Los quesos


En algún momento una chica suiza me dijo: en esta vida la edad no juega ningún papel, a menos que se sea un queso. Nunca he llegado a entender cual es el significado de dicho proverbio. Tampoco entonces; callé y asentí con un movimiento de hombros. Quizás mi incomprensión se deba a mi intolerancia cultural hacia tan preciado alimento en el continente Europeo, o por simpatía con los felinos. Ni entendí, ni sigo entendiendo la fascinación que despierta entre sus consumidores. Y quizás por ello, en ocasiones tengo la impresión que la vida y los recuerdos vinculados con ellos, han dejado una huella especial difícil de borrar.  
Curiosamente, mi primer recuerdo nítido con el mundo exterior gravita a su alrededor. Era un día de compras en compañía de mis padres por el barrio. La memoria me sitúa en el interior de una charcutería especializada en quesos. El olor es intenso, tanto que me mareo con su hedor. Contengo la respiración hasta enrojecer y creer estallar. Al final, antes de desfallecer por falta de oxígeno, mi madre me rescata y sale fuera conmigo para esperar junto a la puerta del comercio a que mi padre acabe las compras. Solo tengo cuatro años, y muchos olores y sabores por delante. En años sucesivos voy aprendiendo a identificarlos, y encapsularlos en mis recuerdos: 
Emmenthal. Agujeros que me conducen hasta una cocina. Siempre presente a la hora de cenar en casa de mis padres. Mi hermana juega a comerse sus orificios, la pequeña gatea bajo la mesa incordiando al pobre felino. Madre cocinando en los fogones, mientras padre prepara la ensalada y la mesa.

La vache qui rit. Hora de la merienda en la escuela. Una porción de pan y una temida porción cremosa. La autoridad escolar verificando su consumo. Por años odié al pobre rumiante. Cuando salía al campo, las veía secretando porciones triangulares y bufoneándose de mí.   

Mozzarella. Miradas desconocidas me juzgan en un restaurante. Vilipendio público por parte del cocinero al preguntarme a gritos como podría elaborar una pizza sin  mozzarella. Mis amigos ríen al tiempo que se acidifica mi odio hacia los productos lácteos y los cocineros italianos.

Roquefort. Un beso de sabor fuerte y picante. Una joven noche de verano de cuerpos salados. La pasión no curó bien y fermentó antes de la llegada del equinoccio de otoño. 


Camembert. Su queso preferido. Tras ingerirlo buscaba mis labios, yo evitaba los suyos y acababa persiguiéndome hasta que caíamos el uno sobre el otro. Las lenguas acababan fundiéndose y los cuerpos anudándose. Nunca dejé que faltase en nuestro frigorífico.

Emmental y gruyere. Estallan cohetes y petardos en la calle, la gente se felicita en el restaurante. El menú especial de la noche, como no podía ser de otra manera, es una fondue de quesos. Zürich celebra la llegada de un nuevo año, nosotros nuestro último año juntos. 

Feta. Ensalada griega en Uppsala. Tras un inacabable invierno ha rebrotado la primavera. Los patos fluyen por el Fyrisån que divide el casco antiguo de la ciudad. Dejo que el sol acaricie mis párpados y me evado entre conversaciones foráneas.

Quesos Prästost, Svecia y Västerbotten. Salado con notas amargas. Los años se enzarzan y caen uno tras otro entre países e idiomas desconocidos que se van asimilando. Nuevas impresiones en paisajes recónditos, desconocidos que se transforman en grandes amigos. Me encuentra una mujer y me lleva dentro de ella hasta su casa. Ascendemos un escalón tras otro. Cientos de escalones, como si pretendiésemos asaltar el cielo cada noche. Entre sus sábanas, entre sus piernas, bajo mi cuerpo. Los vínculos con el mediterráneo se van deshilachando. La cuajada interrumpida demasiadas veces por la visita de un amante acentúan el gusto amargo, y caigo de nuevo a las gélidas calles escandinavas.
Han pasado demasiados años fuera de casa. Acabo de enterrar a mi madre, y lo primero que hago es entrar en la charcutería de un barrio distorsionado por los recuerdos. No es la misma de la que un día me rescató mi madre, pero se le parece. Ellos siguen aquí, en el mostrador. Los miró por si identifico alguno, para así no comprarlo. Los recuerdos seguirán dentro de muchos años, peo hoy toca vivir algo nuevo.



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