Simetría especular


El odio que sentía por él, me ha llevado a vivir escondido en el cajón de su mesita de noche. No recuerdo nuestros primeros meses de vida juntos, pero si nuestro primer encuentro al entrar en la habitación de los juegos. 
Sólo nos veíamos allí, ese era nuestro lugar de encuentro. Yo dormía en mi habitación, y él supongo que en la suya. Era imposible saber que tipo de vida llevaba cuando no estábamos juntos. Repetidas veces intenté espiar su actividad, abrir la puerta del cuarto con los juguetes silenciosamente y escudriñar por el hueco de la puerta que hacía aquel niño en mi ausencia. Pero nunca lo descubría. ¿Dónde diablos se escondía? Luego, era entrar en la sala y encontrarlo allí. No faltaba nunca. Plantado ante mí, mirándome como yo lo miraba. Repitiendo mis movimientos, burlándose de mis burlas. Podría haber sido divertido; debería haber sido divertido tener un hermano con quién compartir juegos. Pero con él todo siempre tenía que ser del revés. Yo levantaba la mano derecha para picar con la suya, y él me daba la izquierda. Corría de espaldas para que me persiguiera, y él escapaba en la dirección opuesta. Si salía persiguiéndolo, entonces corría hacia mí. No sabía jugar a nada. Cuando yo decía blanco, me respondía negro. Arriba, abajo. Y así siempre era con todo, simétrico y opuesto. Yo apretaba un tornillo y él lo aflojaba, yo cerraba la cerradura del armario y él abría la suya. Sabía como hacerme enfadar. Nuestros padres, intentaron calmarme, explicarme que aquello era de lo más natural en un reflejo. Pero allí había algo más que un simple reflejo, eran dos realidades que colisionaban, y un día me decidí a poner fin a aquel mundo especular. Le arrojé con fuerza un balón con intención de romperlo. Y así fue. El espejo que nos separaba se partió y mi mundo empezó a caer al suelo, me quebré en cientos, miles de pequeños fragmentos. Quedé despedazado, dispersado sobre la moqueta. Gritando en silencio, pues mis pulmones y mi boca no se encontraban. Sus ojos aparecieron sobre los míos y sus pequeños dedos guardaron el fragmento que contiene mi mirada en el bolsillo de su pantalón.  El resto dejó que mi madre lo desechara. Ahora vivo recluido en un diminuto fragmento, sin siquiera poder apartar mi mirada de la suya cuando me mira todo orgulloso desde su mundo que un día fue mío. 


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