado a huir para salvar la vida, el que deja atrás su hogar, cierra la puerta de casa y se lleva consigo sólo la llave, el que divide a la familia para salvarse, el hermano pequeño con unos familiares a Suiza, tu con tu madre, las dos escondidas en un camión a través de las curvas de los Balcanes, bajo una lona de plástico fría, curva a curva, horas y horas hasta aparecer en Croacia, en un lugar desconocido, sin dinero, sin comida, desojados de lo poco que tenías, el deambular pidiendo una ayuda que no llegó por parte de los conocidos, que dejaron de serlo, una Croacia donde el acento bosnio ha dejado de ser bien recibido, hasta llegar a Suecia, allí os envió vuestra madre desesperada, a su campo de refugiados, tu y tu hermano, la alegría adolescente de no entender del todo lo que pasaba, creer que era un situación temporal, un verano, que después Yugoslavia segura existiendo, que el hogar volvería a ser el mismo, viaje de ida y vuelta que nunca regresó, y hacer amigos de otros lugares del mundo en el mismo campo, el pelo crespo de un niño africano, el exotismo de la piel negra, las horas jugando a billar mientras se tramitaban los papeles de asilo, el verse convertido a un número, "niña 2246 del individuo 2035" se lee en el dorso de la foto carnet del campo, tu nombre de flor ha sido encriptado en un código: el 2246, al que los que te acogen te explican como funciona un lavabo, como tirar de la cadena, el concepto de bárbaro, de primitivo, la arrogancia del nórdico, la visión única de hacer las cosas, la lavadora también tiene sus fórmulas, como si nada de eso existiese más allá de las nuevas fronteras, hay que seguir sus instrucciones a rajatabla, hacer las cosas de otra forma es simplemente erróneo, no es posible, como tampoco lo es convivir con tu padre y la madrastra en Suecia, una pesadilla, de vuelta a los insultos, las prohibiciones, están por todas lados, no hagas esto no hagas aquello, no hablar en bosnio en la calle para no avergonzar a tu padre, sus complejos de inmigrante, la negación de su identidad, pretender ser lo que no se es, pretender que los hijos sean lo que no son, aunque sea mediante el castigo, que se te meta en esta cabecita tonta y alocada que aquí los niños no se comportan así, no hables alto, no te muevas tanto, anúlate, pierde tu identidad, si es que esta existe, el verano se acabó y tus pies seguían en Suecia, Yugoslavia seguía rompiéndose, de tu madre apenas recibías noticias, no sabías donde estaba, a veces en Suiza a veces en Tuzla, salvaguardando su propiedad, ¿por qué no vienes aquí mamá?, empiezas el colegio sin entender nada, ni lo que haces allí, ni la lengua que allí se habla, las miradas de los nuevos compañeros son intrigantes, intimidan, el lenguaje se vuelve vergonzoso, se siente ridículo, las risitas por los nuevos, ese grupo heterogéneo en el que estás incluida, la vergüenza, otra vez más, esta vez por no entender lo que el maestro te pregunta, no tener lengua para responder, todas tus viejas palabras aquí no valen nada, carecen de significado, el viejo mundo es eso: viejo, ya no existe, los otros niños ríen, la crueldad, la falta de empatía no es única de los adultos, pasa un año, y otro, tu madre sigue fuera, abriendo y cerrando la puerta del piso de Tuzla para asegurarse que nadie lo ocupa, las fronteras de los países europeos también se han cerrado, te tocó pedir los papeles de asilo que permitan a tu madre reunirte contigo, tu padre no movería un pelo, no le importa, tampoco vosotros parecéis importarle mucho, os trata más bien como un estorbo, la madrastra es aún peor, os ignora como si no existieseis, caminas por tu nueva ciudad sueca con tu hermano de nueve años cogido de la mano, tu lo eres todo para él, eres niña y madre, lo aprendes pronto, solo tu puedes hacer que acepten a tu madre y ésta pueda venir junto a vosotros, ¿cuándo vas a venir mamá?, por fin llega un día tu madre, puedes dejar a tu padre y volver a estar los tres juntos en el nuevo país, en el otro, en el país roto se dibujan nuevas fronteras, la guerra se va apaciguando, los horrores brotando, tu madre sigue preocupada por su, vuestra, propiedad, vuelve a Tuzla a comprobar que el piso sigue allí, que la cerradura es la misma, que la llave, tesoro que cabe en un bolsillo, sigue abriendo la puerta, que existe ese lugar en medio de todo ese terror, el lugar que era antes, aunque nada de todo lo otro sea igual, el marido ya no está, la familia tampoco, los vecinos han cambiado, unos temerosos de los otros, del día a la mañana, cada uno tiene una identidad diferente, ni el idioma que hablan ya es el mismo sin haber cambiado, unos dicen hablar serbio, los otros croata, los otros bosnio, los otros montenegrino, los unos son ortodoxos, los otros musulmanes, los otros católicos, del ateísmo comunista de Tito no queda nada, en tu nuevo país descubres que el árbol de Navidad celebra el nacimiento de Jesús, allí, en Yugoslavia se adornaba para recibir al Año Nuevo, era el Estado quien regalaba al acabar el año un pequeño detalle a los niños, la Navidad nunca ha significado nada, tampoco el Ramadán, ni las oraciones, del Corán nunca habías oído hablar, y sin embargo ahora tu tía insiste en que una nueva vida religiosa es necesaria, de repente sois musulmanes, y tu sin saberlo, las chicas deben comportarse como tal, la hermana de tu madre que bebía, fumaba y se había divorciado y disfrutado de los bailes y los locales nocturnos de Sarajevo, exigía ahora en su nuevo país cubrirse la cabeza, descubrió su identidad en el exilio, nada de eso te interesa, no entiendes que las cosas tengan que cambiar, todo cambia a tu alrededor pero tu no quieres hacerlo, no a merced de lo externo, quieres vestir botas militares de chico y llevar faldas cortas, medias de colores, como Pipi Calzaslargas, tu nueva heroina, que por cierto es sueca, aprendes la nueva lengua, te haces con nuevas palabras y sigues adelante sin que nadie te diga como hacerlo, cometes muchos errores, todos los cometemos incluso teniendo maestros, vivir es equivocarse, lo otro sería ser una mera pieza en el engranaje de la vida, ser parte de un mecanismo, sin individualidad, si algo tienes es individualidad, esa es tu identidad, encajar ya no te importa.






4 degustaciones:

el maquinista ciego dijo...

Buenos días, Aka,

he leído esta entrada un montón de veces, pero por nomadismos temporales nunca tenía un rato para sentarme con el ordenador.
Hermosa la ternura con la que la describes, y un ejercicio maravilloso el de dejar constancia del recuerdo, porque como bien dices, en el futuro podría diluirse en otros acontecimientos y sentimientos y desdibujarías el amor y admiración que sientes hoy.
Es terrible 'no tener lengua con la que contestar', y más siendo niña o adolescente. Es muy triste cómo aquellos que no han tenido que intentar comunicarse jamás en otra lengua, dan por hecho que el desconocimiento de la suya es la mayor de las ignorancias y merecedero de burlas y castigos.
Uno de mis pequeños placeres mundanos es la serie Modern Family, y justo hay un capítulo en el que Gloria, personaje procedente de Colombia intenta que su marido americano y su hijo aprendan español. Ellos se niegan, se burlan de ella, y al final ella explota y dice algo tan simple como genial 'Sólo quiero que me conozcan de verdad. Ojalá supieras lo lista y divertida que soy en mi lengua'. Dejando a un lado que sea una sitcom etc., me parece de las mejores reflexiones y sentencias sobre el tema que pueda hacer alguien. Sin mi lengua, no soy del todo yo, puedo esforzarme muchísimo, pero probablemente te pierdas lo mejor de mí, y seguro que quizás también lo peor, pero es que es mi profundidad la que no puedas sondear sin mis palabras más sentidas...

(Entre lectura y lectura de este texto estaba preparando un examen, y cada texto de los ejercicios me llevaba otra vez a leer esto. No relataré aquí todos los que fui encontrando, pero hubo uno que me gustó especialmente. Trataba sobre un escritor que compraba una casita de campo, aparentemente anodina en una zona en la que nunca pasaba nada. Y de pronto un día se puso a reflexionar cómo sin salir de casa podría trazar la historia completa de la humanidad y cómo hemos llegado hasta aquí (al menos en su civilización). ¿Por qué sobre la mesa hay sal y pimienta y no cualquier otra especia? ¿Por qué los cubiertos son los que son y como son? ¿por qué han prevalecido unas estancias, unas costumbres, unos artilugios y no otros...? ¿qué diferencia a su cultura de otras en base a los objetos cotidianos?... y decide investigar y escribir sin salir de casa sobre todo lo que se encuentre. Algo así es la historia de los pueblos: en los libros se incluyen 'los grandes hechos', pero lo que de verdad nos define es lo que hay de puertas y memoria hacia adentro...)

Enn finn, resumiendo, que me ha encantado este texto. Que espero que ella pueda leerlo, y si no, tampoco pasa nada, tú sabrás dónde encontrarlo cuando la memoria flaquee y lo requiera. Es hermoso que hayas indagado tanto en su vida como para contar tanto detalle. Eso sí es amor :)

Bicos y feliz domingo! (y por aquí ando, aunque tarde en encender el ordenador ;)

Aka dijo...

Hola Maquinista, qué alegría que leyeras este texto. Pensaba que nadie lo haría, porque, al menos en mi pantalla, impresiona una poco, por su extensión, la letra tan pequeña y junta y estar escrito de un tirón, sin un sólo punto. Así que gracias por el esfuerzo y tus palabras.

La escena que comentas de la serie, aunque no la he visto, describe muy bien el sentimiento de todos aquellos que han tenido que aprender otro idioma, sobre todo cuando no se está dotado con el don de lenguas. Lo que la protagonista dice, lo pensé muchas veces cuando llegué a Suecia, incluso expresándome en el trabajo en inglés, cuando tenía que comentar o discutir temas científicos y no encontraba las palabras adecuadas y por vergüenza simplificaba los pensamientos para salir del problema, mientras por dentro pensaba, "si pudiera explicártelo en castellano seguro que pensabas que soy más listo de lo que parezco"... quizás no, pero es algo que realmente pasa. Los idiomas y nuestra lengua es como reflejamos nuestro mundo y cuando nos faltan recursos nuestra visión del mundo queda reducida ante los demás. Un amigo colombiano también, me explicó la historia de otro compañero que vivía aquí, en Suecia, porque había conocido a una chica sueca en Colombia. La relación era de lo más divertida al principio cuando ambos hablaban español, cuando él aprendió sueco y pasaron a expresarse en sueco, se volvió aparentemente más seria y seca. Al margen, que el tiempo pueda erosionar la relación, supongo que cada lenguaje es un organismo propio, un ente creado por una sociedad que expresa su mundo y su carácter, y aunque todos ellos sean capaces de expresarlo todo, supongo que en el idioma y sus expresiones queda capturado el espíritu de una comunidad. La calidez del español caribeño seguro que tiene una manera de expresarse muy distinta al sueco que es un lenguaje seco, corto y directo.

Gracias por el texto del hombre que se encierra en casa a escribir sobre la historia de los objetos comunes de la humanidad. Sorprende cuando se para uno a pensar en como han llegado las cosas a establecerse... siempre me ha gustado imaginarme esas primeras veces que se hizo algo, como a los primeros que se les ocurrió tostar el café para hacer una infusión, o pasarse largos minutos con el mortero machacando ajos y aceite para "crear" el alioli, la curiosidad y persistencia de los humanos por probar cosas y experimentar es inaudita, sólo hay que ver a los niños como no se cansan de buscar nuevas aplicaciones al mismo objeto sin aburrirse ni agotarse.

Besos y feliz domingo

el maquinista ciego dijo...

No ha sido ningún esfuerzo, me encantó y lo leí varias veces :)
Me gustan las vidas de los demás, y más si se cuentan las cosas con honestidad. El 'frío grifo de los hechos' que decía mi adorado Leonard Cohen, es terrible, prefiero las dobleces, los pliegues, las sombras... supongo que lo que de verdad nos retrata -o al menos se le acerca- es lo minúsculo.
Comparto contigo esa curiosidad y fascinación por la idea de 'a quién se le ocurriría por primera vez...?' La tecnología parece siempre lo más interesante, pero yo reconozco que me sorprenden más las cosas pequeñas y cotidianas, sobre todo las referentes a la cocina y la agricultura. Esos primeros 'observadores', e incluso los que querían hacer algo y por error descubren algo :)
Por cierto, el sábado celebramos el cumpleaños de una amiga y en la tarjeta añadimos el fragmento que publicaste de Nosotros sobre la última revolución. Le encantó ;) Y yo creo q lo voy a escribir y enmarcar en casa. Gracias por compartir, que con la edad se me va olvidando que nunca es tarde para una nueva revolución...
Abrazo y buena semana!!

Aka dijo...

Sí, ese pequeño fragmento es de una lógica aplastante e irrefutable. Sólo en nuestra propia finitud podemos hablar de "la última cosa" o "el último cambio", sin entender que el mundo sigue son nosotros, y que incluso entre nosotros se solapan las generaciones, de manera que lo que para nosotros está bien y satisfechos por lo conseguido, los que vienen detrás casi siempre querrán cambiarlo para ajustarlo a sus necesidades... y más hoy en día, donde los cambios tecnológicos y sociales se dan con mayor velocidad que antaño.
Un abrazo