Desayuno





La abuela se ha pedido un café exprés y una ensaimada. Ese ha sido, hasta donde alcanza mi memoria, su desayuno favorito cuando lo tomamos en una granja[1]. Ahora, a sus noventa y cuatro años, justifica la ternura de la ensaimada como la más apropiada para su dentadura, esa dentadura postiza, que de pequeño me impresionaba tanto ver, cada noche, sumergida en una vaso de burbujas efervescentes. Aïssa y yo hemos optado por un cortado y un croissant cada uno. En cuanto la abuela nos descubre sonriendo, por un comentario de Aïssa en inglés, sobre el deleite con el cual la abuela saborea su ensaimada, la deja a un lado y pregunta todo curiosa:
–¿De que se ríe ésta ahora?
–De nada abuela, le encanta ver como disfrutas de la comida.
–Ah, y tanto que la disfruto… pasamos mucha hambre, ¿sabes? –cuando habla del pasado, suele hacerlo en plural, nunca en primera persona, como si hubiese sido parte de algo y no hubiese adquirido su singularidad hasta la muerte del abuelo.
–¿Durante la guerra? –interpela inmediatamente Aïssa.
–Sí, durante y después. Nos comíamos hasta las vainas de las… esto… las alubias, esas que una vez secas se quitan; pues nosotros las dejábamos unas horas en remojo, las hervíamos y no las comíamos. Lo hervíamos todo, para aprovecharlo al máximo. No se despreciaba nada. El maíz, las zanahorias, las patatas, todas sus partes eran comestibles. En el pequeño huerto del patio de la casa, mi padre cultivaba alubias, maíz y judías, que nos ayudaron a pasar mejor la guerra. ¡Ay!, mi padre tenía un genio –se sonríe, y levanta los ojos, como si lo buscase en su memoria–,  aún parece que lo vea… el día que estábamos tostando unas de las castañas, esas que recogíamos en el bosque de camino a Olot. Todo y haberlas cortado, empezaron a petar, se asustó tanto, que las arrojó todas con la parrilla incluida al suelo y empezó a saltar sobre ellas. Chof, chof, chof, hasta que quedaron todas aplastadas, mientras gritaba, “¡ya no explotaréis más!” Era muy buena persona, muy buena, pero gastaba un genio.
–¿Y pan? ¿Comían pan? –me pregunta Aïssa.
–Supongo que algo comerían –me limito a responder, pero ella insiste: “Pregúntaselo”, así que le transmito a la abuela su interés. Más de medio siglo las separa, pero ambas comparten el haber padecido la guerra en su juventud, y el hambre que trae consigo.
–¡No! Para conseguir un poco de pan había que hacer unas colas… ¡Madre mía que colas! Los dos hornos de Anglés estaban casi siempre vacíos, sin nada que hacer, y cuando les llegaba algo de harina y preparaban algo de pan, se montaban unas colas que era casi imposible conseguir nada –hoy no hay comida que no acompañe con una buena rebanada de pan–. Mi madre, la semana que conseguíamos traer a casa un duro, que entonces eran de plata, era la más feliz del mundo y corríamos al pueblo a comprar comida para toda la semana. Existía un lugar, “La Cooperativa” de la colonia industrial de Bonmatí, de la que éramos socios, donde podíamos comprar de los campesinos de la zona. Pero conseguir un duro, no era algo común. Costaban mucho de ganar.
–¿Los ganabais trabajando en los telares? –pregunto.
–No. Yo trabajé de niña en la fábrica textil de Burés, a las afueras de Anglés. ¿Sabes dónde está la estación de tren? –asiento con la cabeza invitándola a seguir con su relato– Pues allí, estaba justo enfrente de la estación, ahora no sé si sigue allí, pero era una cosa enorme. Me levantaba a las cinco de la madrugada y trabajaba hasta las dos de la tarde.
–¿Trabajabas de cinco a dos?
–Sí, con media hora para desayunar si te traías algo de casa para comer. Una semana trabajaba con mi madre en ese relevo, y a la siguiente cambiábamos de dos de la tarde a doce de la noche. Mi madre y yo trabajábamos codo a codo, ella era responsable de dos telares y yo de otros dos. Ella ganaba 31 pesetas a la semana y yo 22. Yo era joven, así que me tocaba menos dinero…
–¿A qué edad empezaste a trabajar allí?
–A los once… era muy joven. Con once años ya estaba allí –se le apaga la voz–, pero con la guerra pararon los telares. Desmantelaron la fábrica de Anglés para reconvertirla en fábrica de proyectiles. Hasta vino un ruso, “el Ruso”, como le llamábamos todos, para ayudar a montarla. La otra, la fábrica de Bonmatí, donde trabajaba mi padre, no me acuerdo si dejó de funcionar durante la guerra. Pero aquella era más chiquita… Mmmm, Dios mío, si hemos vivido y visto cosas.

            Traduzco a Aïssa lo narrado por mi abuela, en castellano consigue entender algo, pero en catalán no, y mi abuela, por mucho que lo intente, no puede mantener una conversación en castellano. Empieza la oración en castellano y sin darse cuenta a media frase ya ha vuelto al catalán. Aïssa me anima a seguir indagando en su vida durante la guerra civil.
–¿No te parece interesante saber como vivió aquello? –deja ir al descubrir mi reticencia a seguir con esa cháchara– A mí me parece de lo más interesante. Ojalá alguno de mis abuelos siguiese vivo para poder hablar de estos temas. Tendría cientos de preguntas que formularles.
–En Anglés, guerra guerra, no hubo –contesta mi abuela ante la insistencia de Aïssa–, pero al principio pasaron cosas muy gordas.
–¿Entre los vecinos?
–Sí. Se mato a gente. Estaba ese, al que llamaban “el Moreno”, que se encargaba de coger a gente por las calles del pueblo y meterlos en prisión. Dependiendo de cuanto podían pagarle, les dejaba salir más pronto o más tarde. Cuando entraron los nacionales, con los moros delante, alguien se debía de haber chivado, porque corrieron a buscarlo. Nosotros vivíamos aquí, y él vivía cuatro o cinco casas más abajo, al otro lado de la calle. Para su suerte, se había ido antes, atravesó el Ter, se refugió en la ermita de Sant Julià y de allí a Francia. Allí se lo encontró mi padre, hasta que se volvió a los meses, cuando confirmamos que no lo buscaban… Los curas no tuvieron tanta suerte –guarda silencio.
–¿Quién mató a los curas? –la animo a seguir con la historia.
–A esos, los mataron los del PUP, PUM, como se llamasen…
–El POUM –intervengo.
–Sí, esos, los del POUM. Al monseñor Eduardo y al otro, ahora no me acuerdo de su nombre, los tuvimos en el pueblo, enseñando “doctrina” para poder hacer la comunión. Era un persona de Anglés, conocido por todos… –vuelve a guardar silencio. Esta vez más largo–. Se hizo mucho daño. Se mato a mucha gente y a otros se les hizo sufrir después de la guerra sin necesidad alguna… ¡bah! Una mierda. Pero que coño, estamos vivos, ¿no? Y por muchos años más si Dios quiere.
            Coño, si que lo entiende Aïssa, aún en su forma catalana, le hace gracia que mi abuela use con tanta frecuencia dicha expresión. Cuando termino de traducirle su relato, busca su mirada, sus diminutos ojos refugiados en un complejo mar de arrugas. La admira, admira la relativa naturalidad con la que es capaz de hablar de ese período de su vida, porque ella no puede hacerlo sin quebrarse. La guerra de Bosnia de la que huyó con catorce años y la llevó hasta Suecia sigue demasiado presente. Quizás cuando tenga su edad, pueda hablar de ello sin dolor, me dirá más tarde. Se sonríen la una a la otra, con tristeza, reconociéndose, para luego volver cada una a su taza de café.     




[1] En Cataluña, se conocen como “granja” a los bares donde se acude básicamente a desayunar o merendar, tomar café y bollería. Antiguamente eran lecherías donde la gente acudía a adquirir leche fresca y productos derivados frescos, que fueron convirtiéndose en sitios para desayunos, ofreciendo café, chocolates, horchata, helados y bollería.



4 degustaciones:

mareva mayo dijo...

me gustó mucho leer la expresión de la abuela y los surcos que abría en el tiempo y esa paralelidad con Bosnia..de algún modo son anacrónicos e infinitos... mientras en la tierra sigamos destruyendo en algún lugar la justicia y la vida
me recordó también a mis abuelos, cuando me hablaban de las tortillas de patatas hechas sin aceite.. otra historia en la que tuvieron que huir del pueblo y cuando volvieron a los seis meses no tenían absolutamente nada, excepto unas patatas que habian quedado bajo tierra y les quitaron el hambre y les sirvieron para seguir la cosecha... y las historias de los fusilamientos y y...
sin embargo creo que aquellas generaciones vivían de forma mucho más natural y fuerte, entre la naturaleza, en aquella época surgieron grandes revoluciones y lo más bonitos sueños.
y bueno que te estoy dando la chapa.. que me ha gustado conocer tu blog, salud!

el maquinista ciego dijo...

Hermoso café, Aka, muchas gracias por compartir este retazo de vuestras vidas.
También terrible y hermosa a la vez esa profunda comprensión mutua de aquellas que han vivido la guerra de niñas, y cómo la memoria va mitigando el peso de los recuerdos y simplemente los transforma en 'nuestra vida'. Supongo que conocer a tu abuela ayudará a la larga a Aïssa a contarse a sí misma su propia historia de otra manera.
De pequeña, cuando tocó empezar a estudiarla en el colegio, estuve una temporada obsesionada con la guerra, y sobre todo con lo que oía de que 'la gente se peleaba por un mendrugo de pan'. Soy celíaca y ese alimento tan central en la vida de la mayoría me estaba vetado entonces, y creía que en cualquier guerra yo moriría o bien de hambre o bien de alergia si al final me rendía a la primera y lo ingería. Y pensaba mucho sobre qué sería peor, si morir de hambre o de debilidad por acabar comiendo algo que sabía era veneno para mí...
Qué sorpresa al leer esto ayer, después de haber soltado a mis pájaros ;) Y lo digo con la sonrisa amarga de tener tantas imágenes de hoy mismo para saber que ésta sigue siendo la futura historia de tantos niños y niñas.
En cualquier caso, gracias por compartir tanto últimamente, siempre es un placer leerte.
Besos y abrazo grande!

Aka dijo...

Gracias por tu visita Mareva Mayo, para nada me has dado la chapa compartiendo historias parecidas escuchadas en boca de tus abuelos... lamentablemente en España casi toda esa generación sufrió las mismas penurias, la hambruna, la guerra o los fusilamientos de todos aquellos que pensaban diferente. Una época de grandes sueños de la que despertaron en una pesadilla que duraría mucho y de la que seguimos en el duerme-vela sin acabar de desprendernos de ella. Pero como dices, no sólo España, entonces toda Europa se sumergió en una catástrofe a la que dijo "nunca más" al finalizar, pero allí están Bosnia, Kosovo, Rwanda, Iraq y hoy Alepo y Siria, extendiéndose el mismo sufrimiento ante la indiferencia internacional... y paro con la "chapa" porque me deprimo al reconocer esta parte del alma humana.

Un abrazo fuerte,
Salud

Aka dijo...

Gracias Maquinista, sólo el tiempo dirá si Aïssa podrá contarse y compartir sus vivencias de esa periodo de su vida sin la vergüenza o humillación que parece sentir, más por su condición como refugiada que por los traumas propios del conflicto... si bien los unos son la consecuencia del otro. Espero que así sea y encuentre esa paz que mi abuela parece haber alcanzado. Quizás tu condición de celíaca te hubiese ahorrado las largas colas y broncas en las panaderías y dedicado a buscar otros alimentos no tan deseados... hace poco también leí un libro sobre los últimos días de Barcelona antes de caer en manos de los nacionalistas y las escaramuzas, con muertos incluidos, que hubo en algunos almacenes que repartían comían... por no mencionar la huida de casi medio millón de personas hacia la frontera y el abandono de todos los heridos en los hospitales que suplicaban que los llevasen con ellos... en fin, una tragedia, una buena bandada de pájaros oscuros de los que has dejado escapar en tu blog que ahora sobrevuelan Alepo. Las imágenes que llegan de niños y niñas de estos conflictos son demoledoras, espero que una mayor conciencia hoy en día de los traumas que estas experiencias causan en ellos, suponga un mayor trabajo para mitigarlos en lo posible para los afortunados que consigan el estatus de refugiados... los pobres que queden allí no creo que obtengan ayuda o consideración alguna y crecerán con la tristeza, cuando no odio, de lo vivido y sus causantes.
¡¡Besos y abrazo!!