Historias de un país que ya no existe


De todos los lugares posibles, la historia se gestó precisamente allí. En ese momento, cuando la cala, esa puerta a los Balcanes, se adentraba lentamente en el sueño. 
Era el momento del suyud. Un sonido grave y apagado, único y coordinado escapó de los muros de la mezquita. Era la resonancia de las rodillas apoyándose al unísono para postrar la frente sobre el entarimado de madera. Duró uno instante. Uno que nacía con cada postración a pesar de las alfombras. Se elevaba hasta escapar por la claraboya de la bóveda. Una mujer, vestida toda de tela blanca como vestían las abuelas de sus abuelas, no participaba del rezo. Se dejaba llevar por sus pasos, enfilando las escaleras hasta la casa blanca que cabalgaba sobre el risco.
En el porche la recibió una mujer que acunaba a su hijo en las rodillas, le daba el pecho seco. La partera está aquí, gritó a través de la puerta, invitándola a entrar. Fuera, más allá, en el jardín, evitando la visión de la madre y su pecho descubierto, cinco hombres fumaban y hablaban formando un corro. Entre calada y calada se mencionaba a Tito. El humo flotaba con parsimonia a su alrededor. Perezoso y cansado. Se hablaba de su posible ingreso en un centro médico de Liubliana. Eran hombres sordos, sordos a los gritos de dolor que llegaban desde el interior de la casa, donde a una mujer se le desencajaba el rostro cada vez que una contracción asaltaba su cuerpo. Se originaba en la espalda y asaltaba el área abdominal hasta desbordarse. La cadera parecía romperse. Toda ella parecía estar hecha de dolor. La partera le palpó el vientre, comprobando que el niño estaba en la posición correcta. Lo estaba. Todo estaba listo cuando entró el médico. La llegada de Selma fue sencilla, antes de que acabase el suyud ya estaba al regazo de su madre. Ven, acércate, dile hola a tu nueva hermanita, le dijo ésta a Jasmina. La niña de cinco años miró al bebé: estaba morado, no paraba de berrear, su cabecita de ojos velados emitía un sonido que le resultaba espeluznante. Insoportable. Vamos, Jasmina, no tengas miedo, acércate.

Pasadas unas horas asomó el sol vertiendo su luz sobre los lirios, rosas, jazmines, claveles y nardos que crecían junto a las murallas de Ulcinj. Y así, un día tras otro, hasta sumar meses en una ciudad que desconocía invierno alguno. Sus años solo tenían tres estaciones: la primavera, el verano y de estas dos se formaban el otoño, que encerraba en el cuerpo de sus frutos el espíritu de la primavera y el alma del verano. Granadas, higos, melocotones y albaricoques, que Jasmina ayudaba a recoger del jardín de la abuela. Con ellos las mujeres elaboraban diferentes compotas. 
La cocina era el meollo del hogar, el espacio donde sucedía lo realmente relevante, donde se cocían poco a poco las vidas de sus habitantes. Todo gravitaba alrededor de la gran mesa de madera, un viejo mueble orgulloso que permitía que sobre sus espaldas se preparasen todo tipo de platos, conservas, pasteles e incluso panes. ¿Cuántas horas había visto allí a la abuela tratando el agua, la sal, la harina de trigo y la levadura? Sus ancianas manos, pero incansables, amasaron allí muchos panes, y sus brazos contribuyeron a estirar, a base de rodillo para adelante y rodillo para atrás, la masa hasta conseguir láminas de pasta tan finas como el papel de fumar con el que elaborar deliciosos buraks. Jasmina amaba la comida. Creía que había nacido con la única finalidad de comer. No podía existir cosa más placentera en el mundo que una buena cena, un almuerzo, un desayuno o un simple tentempié. O, porqué no, un simplón mendrugo de pan. Nada como una yesca de pan y un vaso de leche fresca para que el día se presentase radiante. La cocina había sido su estancia predilecta, ayudando o simplemente viendo cocinar a la abuela, a su madre y las mujeres que venían de visita, hasta la llegada de Selma. Eso lo cambió todo. El habitáculo se llenó entonces con su llanto. Era constante. Ininterrumpido. No entendía como algo tan pequeño podía emitir un sonido tan horrendo como aquel. Debía ser todo pulmones. Bebe. Mama, pensaba cada vez que la madre le ofrecía el pecho. Chupa y calla. Pero eso no hacía más que silenciarla por un breve momento. Al poco se cansaba y volvía a estallar. Cuando tú eras pequeña, le contó la abuela a Jasmina, no soltabas sus tetas ni aunque te pellizcasen. Te gustaba tanto mamar que eras capaz de dejarle secos los dos pechos de una tirada sin tan siquiera cambiarte de pezón.  

Una de esas tardes plácidas y soleadas de la decadencia del invierno, la madre dormía rendida con Selma a sus pies. En el patio, bajo la parra deshojada, el padre seguía liando y consumiendo tabaco en compañía de dos hombres. 
–¿Habéis oído los rumores sobre el búnker? –El padre vació la botella de vino en su vaso y la dejó junto a dos más. La mesa era la exhibición de una comida agotada: platos, cubiertos, ensaladeras, plateles y vasos ejerciendo de ceniceros.
–¿Qué búnker?
–El que mandó construir Tito.
–No sabía nada.
–Yo he oído algo. Se trata de uno nuclear, ¿no?
–Eso dicen. Para el día del Gran Pedo. Para sobrevivir al holocausto nuclear.
–Eso, si primero sobrevive a lo que tenga.
–¿Qué era, bloqueo renal? ¿Flebitis? ¿Quizás problemas digestivos?
–Insuficiencia cardiaca, ¿no?
–Eso no lo tenía controlado.
–Nuestro pobre Tito está roto. Cualquier día de estos se apea del mundo de los vivos.
–Pero tiene un búnker atómico.
–Pero, ¿dónde, en Liubliana?
–No, hombre no. ¿Qué se le ha perdido allí? 
–De momento una pierna, ya veremos que más.
–Cerca de Sarajevo. Eso dicen al menos.
–Anda, me queda cerca de casa. Habrá sitio para otros digo yo.
–Seguro, somos socialistas…
–Titoistas, somos titoistas.
–Nos caerán de todos lados, de los americanos, los soviéticos, los franceses e incluso puede que algún que otro cubano despistado. 
–El mundo entero nos observa.
–Nos apunta. No nos observa: nos apunta.
–Envidia. El mundo envidia nuestro titoismo.
–¿Pero, no les caíamos bien a todos? ¿Cómo era ese chiste sobre Tito tocando el piano para el Este y el Oeste?
–Eso no quita que nos envidien.
–Yo te quiero y aún así envidio tu puesto y tu mujer.
–¿Y la suegra? Quizás podemos llegar a un acuerdo.
–Nos van a matar a besos atómicos.
–Ahora tenemos un búnker para resistirles.
–¿Tenemos?
–¿No cabemos todo?
–Seguro. Seguro que hay espacio para todos.
–Si nos apretamos un poquito, como buenos camaradas.
–Pero sin mariconadas.
–Lo suficiente para brindar un poquito de calor a esta guerra tan fría.
–Y si tenemos en cuenta que nuestro gran camarada Tito cada día que pasa es más pequeño, más espacio que habrá para nosotros. 
–Seguro que nuestro druzek Tito se hace cortar la pierna que le queda para hacerte un hueco en su búnker.
–¿Qué será de nosotros el día que ya no esté? He sido toda mi vida un titoista. No he conocido otra cosa que el titoismo.
–¿Dejaremos de ser titoistas cuando Tito muera?
–Yo nací titoista. Lo pone en mi carnet. Y en mi pasaporte. Hasta mi sangre es titoista. Mamé de la leche de los primeros titoistas, eso no abandona el cuerpo. No desaparece. 
–Tú también has mamado leche titoista –dijo el padre alborotando los cabellos de Jasmina.    
Sentada junto a su padre, ajena al humo de su cigarro y al de sus compañeros de tertulia, Jasmina devoraba un albaricoque. Su piel, su jugo, su carne, lo saboreó todo, hasta que agotado el mismo, se metió el hueso rugoso en la boca. Había que exprimirle todo el gusto. La abuela, de vuelta de la cocina, limpió su mentón con la falda de su vestido y la obligó a levantarse de la silla.

–Ven pequeña, deja que los hombres hablen de sus cosas.





2 degustaciones:

Carmela dijo...

Hola Aka, me estás abriendo el "hambre" por saber de Yugoslavia, de los Balcanes...de su gente, sus paisajes, sus costumbres. No conocía nada de Tito, una vida increíble la verdad como toda la historia que rodea a esos paises, de la cual desconozco casi todo. Pero me intriga, sus gentes, sus costumbres y sobretodo sus costumbres y paisajes.

La historia que nos cuentas, como siempre, una historia visual, una historia en la una se mete y es capaz de ver lo que nos cuentas como si estuviéramos allí. Tienes una capacidad de "dibujar" las historias impresionante.

La música me encanta, al igual que esas fotos en blanco y negro :))

Un placer leerte Aka.
Un beso enorme y un abrazo.

Aka dijo...

A mi hace tiempo se me abrió el hambre por esa Europa del este, tan cerca, tan igual y tan diferente de la Europa occidental, entrar en ella es como entrar otro mundo, en otro tiempo, a mi me sigue teniendo fascinado... me alegro de haber despertado esa chispita de curiosidad, ojalá tengas un día la oportunidad de viajar por allí, si te interesan paisajes, cultura y gentes es sin duda un gran lugar, desde las costas del Mediterráneo Adriático, sus islas, sus montañas, sus bosques primarios, su biodiversidad, sus ruinas, ciudades con sustratos de todas las épocas y una gente con un carácter especial, de costumbres muy diversas y en popurrí enorme de religiones, lenguas, comidas, etc...

Un placer tenerte por aquí leyendo y comentando, que tengas muy buena semana Carmela