Horror vacui


La música no tiene dueño, pues los que van a ella no la poseen nunca. 
Han sido primeros por ella poseídos, después iniciados. 
Yo no sabía que una persona pudiera ser así, al modo de la música,
 que posee porque penetra mientras se desprende de su fuente, 
también en una herida.

María Zambrano 
(Diotima de Mantinea en Hacia un saber sobre el alma
Madrid, Ed. Alianza, 1989)



Marchó sin explicación,
decidida,
de manera concluyente,
propio de su mundo de realidades tangibles.
Desconfiada de las palabras.
Me voy
Te dejo
Ahora
Un relámpago por mirada
luego, el silencio oscuro
halo frío
calor y vida desapareció
ante su fugaz mirada
Me voy
Te dejo
Ahora
Cierre de puerta                          [la bisagra, 
                            esa bisagra siempre necesitó lubricarse.
Mecanismo de ascensor                   Nunca se hizo]
Puertas
Mecanismo
Sonido de despedida
Despedida del sonido
y finalmente el vacío.
Hondo e impenetrable vacío.
El insoportable vacío que arrojó sobre mí.
Un cero explícito que recuerda la ausencia.
Insoportable el vacío cayó sobre todos los vacíos de mi vida.
Las palabras nacieron entonces para cincelar lo sentido. 
Para esculpir las bestias emergidas del vacío. Horror vacui. Y el tiempo esclavizado cayó como condena. La del vivir de un tiempo como si éste no hubiese existido. La lejanía, la extrañeza que produce el pasado. Los repliegues del tiempo velando el sol de la aurora, un ajado broche oxidado en el corazón del que penden las telas del lapso. Un harnero que criba una realidad astillada. Mevoytedejoahora. El tañido de las piedras que acompaña la retirada del mar, desnudando la playa antes de volver a arremeter contra ella con más intensidad. La naturaleza aborrece el vacío, y por eso el vacío se hizo palabras y música, hasta que su luz se hizo fuego incendiando el alma. Las paredes del alma carecen de ventanas. Canto y escribo, golpeo con música el vacío hasta desportillarlo.

Varanasi de Irene López de Castro (http://irenelopezdecastro-namaste.blogspot.se/)

Azules los pulmones




azules los pulmones
respiro cielo,
cielo astillado 
cielo 

blanca es la serpiente.
blanca es la serpiente
de niebla tamizada.
vetusta la tierra
barbechada
rasgada
quebrada
en su carne

Nace la yegua zaina de cesárea cruenta

mi corazón un viento.
un viento
silencioso y cálido desierto.
arrambla sentimientos
rompiendo piel
ajada
agostada
sobre mi carne

he reclamado vida,
negra jaca,
vida que mira de lejos
vida que no mira
esquirlas de vida

viso de vida
de un viento herido de luz
llora, llora, llora
escupiendo el terruño
alomado
capado
de hermosos velos
del color del tiempo andado

baila conmigo vida
baila
el canto mochuelo 
la danza ferviente
de un incendio desvivido
macilento y desnutrido

bailate vida
sé vida



Boceto para Las lavanderas de la Varenne (Martín Rico 1865)

Rusalka




Existen en los bosques.
En ellos habitan.    

El cielo se cerró de súbito, oscuro como garganta de grajo y empezó a escupir lenguas de nieve serpenteantes. Despertó de entre los cáñamos, de las regiones más tenebrosas de mi mente. sin moverse, es más veloz que la mente; los sentidos no pueden alcanzarlo. Siempre se encuentra por encima o por debajo de ellos. Inalcanzable. Está quieto pero adelanta a todos los que corren. Se mueve y no se mueve. Está lejos y está cerca. Está dentro de todo y fuera de todo. El miedo se impone. Posee el océano del ser de todas las criaturas, remueve sus aguas y conduce sus torrentes de acción.

Acude a mi reino de naturaleza,
a mi espíritu libre de temores e ira.


Un demonio se cruza entre los claroscuros dibujados por los árboles, restregando su velludo cuerpo contra su  rugosa corteza. Sus cuatro pezuñas se hunden parcialmente en el musgo, quebrando el agua helada que lo cubre. Sus colmillos levantan la hojarasca que ha sobrevivido a un ya decrépito invierno. La primavera, resguardada bajo el sustrato, aguarda su momento, resistiendo los violentos embistes de las lenguas de nieve. 

Cualquiera que sea la forma en que los hombres me amen,
en su camino hallarán mi amor.


Observo la escena, mudo, dentro del coche. Mala noche para salir a trabajar, me digo a mi mismo. Pero las criaturas anfibias que busco se han hecho ha estas condiciones, trato de convencerme. Me deshago de uno de las manoplas y enciendo un cigarrillo acurrucado en mi asiento, envuelto en una gruesa bufanda de lana y con la capucha echada sobre mi cabeza. Espero que la tormenta aminore un poco para armarme con el frontal y salir a ver si los batracios se han activado con el incremento de las temperaturas de los últimos días. Existe un puente entre el tiempo y la eternidad, y este puente es placer, el placer del tabaco reconfortando mi pecho. Cuando el cigarrillo está apunto de extinguirse distingo entre las ramas de un abedul la silueta de una mujer sentada. La luz reflejada en el hielo del pantano desvela la palidez del rostro que cepilla su aceitoso cabello mientras sus ojos sin pupilas se pierden en la oscuridad del bosque. Su bosque, un ente sin un fin temporal. Un inconmensurable que se desprenderá pronto de su vestido viejo de invierno y se pondrá uno nuevo.

Libera tus pasiones,
diluye tu cuerpo en mis aguas.


El jabato ofrece su lomo a la mujer de cuyos labios amoratados gotea una tenue melodía que cabalga sobre las cañas dobladas por la nieve. Lo acaricia y camina junto a la bestia hacia el centro de las aguas. Balanceando sus pies descalzos en una danza pausada. Y sigue cantando. Unas serpientes se enroscan en sus piernas. Un caballo gris chasquea sus cascos. Ululan lechuzas desde todos los rincones. Llueve espirales de hipnotizante musicalidad sobre las aguas que abrazan una cada vez más seductora danza de la mujer pálida de cabellos oscuros. Sin ser consciente de ello me descubro en la orilla del pantano. El agua hasta las rodillas, el hielo flotando, repiqueteando entre ellos. Y sigue cantando. Y sigo avanzando. Y canta. Y gira. El agua esta fría. Canta. Gira. Canta. Sonríe sin dejar de cantar.         

Cualquiera que sea la forma en que los hombres me amen,
en su camino hallarán mi amor,
muchos son los caminos de los hombres,
pero todos ellos finalizan en mí.
Acude a mi reino de naturaleza,
a mi espíritu libre de temores e ira.
Libera tus pasiones,
diluye tu cuerpo en mis aguas,
fluye conmigo bajo el hielo
para dar paso a la primavera. 



Todas las ilustraciones de esta entrada pertenecen al artista de origen ruso Vania Zouravliov



Metempsicosis


Franco Battiato - Un irresistibile richiamo


Vivir es llegar y morir es volver.
Tres hombres de cada diez caminan hacia la vida.
Tres hombres de cada diez caminan hacia la muerte.
Tres hombres de cada diez mueren en el ansia de vivir.
Esto es porque viven sus vidas frenéticamente.
¿Cómo puede entonces sobrevivir el décimo hombre?
El hombre que sabe vivir
viaja sin temor a los búfalos y a los tigres,
y va desarmado al combate.
El búfalo no encuentra donde hincarle el cuerno,
El tigre no encuentra donde clavarle su garra,
El arma del enemigo no encuentra donde hundir su filo.
¿Por qué?
Porque este hombre desechó sus puntos débiles,
burlando así su destino de morir.
Tao Te King. Lao–Tsé 



La mariposa sucede al último aliento vital. 
Psicopompo efímero entre estados de conciencia.

Como un infinito encarnado, la vida no permite que nunca nos demos cuenta de una manera cabal de ella. La vida sólo puede verse desde una perspectiva particular, una perspectiva inevitablemente sesgada por la consciencia del observador. Un imposible estar fuera de la realidad que se contempla. Una mirada turbia que distorsiona e impide una visibilidad transparente de la vida, una percepción neutra de la realidad. Un espectador enmarcado en la escena que observa. Adherido. Incrustado. 

Lo sorprendente es poder transitar por toda la vida sin reconocer que, continuamente, los defectuosos procesos perceptivos controlan, conforman y deforman tanto nuestra realidad como nuestras ideas de qué y quienes somos. En el momento que me identifico como hijo, hermano, profesional, amante o cualquier otra cosa me pierdo en un laberinto de suposiciones infundadas. En el mar que acoge todas las constelaciones que se desprenden de mis pensamientos. Las que me configuran con una identidad sexual, cultural, social, económica, educacional, filosófica, religiosa e histórica. Todas ellas compiten en mi interior por gobernar el cuerpo, por obtener prioridad en su uso. ¿Cómo desprenderme del laberinto de convicciones que arrastro? He encarcelado en mi consciencia todos los condicionamientos heredados y creados, así como tendencias cuestionables, ocultando mis personalidades imperfectas con todos sus defectos. Y al mismo tiempo juzgando con dichas imperfecciones la realidad.   

¿Cómo reconocer la realidad cuando esta muda continuamente y se vuelve relativa? Cada realidad percibida resulta verdadera sólo dentro de unos estrechos límites, y en la mayoría de las ocasiones no es más que una de las múltiples posibles versiones de cómo son las cosas. Diversas y variadas versiones de la realidad que metamorfosean temporalmente para alejarse de su aislamiento descubriendo así su implícita naturaleza relativa. 
Alejarse del círculo. 
Salirse. 
No se percibe el círculo dentro del mismo.

Quizás es cierto que la Verdad está por encima de todo nombre, formas, métodos, sistemas o escuelas del pensamiento. Que pese a su multiplicidad es esencialmente y exquisitamente de una simplicidad extraordinaria más allá de manifestaciones y metáforas. Que la Verdad no puede comprenderse desde el ámbito intelectual. Que debe ser vivida de forma práctica.

Volver atrás en el tiempo, o correr velozmente hacia el futuro. Sacrificar mi identidad. Mi individualidad. Que el psicopompo me libere de mi mismo para ser yo. Para devolverle a mi conciencia la espontaneidad del niño sin condicionantes que prejuzga la realidad. Desnudar mi alma para así volver a amar. Sin miedos. 
Sin miedo abro mi pecho. 
Expiro el último aliento vital.
Muerta la crisálida,  
la mariposa sucede.




El árbol solitario


Las Migas - Caricias de sal

Hui Tzu le dijo a Chuang: 
"Tengo un árbol grande, de los que llaman árboles apestosos. El tronco está tan retorcido, tan lleno de nudos, que nadie podría obtener una tabla derecha de su madera. Las ramas están tan retorcidas que no se pueden cortar en forma alguna que tenga sentido. Ahí está junto al camino. Ni un solo carpintero se dignaría siquiera mirarlo. Iguales son tus enseñanzas, grandes e inútiles". 
Chuang Tzu replicó: (…) 
"¿Inútil? Entonces plántalo en las tierras áridas. En solitario. Pasea apaciblemente por debajo, descansa bajo su sombra; ningún hacha ni decreto preparan su fin. 
Nadie lo cortará jamás. 
¿Inútil? ¡Eres tú el que deberías preocuparse!".
El camino de Chuang Tzú. Thomas Merton (1965)


–Elo aquí, señor, el árbol del que le hablamos la pasada noche. El árbol, a los pies del cual tuvo lugar la contienda entre Alejandro Magno, rey de Macedonia, y Darío, rey de los Persas.

El viajero quedó perplejo ante la fortaleza del árbol, del suceso histórico con el que se habían nutrido sus raíces. Órgano de anclaje que lo retenía en aquel lugar inhóspito. Árido y seco. Exento de otros seres vivos, a excepción de unos pocos hongos y unas diminutas leguminosas que crecían al cobijo del microcosmos de su rizosfera en perfecta simbiosis. Nudos y entrenudos de simetría radiada que habían absorbido las sales disueltas de un suelo legendario. La vida que sobrevive a la historia, rumió el expedicionario proyectando en el desgastado árbol una alusión del transcurrir de la vida por el tiempo y los acontecimientos que cristalizan sus huesos. 

Dieciséis siglos antes, Alejandro observaba la puesta de sol en el costado resplandeciente de sus hojas junto a su resinoso tronco. ¿Por quién lloras?, preguntó untando sus dedos en el dorado ámbar. ¿Qué hace una de las helíades en un lugar tan remoto como éste? ¿Has venido quizás a llorar la caída de la soberbia de tu hermano? Mañana se presentará de nuevo con sus flamígeros caballos, guiando sus belicosas escuadras desde su carro. Sujetando con valor las riendas de sus corceles y la de sus animosos soldados de Oriente que se alzan con los rayos de tu padre, el Sol. Pero al igual que le sucedió a tu hermano, caerá. Caerá aquí. En este mismo lugar. Pero tú, esto ya lo sabes. Por eso te has metamorfoseado en álamo aquí y no en cualquier otro sitio, ¿no? Los corceles dejarán mañana de surcar el suelo con sus cascos de fuego para Darío, Rey de los Persas, baldados por mis lanceros para galopar a mis espaldas... 

                    [la visión se zambulle en el crepúsculo

Para cuando el sol se había amagado tras la horizontalidad del desierto y la oscuridad reinante era vasta, el macedonio había tomado conciencia de su próxima victoria. En la densa noche concebió su futuro reinado que no sería del Occidente ni del Oriente. Un imperio que debería alumbrar futuras generaciones como una estrella fulgurante. Luz sobre luz nacida en esta llanura, uno de esos lugares donde la noche lo cubre todo. Un fundido negro en el que sólo a veces la luna acompaña.

"Dos árboles del monte te voy a ti a mostrar,
que de cualquiera cosa que puedas tú pensar
ellos van a decirte cómo se ha de acabar;
si te place, ahora puedes irlo tú a comprobar.

"El uno es el sol, de su virtud dotado;
el otro, es la luna, así está encantado 
que declara al hombre cuanto éste ha pensado;
verás que los dos tienen su poder igualado.

                                         (...)

"Cuando hubieron llegado a la gran santidad,
predicoles el fraile de tal comunidad,
díjoles que pensasen en su interioridad
de qué cosa querían saber total verdad.

Alejandro enseguida empezó a pensar
si algo en el mundo se le podría escapar;
si a su tierra podría victorioso tornar,
y cómo estaba ahora y cómo habría de estar.

Repúsole el árbol esta fiera razón:
"Comprendo muy bien, Rey, cuya es tu intención:
Señor serás del mundo en próxima ocasión,
mas nunca volverás a tu natal región."

Habló el de la luna cuando hubo el sol callado:
"Te matarán traidores, serás envenenado;
muéstrate, Rey, muy firme, no serás derrotado,
el que tiene el veneno, ése es tu privado."

[Versos del Libro de Alexandre (siglo XIII?)]

   

El viajero, hijo de mercaderes, vislumbró en el solitario tronco un eje. Una verticalidad rasgando la horizontalidad del yerno paisaje. Un símbolo de innegable carácter polar alrededor del cual todo gira, y con una rotación dentro de la propia piel. El espinazo del mundo que muere para nacer de nuevo cada año. La pérdida del sentido de la eternidad circula por su savia bajo una corteza estriada. Se acercó hasta el mismo y se hizo con parte del follaje que residía a sus pies. Acarició su corteza, seca y estriada y alzó su mirada a través de sus ramas. Siente que ha encontrado la pupila del mundo. Allí, en aquella alta llanura, cerca del cielo cree haber descubierto el Axis mundi, el espacio en el que se rompen los niveles entre mundos, y desde el cual acceder al otro mundo. Contemplando el aislado álamo se descubrió reflexionando que todos tenemos que perecer en algún momento. Se vio a sí mismo yacer muerto en un lugar ahora desconocido, y como una tórtola se doblaba sobre su cuerpo para sacarle el alma de la boca y transportarla a lo alto de estas tierras remotas, junto al árbol solitario por el cual elevarse hasta los cielos imposibles de revelar.

"En los confines de Persia, hacia la Tramontana, hay una extensa llanura, notable porque crece en ella el Árbol Solitario, que los cristianos llaman el Árbol Seco. Es un árbol grande y muy copado, que tiene hojas blancas por un lado y verdes por otro; no produce frutos, pero da bayas como castañas, en cuyo interior no hay fruto ninguno: la madera de este árbol es fuerte y resistente, y de color amarillo como el boj. De un costado de este árbol en un compás de diez millas no crece otro árbol; de los otros lados del mismo no hay árbol en absoluto en cien millas a la redonda (π)" dictaría muchos años más tarde desde una prisión genovesa a su compañero de celda.

(π) [El libro de las maravillas, Marco Polo
Edición Mauro Armiño 1984]






Pájaros de luz heridos (III)


Claustrofobia - Muluk el hwa (Sons del desert)

Y los días se echaron a caminar. 
Y ellos, los días, nos hicieron. 
Y así fuimos nacidos nosotros, 
los hijos de los días, 
los averiguadores, 
los buscadores de la vida.
Eduardo Galeano (2011)

Sancho Panza: No es segador que duerme las siestas, que a todas horas siega, y corta así la seca como la verde yerba; y no parece que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y, aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y sedienta de beber solas las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría.
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Segunda Parte, Capítulo XX.




Mañana, al alba, el crimen aparecerá escrito en los dos principales diarios de la zona, en montenegrino y albanés. La víctima morirá sucesivas veces en la conciencia de cada uno de los lectores. La anciana entrará en un sueño dentro de otro sueño, que a la vez se balancea en otro sueño, y así se fagocitan el uno al otro en un mar incontenible. Caminará encerrada en ese sueño hasta el fin de sus días. Morirá sin haber conseguido despertar del mismo. Del sueño sublime donde el sentido aparente no es indigno de aquel que nos oculta, en el que la verdad brilla con tanto esplendor, que no cuesta mucho trabajo descubrirla a través del velo que ha pretendido utilizar para disfrazarla.

Aún de noche, el asesino desciende la escalinata por entre las rocas que lo sume en las aguas del mar. Se ofrece a ellas como los peregrinos que purifican sus cuerpos en el Ganges, el Indo, el Iamuna, el Sárasuati, el Kaveri, el Godavari o el Narmadá. Asesinado el demonio que mantenía cautivas las aguas del mundo, enjuaga su cuerpo en ellas. Ablución tras el sacrificio de aquel que había tomado posesión de las nubes y obstruía la claridad del cielo. Ríos de serpientes se deslizan a través de la cúpula celeste para zambullirse en las aguas liberadas. El pasado tintineando en la negra noche que se agota. Pronto asomará el sol y verterá su luz sobre lirios, rosas, jazmines, claveles y nardos que crecen junto a las murallas de la ciudad. Ciudad que desconoce invierno alguno. Sus años solo tienen tres estaciones: la primavera, el verano y que de estas dos se forma la tercera: el otoño que encierra en el cuerpo de sus frutos el espíritu de la primavera y el alma del verano, recogiéndose en esta estación las uvas, las granadas, los melocotones y los higos.

Ciudad que alberga en su parte antigua a un pintor de origen germano, suspendido sobre sus acantilados. La esencia, busco la esencia, contesta cuando se le pregunta por la sencillez de sus cuadros. Sus ojos son minúsculos, profundas cavidades en un rostro envejecido por el sol. Si Dios Todopoderoso lo creó todo de la nada, los artistas vulgares y modernos, del todo hacen nada. Trabajan con muchos esfuerzos, con grandes gastos, con todo tipo de materiales diferentes para no llegar a nada, concluye. En sus lienzos pretende capturar la esencia escondida en la naturaleza, la más elevada que puede ser buscada bajo los cielos, la verdad sin mentira alguna. En ellos refleja el rocío del cielo y el peso graso de la tierra. La alegría transitoria bajo el círculo lunar, el espíritu que mueve el mar, sostiene la tierra, excita el viento, hace bajar la lluvia, mantiene todas las cosas y potencias. Busca lo que muchos buscan pero pocos encuentran. Una naturaleza no reconocible que los santos han deseado ver desde el inicio del mundo. Extrae la luz a través de la tintura del cuervo, toma el color de la amargura albergada en su garganta, y traza con ella la tela celebrando la dicha de pintar, que es un festejo, como el dar nacimiento. Como concebir el mundo.   

Así se sentirá el asesino cuando lo encuentren desnudo junto a la costa. En un mundo nuevo que ha abierto con el filo metálico de su cuchillo. A sembrado el futuro con un cuerpo corrupto. Porque la vida ha de corromperse para seguir viviendo, declarará días más tarde ante el juez. Un periodista transcribirá sus palabras: Igual que es la corrupción del grano de trigo, su putrefacción la que lo reblandece, engrasa, hincha y hace que se desprenda de su envoltura, es a través de la muerte y la putrefacción, que el alma, o la vida encerrada en su grano, después de resucitada, se manifestará. La vida primitivamente incluida en los cuerpos por la Naturaleza debe ser liberada por la putrefacción para tornarse mejor de lo que era.
   
Cuando lo apresen, dado su estado agitado y delirante, lo primero que harán será llevarlo al servicio clínico más cercano. Los familiares albergarán la posibilidad de encontrar en su sangre algún tipo de sustancia extraña. Algo que le hubiese obligado a actuar contra su voluntad. Pero el diagnóstico dará negativo en sus repetidas pruebas. Si me es tan difícil creer que no hallan trazas de sustancias tóxicas en su sangre, confesará su padre a un reportero, si me niego a aceptar ese diagnóstico, es porque implica la posibilidad de que lo único que haya aquí sea el alma desnuda de mi hijo y que la locura salga directamente de ella, sin la mediación de elementos ajenos. Sin atenuantes.

¡Mi alma!
Mira mi alma desnuda, padre.
Mírala. 
No la temas. 
La he diseccionado a golpe de cuchillo. 
Ha vuelto a la vida.
Se engendró en el vientre del viento. 
El viento es aire. 
El aire es vida.
La vida es el alma.
He llegado a ella a través de la matriz de la muerte.
A la respuesta que satisface lo limitante.
La que abraza al Universo.
Al Uróboros.
Me he saciado de la inconformidad terrenal para encontrarme con mi alma. Para ingresar en el Todo. Para llegar a ser la totalidad que ya se es. Ese ser que se vislumbra en el horizonte, eternamente intuido pero nunca alcanzado. Como las olas del mar se alzan eternamente, cabalgan unas sobre las otras, para siempre acabar cayendo. La luna que crece para menguar. Ese es mi legado. Os acabo de declarar lo que estaba escondido, pues la vida está con vosotros y en vosotros, de modo que si la encontráis en vosotros mismos, donde está continuamente, también la tendréis siempre y en cualquier parte que os encontréis. Haced asomar con vuestro arte –yo elegí una hoja de metal en lugar de una hoja de papel– al espíritu sublime encerrado en vuestras limitaciones y nadareis en un mar abierto. 
En una ceniza incombustible, hasta cuando la tierra esté quemada. Vivid la putrefacción del cuerpo, para morir una segunda vez y después recibir la vida. Os he abierto el libro de los cielos, padre. 
Mira mi alma desnuda. 
No te avergüences de ella. 
Contémplala y ámala.