Tanariwen - Amassakoul N'Ténéré
Pero, ¡qué demonios! no sólo los cerdos y los pájaros del cielo viven de carroña.
¡Nosotros hacemos lo mismo!
–Y cuando un chiquito está enfermo con fiebre intermitente, la mejor manera de curarlo es darle sangre raspada de la espada del verdugo. Eso lo sé desde que era chico –dijo el viejo–. En el pueblo era cosa sabida, y la partera la conseguía en casa del verdugo. ¿Acaso no es así, maestro?
El verdugo ni lo miró. Ni siquiera se movió. Apenas si, a la vacilante luz de la candela, podía vérsele el rostro enorme oculto en la sombra de su mano.
–Sí. El mal tiene poder curativo, es innegable –dijo el viejo–. Lo espantoso es la predilección de la gente por todo lo que tiene que ver con eso. De noche, cuando vuelvo a casa, al pasar frente al collado del patíbulo, se oyen ruidos y pasos que hacen que a uno se le pare el corazón de miedo. De ahí es de donde los boticarios, los charlatanes y otros hechiceros sacan las inmundicias que los pobres y los afligidos pagan después tan caro, con el sudor de sus frentes. Se dice que allí hay cadáveres a los que se les han sacado hasta los huesos, tanto que ya no puede decirse que hayan pertenecido a la gente alguna vez en la vida. Sé tan bien como ustedes el poder que eso tiene, y no es posible evitarlo cuando la necesidad es grande. Lo sé por mi mismo, y lo he probado en mi mujer también. Pero, ¡qué demonios!, no sólo los cerdos y los pájaros del cielo viven de carroñas. ¡Nosotros hacemos lo mismo!
"El verdugo" de Pär Lagerkvist
Leo esta mañana en las noticias las declaraciones de un testigo anónimo del primer caso de lapidación desde que el norte de Malí fue tomado por islamistas radicales y tuaregs armados. "Yo estaba presente en el lugar. Los islamistas llevaron hasta el centro de Aguelhok a la pareja no casada (…), los metieron en dos agujeros [excavados en la tierra] y los verdugos los lapidaron hasta la muerte". Una turba de 200 personas escogidas por los organizadores de la lapidación se encargo de cumplir la sentencia. Su pecado: vivir juntos y tener dos hijos sin estar casados. Con las primeras piedras, la mujer se desvaneció, el hombre gritó una vez para luego callar según el mismo testigo anónimo.
Un poco más abajo, en el mismo periódico, un coronel de los Estados Unidos describe como desde Siracusa (Nueva York) observa la vida de una familia afgana durante días mediante un avión no tripulado: "Madres con niños. Padres con niños. Padres con madres. Niños jugando al fútbol", y llegada la orden dispara a 11,200 kilómetros de distancia sobre un miliciano. Eso sí, solo cuando mujeres y niños no están cerca, aclara. Luego abandona su silla acolchada y sus pantallas y conduce hasta su casa para ayudar a sus hijos con los deberes. "Nadie en mi círculo más cercano es consciente de lo que ha pasado". "Hay una muy buena razón para matar a estas personas. Me lo repito una y otra vez", comenta en el mismo artículo otro oficial. "Pero nunca te olvidas de lo que ha ocurrido".
Luego sigo leyendo otras secciones: la de sociedad, la de cultura, e incluso la de deportes, hasta que me canso de explorar el mar de novedades diarias y vuelvo a la rutina del trabajo. Horas más tarde, al abandonar la oficina, me armo con los auriculares y me dejo llevar por la música de vuelta a casa. Dando un rodeo. El día es bueno, y eso aquí hay que aprovecharlo. Al cruzar el jardín botánico sin embargo me descubro llorando. Las noticias han vuelto a la memoria y ahora lloro. Pero no lloro por las noticias en sí, no por las víctimas anónimas. Lloro por mí, al descubrir la insensibilidad que me habita. Descubrir lo perturbadora que resulta la maldad humana y no descomponerme. Leer cosas como estas sin derramar una lágrima al momento, mientras lloro con estúpidas escenas prefabricadas en la mayoría de las películas. O en la melodía de ciertas canciones. E incluso en los párrafos de ciertas novelas.
A qué grado de descomposición ha llegado mi sensibilidad y empatía, que al leer estas noticias no se me eriza la piel. Al conocer la barbaridad de las masas, las injusticias de verdugos que siegan vidas condenadas a morir sin juicio. Verdugos que no miran a sus víctimas a los ojos, que no se cuestionan su actividad. La ejecutan a miles de kilómetros o escondidos en una turba de gente, y se retiran a la comodidad de su hogar. ¿Por qué el periodismo debe ser tan antiséptico e impersonal? ¡No es suficiente con informar!, el periodista es nuestra mirada al mundo, el tacto, el oído, son nuestros sentidos, la vía de percibir los acontecimientos. Debería existir un periodismo más humano, más poético, que despertase la empatía del lector. Que incomodase en estos casos al cliente cómodamente sentado en su silla o en su sillón. Aunque fuese por unos momentos. Que le inundase la rabia de impotencia por la dimensión de injusticias que tienen lugar en todos los rincones del planeta.
"Creo que para estar muerto, es decir para ingresar a la eternidad, es preciso que el hombre tenga méritos suficientes. El ingreso a la eternidad exige que el hombre haya sabido vivir por encima y no por debajo del sentido vulgar que se atribuye a la existencia" Pär Lagerkvist
Las fotografías corresponden a instantáneas tomadas en campos de refugiados afganos obtenidas de https://www.facebook.com/TheEyesOfChildrenAroundTheWorld.
Tras leer las noticias mencionadas necesitaba añadir unas motas de color en la entrada, y mostrarme a mi mismo que aún en las peores condiciones la esperanza de una vida mejor sobrevive, y que los niños siguen siendo niños cuando se les deja.