Cada cierto tiempo



Cada cierto tiempo un cuervo me atraviesa dejando tras de sí un graznido sordo. Su voz ronca, reverbera en la vasija que es mi cuerpo, hasta instalarse en un quebrado. La fragilidad me define. Es sólo cuestión de tiempo, sibila alguien tras mi oreja. Pero nunca hay nadie. Solo manchas que bailan ante mis pupilas. Una llama azul de azufre se consume en la palma de mi mano. Es sólo cuestión de tiempo, me susurra el oído, todo tiene su tiempo. Hasta la muerte tiene el suyo, sólo que ella no lo sabe. No hay nada tan mal valorado como la vida.

Se la maldice muchas veces. Odiamos los lunes, el mal tiempo, al vecino, sus gustos musicales, las noches solitarias, los miércoles por su mediocridad… tantas cosas, hasta que llegue el momento, ese infinitesimal instante, en que toda esta abundancia deje de existir. Todo desaparecerá. Incluida la muerte. Su posibilidad.

A medida que el cuervo se distancia de mí, lo oigo hundiéndose sordamente en mis lejanas aguas. Escucho la caída, el chapoteo de sus plumas. El líquido infiltrándose a través de las barbas hasta el raquis. Lo etéreo transformándose en plomo. Veo el peso de la vida. El desamparo de un desfile solitario. Su ahogo en un cubículo sin dimensiones, donde luz y sombras son fantasmas quietos. En ese interior fracturado vive y muere el silencio buscado. Si diese un grito me rompería por todas partes. Por eso callo. Prisión, libertad. Son las palabras que vienen a mi mente. El ave sigue allí. El plumaje empapado un saco de piedras que tira hacia abajo. Libertad no es lo que deseo, eso todavía no tiene nombre. No ha sido mencionado. Su voz quizás se esconda en un lugar recóndito. La profundidad de las aguas que se llevan al cuervo quizás escondan el vocablo. Moriré de sed antes de beber de ellas. Son aguas ciegas y serenas donde la vista nunca debería adentrarse. La mirada de los vivos debería estar vetada. Allí los colores son pesadamente sombríos, la fragancia morada, el aire amargo. Sigo respirando. El cuerpo del animal ha desaparecido. El mío continua vibrando por el impacto del cuervo. Por un momento no temo nada, soy feliz. Quizás. Mi mente no piensa en palabras, no tiene pensamientos, sino música. Sonidos que creía entumecidos me envuelven. Me atraviesan sus sonidos, soy su fuente y receptor, estremeciendo mi cuerpo. Anulan. Aniquilan mi ser. Más allá de la libertad, me deslizan a otra dimensión. Al momento perfecto donde todo desaparece. Donde el grito es posible. Donde es canto.



4 degustaciones:

el maquinista ciego dijo...

La paradoja del ave que cuanto más se aleja más adentro se nos queda… Poderosas imágenes las de esta jaula que parece ser esa imposibilidad de gritar hasta que el canto la convierte en paz.
Me gustan mucho los cuervos, por aquí todavía se ven bastante. Algo que me provoca muchísima curiosidad es que siempre me los encuentro en número impar. Puede ser uno solitario, tres, o cinco, nunca dos, ni cuatro, ni más de esos que digo. Me gustan sobre todo cuando parece que están organizando sus ‘cosechas’ y trabajos, algunos vigilando desde puntos altos, otros consiguiendo alimento y otros, sencillamente, respirando.
Un placer leerte siempre y más últimamente, que parece como si hubieras abierto alguna puertecita de alguna jaula para dejarte llevar…
No suelo acordarme de lo que escribo, y menos pasado tanto tiempo, pero me hiciste recordar esto
‘Que no olvide el viajero su manto,
su cuerpo allá, atrás, en el comienzo.
Sumerja en lejano pozo lo oscuro y profundo
de la necesidad. No llene su equipaje
con el fuego antiguo, muévase ligero,
y arda glorioso su brillo, como si fuera nuevo.
Deje la primera semilla junto a un cuervo
y que la naturaleza siga su juego.
No guarde más memoria de la siembra
que el roce del viento en el lomo tierno de la hierba
el sol atravesando espalda y pecho
o abriendo en sed el pico hambriento de ese cuervo.’
Gracias, por tu escritura y por abrirme la jaula de los recuerdos ;)

(PD: los miércoles fueron durante mucho tiempo mi día favorito, qué subestimados están y cuánto poder tienen como marca-montaña temporal)

Besos y abrazo.

Carmela dijo...

Te leo, despacio, saboreando cada frase y luego leo lo que te ha dejado El maquinista ciego, y me voy contenta, por haberos leído, y me guardo la sensación porque no sería capaz de expresarla en palabras.
Se te echaba de menos, Aka. Me encanta leerte.
Un beso.

Aka dijo...

Unas aves preciosas, coincido contigo Maquinista, toda y la mala imagen que se tiene asociada a ellas como presagio de muerte o de mala suerte. Por aquí en el norte también se ven bastantes, no tanto como sus primos pequeños, cornejas y compañía, de los que hay por todas partes colmando los grandes árboles de la ciudad, pero se ven sobre todo en los campos de las afueras, en los márgenes del río. No he caído en la cuenta de verlos siempre en número impar, pero me fijaré a partir de ahora :) Observación curiosa al ser una de esas especies que suele formar parejas "monógamas", aunque como otros muchos animales sociales no sería extraño, que primos, hermanos, etc... ayudasen a la pareja a formar el nido e incluso a alimentar y criar a los pollos... indagaré sobre el tema :)
Muchas gracias por el escrito-regalo, me ha gustado mucho. Qué bien que mi entrada rescatase esos versos de tu memoria.

Besos y abrazo.

Aka dijo...

Gracias Carmela, totalmente de acuerdo respecto al escrito de Maquinista, hay que guardarse la sensación. A veces intentar poner palabras a las mismas es un ejercicio imposible, pero eso lo sabes bien cuando alimentas tu blog con imágenes del que nada puede añadirse.

Besos, un placer siempre tu visita.