Se atribuye a los escolásticos de la Edad Media la expresión “De gustibus et coloribus non est disputandum“, que literalmente se traduce como “sobre gustos y colores no hay disputas”. Expresión proverbial, que al igual que la más popular “sobre gustos no hay nada escrito”, hace incidencia sobre la subjetividad de los gustos personales y la inutilidad de discutir por ellos. Tirso de Molina, en su pieza teatral “El vergonzoso en palacio” publicada por primera vez en su obra miscelánea Los cigarrales de Toledo, publicada en Barcelona en 1624, dejó constancia de la subjetividad de lo bello:
Don Antonio: Y de las dos, ¿a cuál juzgáis, prima, vos, por más bella?
Doña Juana: Más se inclina mi afición a la mayor, aunque mi opinión refuta en parte el vulgo hablador; más en gustos no hay disputa, y más en cosas de amor.
Doña Juana: Más se inclina mi afición a la mayor, aunque mi opinión refuta en parte el vulgo hablador; más en gustos no hay disputa, y más en cosas de amor.
La idea que afirma que la belleza está en el ojo del espectador (subjetivismo) ha sido una de las teorías predominantes en la rama de la filosofía que aborda el campo de la estética. Sus estudiosos llevan años preguntándose: ¿Qué es lo que hace bellas las cosas?, ¿Existen patrones estéticos universales? Curiosamente el concepto “belleza” etimológicamente significa “brillar”, “aparecer”, “ser visto”, y por tanto en un principio se consideraba una cualidad de los seres y los objetos. La belleza se entendía como algo objetivo, concepto que con el tiempo se fue relativizando al admitirse la subjetividad de la experiencia estética y de la belleza. Pero, ¿es realmente subjetiva la experiencia estética?
En el mundo clásico griego se definía la belleza en función de toda una serie de propiedades como el orden, las medidas, las proporciones, el equilibrio, la luminosidad, etc., entendiéndose que unas características resultan más atractivas que otras, hasta que en el siglo XVII el gusto, el placer individual de la contemplación de la belleza, y por tanto la subjetividad, empiezan a cobrar importancia al hablar de belleza. Otra teoría ampliamente extendida, entre aquellos que estudian la belleza, sostiene que los valores estéticos dependen del marco cultural, los individuos pertenecientes a una misma cultura comparten, en lo esencial, unos gustos similares (culturalismo). El filósofo Denis Dutton, frente al subjetivismo y el culturalismo de la belleza, planteó una tesis universalista, considerando que la estética es universal, arraigada en la psicología humana como resultado de la evolución de la especie. Para Dutton, la apreciación de la belleza, en el caso de los humanos, radica en lo virtuoso, encontrando que la belleza reposa sobre las acciones o los objetos bien hechos, de manera que la selección natural habría con el tiempo moldeado el gusto del espectador hacia aquellas acciones u objetos bien hechos al ser estas cosas beneficiosas para la supervivencia. Lo virtuoso se visualizaría como bello ejerciendo atracción y aportando placer a los individuos que la contemplan. La belleza viene así determinada por lo “bien hecho”, y ejerce atracción en la medida que manifiesta las habilidades y destrezas de quien ha fabricado o ejecutado la acción.
Así pues, Dutton, en su conferencia de 2011 en TedEx titulada “A Darwinian theory of beauty“, establece, como la mayoría de los evolucionistas, una relación directa entre la selección sexual y la selección natural. Se da por asumida la importancia de la selección natural sobre la elección de la pareja a la hora de reproducirse. Ello implica, que los caracteres sexuales secundarios, que los individuos de un sexo desarrollan para atraer a los del otro sexo, son señales “honestas” vinculadas a la capacidad de supervivencia del individuo. Esta es la idea más extendida entre los biólogos: la existencia de una relación directa entre la selección sexual y la selección natural.
Por ejemplo, se considera que sólo los pavos reales más enérgicos y más saludables, son capaces de desarrollar una cola-abanico tan grande como para seducir a las hembras y anteponerse a sus competidores. De manera que las características que lo hacen bello y estético a ojos de las hembras, no son más que señales que en el fondo están demostrando su buena condición física, e indirectamente que es portador de unos genes buenos para la supervivencia, permitiendo así a las hembras a tomar decisiones a la hora del apareamiento con consecuencias adaptativas para la población.
Sin embargo, como Richard O. Prum, nos recuerda en su artículo “Aesthetic evolution by mate choice: Darwin’s really dangerous idea“, la idea de Darwin de la selección sexual, no es la de ésta como un mero subproducto de la selección natural, sino la de una fuerza distintiva, en la que las preferencias estéticas y la concepción de belleza por parte de los individuos, no tienen porque vincularse directamente con cualidades que garanticen una mayor supervivencia de los considerados “bellos”.
En la edición de Charles Darwin de The descent of man, and selection in relation to sex, de 1871, puede leerse:
Sentimiento de lo bello.– Se ha afirmado que este sentimiento era también peculiar al hombre; pero cuando vemos aves machos que despliegan ante las hembras sus plumajes de espléndidos colores, mientras que otros, que no pueden ostentar tales adornos, no hacen ninguna demostración semejante, no podemos poner en duda el hecho de que las hembras admiren la hermosura de sus compañeros. Su belleza como objeto de ornamentación no puede negarse, ya que las mismas mujeres se sirven de las plumas de las aves para su tocado. Al mismo tiempo, las dulces melodías del canto de los machos durante la época de la reproducción, son objeto de la admiración ostensible de las hembras. Porque, en efecto, si estas fuesen incapaces de apreciar los magníficos colores, los adornos y la voz de sus machos, todo el cuidado y anhelo que estos ponen en hacer gala de sus encantos, serían inútiles, lo cual no puede admitirse. (El origen del hombre. La selección natural y la sexual. Pág. 53-54 de la versión castellana publicada en 1880 por los editores Trilla y Serra en Barcelona, Imprenta de Damian Vilarnau)
En el párrafo anterior y otros a lo largo del libro, Darwin hace, una y otra vez, referencia explícita a una concepción estética de la selección sexual. Sugiere que cada especie ha desarrollado sus propios “ideales de belleza”, y que por tanto puede entenderse que los ornamentos sexuales secundarios son totalmente arbitrarios. Tienen éxito entre los individuos de una población porque son los preferidos, aquellos por los cuales los individuos han desarrollado un mayor gusto estético y consideran más bellos y por tanto deseables. En definitiva se trata de una cuestión de gustos, sin ninguna otra carga significativa.
Según Prum, los cantos, los ornamentos y las danzas de los pájaros no han evolucionado porque indiquen la presencia de unos buenos genes, sino simplemente porque los animales que los escogen se ven atraídos por ellos, les gustan esos caracteres de una manera puramente arbitraria. Dichos caracteres no son objetivamente informativos, sino subjetivamente placenteros. Al subyugar la selección sexual bajo la selección natural, estamos negando la capacidad de los animales y por lo tanto de nosotros mismos, de tener experiencias subjetivas. Desde que la evolución se coló en el mundo de la psicología, los psicologos evolucionistas han mirado de justificar todas las conductas desde un prisma evolutivo, donde todo tiene que tener sentido y poder justificarse biológicamente.
En las páginas de su reciente libro “The evolution of beauty: How Darwin’s forgotten theory of mate choice shapes the animal world – and us“, argumenta la relevancia de la experiencia subjetiva, recuperando así el concepto de belleza y de lo estético al campo de la biología y las ciencias. En ellas resalta la importancia de la arbitrariedad, sus años de estudios de comportamiento animal en aves, le han llevado a concluir que las aves escogen a unos machos con una serie de cualidades simplemente porque les gustan, por placer, no porque esas cualidades sean objetivamente informativas de otras cualidades. Desde 1982 ha estado observando el comportamiento y la evolución de unos pequeños pájaros nativos de la América tropical pertenecientes a la familia Pipridae, popularmente conocidos como saltarines, bailarines o manaquines, en los cuales los machos de las 54 especies ostentan coloridas plumas, largas colas, extravagantes reclamos o ejecutan curiosas danzas para atraer a las hembras. Para Prum, la especializada combinación de cantos, coreografías, conductas y colores, son un gran ejemplo de “radiación estética“: una muestra de 54 conceptos diferentes de belleza que han conducido a las especies hasta su morfología y aspecto actual.
La idea no es nueva, dice, un siglo atrás, el genetista Ronald Fisher ya llamó la atención sobre aquellos caracteres extremos de algunos organismos, que sólo podían explicarse por un proceso de co-evolución entre el atractivo de los mismos y su desarrollo, que al final podían llevar a las especies a un camino sin salida elaborando unos caracteres que lejos de mejorar su supervivencia la dificultaban. Pero al igual que Darwin, su idea fue mayoritariamente ignorada.
Desde un principio Darwin remarcó la importancia de la selección sexual como algo al margen de la selección natural, donde la estética y el deseo subjetivo jugaban un papel importante, donde las hembras eran las que escogían y por tanto podían actuar como importantes agentes evolutivos. No sorprende que la idea no gustase ni cuajase entre sus contemporáneos en la patriarcal Inglaterra Victoriana. Fue Alfred Russel Wallace, quien contribuyó con Darwin en la definición de selección natural, quien convenció a Darwin de que la selección sexual debía estar subyugada y relacionada con la selección natural. Sus convicciones religiosas y sociales de la época, así como su concepción de que la selección natural era suficiente para explicar el proceso evolutivo, condujeron a que al final se aceptase que la selección sexual estaba estrechamente ligada a la selección natural, como un mero producto de la misma. Dos procesos con resultados iguales, como dejaría constancia en su libro Natural selection and tropical nature (1895):
“…si existe una correlación entre los ornamentos y la salud, vigorosidad o mejores cualidades para sobrevivir, entonces la selección sexual del color o del ornamento, de lo cual hay pocas evidencias, resulta innecesaria, porque la selección natural, la cual se admite como la “vera causa”, produce por si misma los mismos resultados… La selección sexual es así innecesaria al resultar totalmente inefectiva.” [pp. 378–379]
La influencia de Wallace ha llegado hasta el día de hoy. Para Prum, el rechazo general de la selección sexual como algo diferente, no es meramente científica, sino que tienen unas profundas connotaciones sociales y filosóficas, en las que el placer y la experiencia subjetiva del mismo, se dejan fuera de la ecuación si no es para encajar en el concepto de la selección natural. Se trata de una visión “higiénica”, ética y moral, donde el placer no puede ser subjetivo, debe tener una razón de ser. Un temor a que las preferencias femeninas sean potenciales agentes de cambio, donde su autonomía sexual, lleve a elecciones puramente estéticas actuando así como una fuerza evolutiva más que puede generar belleza sin utilidad y funcionalidad alguna.
Como Prum dice “Si mencionas algo relativo a ciencia feminista, recibes inmediatamente una serie de comentarios negativos, pero la idea detrás del libro no es la de acomodar la ciencia con los principios feministas. Es más bien el descubrir conceptos feministas dentro de la propia biología“. La libre elección no es una mera ideología, emerge de la evolución, y al mismo tiempo se convierte en un moldeador de la propia evolución. Así pues podríamos deducir que Prum se adhiere al subjetivismo que defienden los filósofos que se dedican al estudio de la estética y la belleza: la belleza está en el ojo del espectador. Y esa belleza subjetiva es un una importante pieza de los mecanismos evolutivos que van moldeando los organismos.