Rabdomantes (nueve)



Allí descubrieron lo que fue un antiguo río, uno de los que alimentaba la depresión y evitaba su desecación, hasta que llegó la gran sequía. Entonces incluso el río se secó. Su lecho estaba igualmente agrietado. Uno de los márgenes lo constituía una densa mata de cañas agostadas, entre ellas, reposaban un sinfín de esqueletos, cabezas y espinas de carpas resecas, enquistadas en lo que un día fueron lodos. Aske olfateó los cadáveres con sumo interés colándose entre las cañas. Evren prefirió volverse al pueblo, adentrarse en las casas que quedaban en pie.

Eran construcciones viejas, tradicionales, levantadas con piedras y adobe. Apartó la puerta, medio caída y accedió al interior de una de ellas. Una que conservaba su techo cónico de ladrillos de barro. Desde fuera parecía un termitero, dentro una agradable temperatura sorprendió a Evren. Pasó la mano sobre las paredes alzadas con aquella mezcla de arcilla, arena y paja. Estaban frescas. Acercó todo su cuerpo hacia ellas. Reposó sus mejillas para que se refrescaran. El encarnizado calor de los llanos quedaba fuera de la construcción. Al otro lado de la puerta. Se perdía en la altura de la cúpula cónica del edificio, hasta escapar por su orificio central. Era un espacio sencillo. Apenas quedaba nada. Marcas fantasmagóricas en las paredes donde se podía adivinar que había existido una estantería, o sobre las que se apoyaba una cama. Manchas claras que revelaban que algo las había cubierto antes. Pero nada más. El mismo vacío que se respiraba en todos los pueblos abandonados de la zona.

Entró en otra tan hueca como la anterior. En un rincón descubrió un elemento brillante. Una cucharita metálica cubierta de polvo. Bufó y descubrió un mango grabado. Frotó con los dedos. Escupió en ella y volvió a frotar hasta que apareció el total del dibujo decorativo. Formas florales se enlazaban a lo largo del mango, en el extremo oval cóncavo la figura de un animal conformada por lo que parecía ser caligrafía árabe. Contempló un rato el objeto, por arriba y abajo, haciéndolo girar ante sus ojos, hasta guardarlo en un pequeño bolso que colgaba de su cinto. A mamá le gustará, pensó. Ya no existían objetos como aquellos. O bien se heredaban o se debía acudir a los mercados de anticuarios de las grandes ciudades. En ellos todavía era posible adquirir objetos artesanales del pasado. Pensó en su madre. En lo poco que sabía de ella. ¿Dónde había nacido? No podía responderse, porque no lo sabía. Apenas sabía nada de su infancia. Ni de su juventud, ni de nada que no hubiese sido una historia compartida. No hablaban de eso. El pasado de su madre era un gran vacío. Sabía que sus abuelos habitaron una de las numerosas villas que se fueron abandonando a medida que la aridez se extendía por la región, pero no en cual de ellas. Se podían contar a miles. Casi nadie hablaba de ese tema: del éxodo. De cómo tuvo lugar. De la huida masiva de la gente hacia las ciudades. Ya nadie habitaban las tierras del interior, eran un erial en todo su sentido. La vida las había abandonado. Todo el mundo buscó refugio en las grandes ciudades o en la costa. Sólo sabía que su madre, con apenas trece años, siguió a sus padres en su migración del páramo hasta la costa. Allí, junto al mar encontraron refugio. No muy lejos de donde ella vivía ahora, dejando estos paisajes y unas formas de vivir atrás. Llevándoselo todo con en su marcha. Dejando una casa vacía. Como aquellas. Poco más que cuatro paredes y un techo. Paredes con memorias capturadas en ellas. Memorias inasequibles pero que podían percibirse. Estaban allí. Por todas partes. Las sombras, las luces, los tonos en las paredes, todos eran testimonios de algo que había existido.    

Tuvo que cerrar los ojos al salir, cegada por la intensidad de la luz. Otra vez el calor. La incandescencia del sol proyectándose con virulencia sobre la tierra. Trepó sobre los escombros que bloqueaban la entrada a la mezquita, esperando encontrar en ella sombra, el frescor experimentado en las casas, pero parte de la bóveda había cedido. En su caída, el techo había arrastrado a gran parte de la estructura central, el edificio era un gran agujero con una serie de arcadas que no sostenían nada. El cielo. Y con él el sol. El calor.

El alminar seguía en pie entre los escombros. Una torre circular coronada por una caperuza cónica y un pequeño mirador exterior abalconado en la altura. Había una puerta pequeña para acceder a la torre, dentro una escalera de caracol para acceder al balcón. Evren se lo pensó un momento, dudó sobre el estado de los escalones, pero al final la curiosidad la empujó a ascender por ellos. Unos giros sobre el mismo eje y apareció en el balcón. El suelo estaba deteriorado, pisó con cuidado, asegurando cada paso. Había allí dos grandes altavoces que en otros tiempos se habían usado para difundir la llamada a la oración. Una llamada cantada que Evren desconocía completamente. Un sonido reliquia, como las palabras reliquias para describir campos fértiles que sólo los ancianos guardaban en su vocabulario, un mero registro auditivo que había escuchado en algún que otro documental. 

Su llamada pasó a formar parte de los paisajes sonoros desaparecidos, cuando se aprobó la Ley de Actos de Culto Públicos que prohibió la celebración y exhibición de todo tipo de culto religioso más allá de los templos con el fin de preservar la tranquilidad, la seguridad y la privacidad de todos los ciudadanos. Se le exigía neutralidad a todo. Nada ni nadie podía ser o sentirse agredido u ofendido. Cualquier diferencia debía quedar enclaustrada en el ámbito doméstico e individual, sin exhibirse. La tolerancia consistía en eso, en hacer a los diferentes en invisibles. En desconocerlo todo. En generar distancias entre los individuos. Lo que no se conoce no se puede odiar, alegaban los juristas que elaboraron la ley. La única manera de convivir es desconocernos, ignorar nuestras diferencias, argumentaron los que la apoyaron, los que consiguieron que se aceptase la naturalidad del “encerramiento”. Así fue como se denominó a ese experimento social que obligaba la neutralidad externa en el ámbito público. Con el tiempo lo externo conquistó lo interno. Lo que no se pudo mostrar acabó cayendo también en el olvido interno. Existían grabaciones previas al “encerramiento” en las cuales entre el sonido propio de las ciudades de antaño, con el ruido de los motores, los paso de los peatones, voces sueltas de palabras aireadas en tránsito, sonidos de cafés, de sillas, las ruedecitas de unas maletas arrastrándose, de vendedores anunciando sus ofertas, un perro ladrando en la distancia, el pitido rítmico de un semáforo o la llamada de algún teléfono móvil, entre todo eso, se oía la voz amplificada de algún imán llamando a la oración desde un minarete. En otras se oía en tañer de unas campanas. A estas grabaciones acudían principalmente historiadores y antropólogos. Las había a miles, se guardaban en ficheros digitales, en colecciones de museos y centros académicos, todos ellos bajo la categoría técnica de “Resonancias del pasado: paisajes sonoros”. Evren nunca había sentido curiosidad por esas cosas del pasado. Nacida tras el “encerramiento”  era, como la mayoría de la gente de su generación, una despegada a la historia, la familiar y la social. Un ser tibio e indiferente a lo externo, pues todo parecía redundante. Una repetición constante. Una secuencia infinita de sucesos similares, cuya máxima distracción eran las sesiones de desrealización que le permitían adentrarse en la mente de desconocidos y experimentar así las diferencias que el “encerramiento” habían limado externamente. La historia hacía años que carecía de todo prestigio social, era vista como una ciencia que tendía al conservadurismo, a adormecer la vitalidad de las sociedades, un conocimiento negativo que tendía a generar resentimiento y mala conciencia. Un refugio para los débiles. Es el arte de petrificar la vitalidad de las almas, llegó a clamar un ministro del parlamento de la Oficina. “La historia”, dijo en el mismo discurso, “es una ciencia cuya única función es pasiva, sólo se contenta con conservar el pasado, vivir de ello, sin producir nada nuevo. No queremos, ni vamos a promover algo así desde nuestro gobierno, no nos interesa como sociedad. No queremos vivir anquilosados en el pasado sino proyectarnos hacia el futuro. No vamos a subvencionar su estudio para que el pasado de los objetos nos robe el alma. La necesitamos para seguir adelante, para seguir progresando como llevamos años haciendo, desde los tiempos incluso anteriores a los del Éxodo. Siempre adelante nunca atrás”.    

Desde el balcón la vista era impresionante. El plano, el embudo del lago, los barcos oxidados, las casas derruidas: la nada. Las tierras yermas parecían más grandes, habían ganado en dimensión. El horizonte quedaba más lejos, pero invariable. El mismo color. Las mismas texturas. Todo lo otro se veía reducido. Pequeños detalles depositados aquí y allí para romper la monotonía del paisaje. Allí, acariciada por la brisa, se vio por un momento junto al mar. Respira. Respira. Llenó los pulmones cerrando los ojos, y allí en la altura del minarete, experimentó como si una gran túnica la envolviese. Como si un tejido suave y liviano cubriese su cuerpo, y su campo de visión se viese reducido, enmarcado por el paño que arropaba su cabeza y rostro. Así es como debe ver el mundo, se dijo entrecerrando los párpados. Sujetó con la mano derecha una túnica inexistente a la altura de los labios, cerrando el velo. Quizás así resulte más fácil, sin una visión ancha. Quizás el camino sea más obvio. Más marcado. Sin distracciones alrededor, sólo mirando adelante. No hay más que agachar la cabeza y seguir los pies: primero uno y luego el otro. Imaginó sus botas andando por las calles de su urbanización, descendiendo los peldaños que llevaban a la cala y hundirse ligeramente en la arena. Se sintió abrigada, vestida, enfundada en aquella gran tela blanca de la figura que tanto la inquietaba cuando se cruzaba con ella. Y creyó oír un canto, una oración casi imperceptible, en una lengua incomprensible. Canturreó en un idioma que no existía, en lo que en su imaginario sonaba a árabe y de repente distinguió a un grupo de mujeres, de figuras enfundadas en blanco caminando por el pueblo. Hablaban entre ellas, cargaban bolsas de plástico en sus manos, venían por la calle que llevaba al mercado. Un niño las seguía un par de pasos por detrás, primero saltando sobre un pie y luego cambiando al otro pie. Poco a poco fueron apareciendo más personas, hombres, vestidos de una manera indefinida, borrosa, como sus rostros, en su invención de aquel mundo, la imaginación no sabía que rasgos asignarles. Eran abstractos. Humanos abstractos de movimientos inciertos, tan siquiera sabía en aquella ficción que tareas atribuirles. ¿Qué hacía la gente entonces? ¿Qué consumían? Simplemente se movían, eran figurantes pequeños que observaba desde lo alto del minarete que iban de un lado a otro, como un reducido grupo de hormigas exploradoras. Y poco más allá, el azul del lago y los barcos pesqueros llegando arrastrando con ellos un reguero de aves que aprovechaba sus descartes. Cuando volvió a contemplar lo que pasaba abajo, al poblado, se sorprendió con una niña que la miraba fijamente. ¿Qué hace? ¿Qué mira? Entre el grupo desdibujado y ambiguo de su ficción, aquellos ojos estaban perfectamente definidos. Eran grandes y oscuros, rozando el negro. Le sostenían la mirada. ¿Qué quiere? Inspeccionándola. Examinándola. Interpelándola. ¿Qué quieres? ¿Qué miras? No me mires. Deja de mirarme. Vamos, vete. Déjalo ya. ¡Quieres dejarlo! ¡Qué lo dejes! ¡Déjalo ya! ¡Vete! Venga. Que te vayas. ¡Vete, vete, vete! 

¡Vete,vete,vete! se escuchó en el páramo. El grito se extravió enseguida en aquel vasto espacio tan vació, sólo Aske se volvió sorprendida al escuchar la voz de Evren y corrió hacia ella de vuelta al poblado ladrando. Fue entonces cuando la ficción se disipó, incluidos aquellos ojos. La mirada tan real hasta entonces se había esfumado. No quedaba nada a sus pies, el conjunto de casas derruidas y Aske ladrando. ¿Qué ha sido eso? se preguntó mientras se fregaba los ojos. Y entonces, un sobresalto inesperado: sonó la alarma del seguidor de “las pulgas”. La pantalla parpadeaba informando de un error: una pulga había dejado de emitir señal. Volvió a pitar el aparato. Otra señal se había apagado. Se extinguió una tercera y una cuarta. Oteó en dirección a la localización de las pulgas. Nada. Lo mismo de siempre, campos secos, pero de repente un minúsculo fulgor y una pulga menos en el monitor. Aske seguía ladrando al aire, instando a Evren a bajar del minarete. Dos nuevos chispazos, casi simultáneos y dos señales menos. Los sensores iban expirando, desapareciendo del monitor. ¡Mierda! La voz inquieta de Aske golpeaba los oídos. Eran ladridos intranquilos, nervudos y fibrosos. ¡Calla! gritó Evren sin dejar de observar el monitor. Un nuevo pitido entre los sonidos tendinosos de la perra. ¡Joder, joder! Instintivamente presionó la orden que detenía el rastreo, forzando a los pequeños sensores a detenerse allí donde estuviesen. Aske seguía histérica.

–¡Cállate! –Evren sonó crispada.  




4 degustaciones:

elmaquinistaciego dijo...

¡Qué tensión, Aka! Espero que el (diez) llegue pronto...
Qué desasosiego también el ver que ya estamos ahí, al borde de esa frontera invisible con ese mundo de Evren. A un paso de un nuevo vacío. Los éxodos se suceden por doquier, la desertización avanza, la tecnología y el falso progreso se abren paso con su careta de 'verdad absoluta'.
'La única manera de convivir es desconocernos'. Qué terrible que sea así como vivimos cada vez más como sociedad. No te salgas de los márgenes, no digas nada fuera de tono, y sobre todo no digas ni hagas nada que no le guste 'al gobernante'.
Qué cerquita ya de ese futuro repleto de aridez, física, ética y espiritual. Esa aridez que no quiere saber nada de la Historia, que sólo quiere ir hacia delante, sin pararse a pensar si es una carrera suicida que sólo nos llevará al aislamiento, la frustración, y el vacío existencial...
Un texto fabuloso. Avanza la historia y, aunque la sensación que deja es del todo menos apaciguante y tranquila, queremos más ;)
Y qué ha pasado con 'las pulgas' y los sensores, la mirada de la niña 'ficticia' y la vida de la madre de Evren antes de la huida... Tantas preguntas, tanto misterio por desentrañar.
Espero con ganas la continuación.

¡Otro abrazo grande y muy buena semana, Aka!

Aka dijo...

¡Qué presión! También yo espero que venga pronto el próximo. Tengo que aprovechar estos momentos para que no vayan quedando relatos así todos a medias.
Lo de la tolerancia, está resultando un poco triste, porque cada vez se habla más, pero da la sensación que en todas partes la tolerancia al final consiste en ese ignorarse el uno al otro, cuanto más leo sobre la famosas "convivencia" de las Tres culturas en la península, más obvio parece que en realidad fue una "coexistencia", al igual que lo fue en la Bosnia otomana donde musulmanes, católicos, ortodoxos y sefardíes coexistieron, o la coexistencia de griegos y turcos en sus mil fronteras y archipiélagos... parece que siempre es una minoría la que realmente hace el esfuerzo de convivir, de conocer al otro, sentarse a discutir las diferencias y compartir las muchas similitudes que tienen como humanos. Y sí, hoy, o quizás ha sido así durante mucho tiempo y los medios sólo lo hacen más evidente, esa tolerancia se extiende a todos los ámbitos, los políticos, los del aspecto, del humor, etc... y todo el mundo ofende y es ofendido, y al final todo acaba invisibilizándose. En Suecia, llevan años con el problema, porque obviamente acogieron en los últimos años muchos refugiados de Irán, kurdos, Afganistas, Iraq y ahora de Siria, y pocas cosas pueden haber más distantes que un escandinavo y alguien de esa región, pero en lugar de hablar de los problemas que existen entre las comunidades y buscar soluciones para todos, se tiende a ese "ignorar el problema" por no perjudicar a nadie, y sólo se consigue así que quien hable de ello sean los radicales por los cuales toda solución sólo pasa por cerrar fronteras y expulsar a los recién llegados... lo mismo que está pasando ahora en tantos otros lugares de Europa y EEUU, y en el mundo en general, supongo aunque no nos enteremos tanto. Y ya me enrollo otra vez :)
Me alegro que te guste la historia, creo que tengo que revisar todo el texto de arriba a abajo porque me dá la sensación que en algún lugar, en los últimos días he modificado ligeramente la voz del narrador, focalizando más la voz interna de Evren que al inicio. Tendré que ver cual me gusta o satisface más y mirar de homogeneizarla más.

Igualmente, Maquinista, ¡un abrazo y muy buena semana!

Carmela dijo...

Me resulta tan fácil imaginar esas casas de adobe, sus paredes lisas con esa rugosidad apenas perceptible pero presente, el frescor que irradian, su redondez. Me resulta entrañable que Evren recuerde a su madre al descubrir la cuchara grabada, ese pensamiento que la lleva a preguntarse acerca de quien era y como era, antes de esa vida en común, de la que no sabe nada. Un vacío tan grande como la del paisaje que la rodea día a día. Silencio y nada, es lo que conoce del pasado de su madre, y de su propio pasado por ello. Ese desconocimiento del más allá de o que ahora vive y qué tan fenomenalmente nos muestras con esa descripción de, nada de historias, nada de ideas diferentes, nada de saber de la diferencia de los otros... una desinformación brutal que es la mejor arma para "dirigir" a la gente por un único sendero y poder dominarlas. Una realidad que vivimos aunque esté camuflada en un mundo informatizado y de noticias en el mismo momento que ocurren. Nunca ha sido tan diriga la información como ahora, al menos es lo que yo creo.
Ese atisbo al interior de la mujer misteriosa, ese mirar con sus ojos a lo de afuera, le crea a Evren tanta intranquilidad como verla desde afuera. Y dónde nos llevarán los ojos casi negros de esa niña que mira??? otra puerta que nos dejas abierta de forma tan sutil y callada...eres muy bueno abriendo puertas en la imaginación de los que te leemos, de los que tenemos la suerte de leerte.
Yo creo (he leído vuestros comentarios de arriba, me gusta tanto como leer los textos :)), que la voz del narrador va surgiendo cada vez más, desde dentro de Evren, que has pasado de una voz externa que narraba y contaba desde un afuera y poco a poco nos vas hablando desde un adentro de Evren, pero solo es una apreciación de recuerdo de lo leído, tendría como bien dices que volver a leer de seguido los distintos capítulos. No me hagas mucho caso, jajaja :))

Y qué pasa con esas pulguitas que se van apagando.....??

Un placer pasear entre tus letras, Aka,

Un abrazo grande y una hermosa semana.
Besos.

Aka dijo...

Sí Carmela, esa es la impresión que me ha dado en los últimos escritos, que debo dar más voz a Evren para que se exprese el personaje directamente, algo que creo no estaba tan presente al principio y que leído de un tirón puede sonar un poco raro. Tendré que hacer hablar a Evren desde su interior desde el principio, que se oiga un poco más su voz directamente para que quede toda la historia más compensada. Muchas gracias por la apreciación :) Es un placer contar con unas lectoras tan atentas y entregadas con las que compartir escritos y lecturas :)
Hoy hay tanta información, que por saturación mucha gente se queda en nada, al no saber que fuentes son buenas y cuales no, la mayoría sigue las de los grandes medios de toda la vida, no importa cuantas denuncias estas acumulen por hacer sesgos informativos o difamar directamente, aquí y en general los grandes medios con sus intereses siguen siendo las que más consulta la gente, y el periodismo de investigación es cada vez más minoritario, por no hablar de los grandes conflictos, recuerdo que en la guerra de Yugoslavia o la primera de Iraq cuando invadió Kuwait, había cada día corresponsales en el campo informando sobre lo que pasaba, hoy cuando todo el mundo dispone de cámaras e internet, apenas llegan imágenes de Siria o Iraq, o Afganistán, o Yemen o cualquier otro conflicto del mundo, como si se ignorasen las guerras o se quisiera ignorar, supongo en parte por el resultado de las mismas que son millones de refugiados que parecen ser un problema para la sociedad que se prefiere obviar. No hablar de la guerra es no hablar de refugiados ni de las condiciones penosas a las que se les ha condenado a vivir más allá de las fronteras donde nos resultan invisibles para no afectar nuestras vidas.

Con las pulguitas, a ver que pasa, espero resolverlo pronto. A ver si puedo avanzar estos días.
Un abrazo bien fuerte Carmela