Cu4tro



          Son cu4tro las paredes
              [una
                    do2
                 tr3s
                    cu4tro]
          Cu4tro las que me retienen
          Del tiempo han hecho aceite
          Otean dos de ellas el horizonte
          Una se abre,
          la otra contiene
          Me hacen compañía
          Duermo,
                       como,
                  sueño en ellas
          Soy su mirada

unos vecinos entran en el portal, fuera queda la anciana, la vecina demente, la única que habla en un vecindario de mudos que practican la sordera y aspiran a ser ciegos. Permanece un rato sentada en su chandal de colores, en una de las mesas del jardín, sus posaderas, huesudas y erosionadas, son las únicas que doblan las maderas de ese banco en cuanto llega la primavera. Chaqueta de plumones fucsia, manoplas y gorro anclado en las cejas. La Tierra ha superado el ecuador del mes de abril en su trayectoria alrededor del sol pero aquí sigue haciendo frío. Ayer nevó. Fui testigo del desgranamiento del cielo desde mis cu4tro paredes. Antes de ayer también lo hizo. Las ventanas proyectaron la luz cribada por los nimbos en la habitación. En algún lugar algo arde y aquí caen sus cenizas columpiándose de lado a lado. La vecina abandona el banco en el jardín y renqueando alcanza su portal. Aparece tras ella una liebre de orejas blancas. Da cinco pasos y se detiene, con la cabeza gacha y las ojeas pegadas a la espalda, restriega el hocico contra la hierba que se lleva a la boca. Cuatro pasos más y vuelve a detenerse. Sus incisivos siegan el verde mar, sus mejillas se agitan velozmente hasta que sale corriendo. Otro vecino, uno de los sordos y mudos, sale cargando una bolsa de basura, la arroja en el contenedor de reciclaje que le corresponde y desaparece, como la liebre, calle abajo. Es de los que se esconden tras la puerta, resguardado tras sus cu4tro paredes, paredes como las mías, de madera que cruje. Un día, al entrar en el portal, oí que su puerta se abría para inmediatamente cerrarse, subí por las escaleras y no me crucé con nadie, seguí subiendo hasta mi puerta, la que da acceso a mis cu4tro paredes, pero en lugar de entrar en ellas, abrí y cerré de un portazo permaneciendo en el rellano de las escaleras. No pasaron ni diez segundos que su puerta volvió a abrirse, salió y bajó las escaleras hasta perderse en el exterior.

Aquí todos hablamos y escuchamos a nuestras paredes, son una extensión de nuestros sentidos. Sus quejidos y sonidos nos alertan, nos avisan de la presencia de los otros, de sus actividades y evitan los encuentros inesperados. No soy su prisionero sino su huésped, quien anda descalzo sobre su entarimado de madera de tablas paralelas. Las conozco todas ellas, por las formas de los anillos de los árboles que fueron, por su aspereza o suavidad, por las cicatrices del arrastrar de muebles y por el sonido inconfundible de cada una de ellas a mis pies. El edifico entero habla para que los que lo habitamos callemos. Nos auscultamos los unos a los otros. Cada puerta suena distinta, cada vecino tiene un trato distinto con ellas; los hay que las atormentan de un golpe, los que las acompañan suavemente en su recorrido, los que salen y entran con vitalidad, los que se encierran o se asoman sigilosamente, con timidez escurriéndose escalas abajo. Los que suben los peldaños de dos en dos, los que pisan con fuerza, los que bajan de puntillas, los que arrastran los pies, los que saltan escalones en su descenso, los que se detienen a media subida a deshacerse el lazo de los zapatos, los que se desprenden de ellos antes de alcanzar su puerta, los que los arrojan contra la pared justo cruzar el umbral de casa, los que los dejan caer como pájaros muertos sobre el entablado o los que los confinan delicada y ordenadamente sobre sus zapateros en un sonido sordo casi imperceptible. No nos hablamos pero nos escuchamos, en la noche y el día. Sabemos cuando hay invitados: oímos voces nuevas, no familiares. Nuevos timbres. Cuando se bebe, pues el alcohol erradica las voces susurradas y pare risas, o cuando se bebe en exceso y aborta la alegría por los gritos que preceden a los llantos. Lagrimean y suspiran las paredes por las noches, rezuma a través de sus entablados empapelados la vida que pretendemos velar.      

          Son cu4tro las paredes
                   [una
                        dos 
                            tres
                     cu4tro]
         Cu4tro las que me retienen
         Las que me protegen
         Del tiempo han hecho aceite
         Del tiempo guardan polvo
         Soy parte del polvo
         Un simbionte más del organismo que conforma el edificio
         Uno destilado por su arquitectura






7 degustaciones:

Carmela dijo...

Me parece increíble lo que pueden albergar esas cuatro paredes. Paredes que como bien dices nos cobijan o nos encierran. Paredes que cobijan igualmente a sordos y vivos. Paredes que se hacen piel o paredes que supuran.
Estoy segura que tus cu4tro paredes te reconocen y cobija.
Un beso, Aka.

el maquinista ciego dijo...

Cuánta verdad en este texto, y qué triste reconocerse por momentos en él, (dependiendo del vecinx en cuestión) tantas veces deseando no cruzarse con alguien en esas escaleras...
Qué curioso cómo todos trazamos esos mapas imaginarios de las otras vidas y cómo uno al principio, cuando empieza a habitar una casa, intenta que no le oigan y que 'no le sigan'; después, ya nos vamos rindiendo a la 'familiaridad' y nos da todo un poco igual. Parece como si el tiempo fortaleciese esas paredes, y también que el conocer a los otros nos dé una pequeña licencia también para poder ser más nosotros, y beber, reír, llorar, cantar... Reconozco que aún sigo eligiendo dónde cantar en mi propia casa en función de quién esté más cerca del otro lado ;)

Y con tu permiso voy a 'coger prestado' este maravilloso verso: "En algún lugar algo arde y aquí caen sus cenizas columpiándose de lado a lado." Se me quedó (en el buen sentido) atravesado.

Feliz semana, Aka y también a ti Carmela, y que esas paredes os cobijen, siempre.

Carmela dijo...

Gracias Maquinista, y un beso.
Otro beso Aka

Aka dijo...

Un beso Carmela, cierto que estas cuatro paredes cobijan, aunque también cautivan, pero de escoger, prefiero los mares abiertos que pueblan tu blog, donde puede uno casi percibir la brisa mediterránea cabalgando sobre las olas de la playa... :)
Beso y feliz semana!

Aka dijo...

Cierto Maquinista que con el tiempo las paredes parecen engrosar y nos sentimos más seguros, hasta que... escuchas al vecinx un día y caes en la cuenta de tu exposición a través de la suya. O quizás yo sea extremadamente quisquilloso con ello, o simplemente llevo demasiado tiempo en Suecia y me he vuelto más sensible a los ruidos debido al silencio que aquí se respira y las raras veces que la gente grita o habla en voz alta... cuando vivía en Barcelona, oía la televisión del vecino tres pisos más abajo, que estaba medio sordo, a través del patio, la guitarra de la vecina en la terraza, y los gritos de los niños y todo ese barullo me otorgaba libertad. El silencio, el excesivo orden, si bien se agradece a ratos, enclaustra también el alma al tener que restringirse a sus límites para no quebrar su armonía.

Gracias por tomar prestada la frase, todo un halago :)
Feliz semana a ti también,
Abrazo

elmaquinistaciego dijo...

Sí, el silencio se agradece muchas veces, pero hay algo oscuro y triste, como de agujero negro en ello que también creo que nos va secando un poco por dentro...
El último mes lo pasé por motivos profesionales en un pueblo de la costa en el sur de Galicia y fue un cambio maravilloso. El humor de la gente es completamente diferente (y mira que sólo era una hora y media de coche de donde vivo...), y fue como revivir. A mí me gusta mucho estar sola, pero también necesito esa vida de pueblo alegre, donde la gente te sonríe y te habla aunque no te conozca de nada, se dice buenos días o buenas tardes al entrar en cualquier sitio, esas pequeñas cosas... Viví allí todo el mes, y se me hizo dura la vuelta... me toca acostumbrarme otra vez a no saludar a los extraños, aunque algún hola se me escapa ;)
Me alegra que me dejes tomar la frase prestada, lo hice incluso antes de tener confirmación jejeje.
Bicos!

Aka dijo...

Ojalá ese inercia de decir "hola" a los extraños perdure, yo no lo he conseguido nunca, y aunque me lo he propuesto varias veces, al final la falta de respuesta y poco empatía acaba haciendo que uno sucumba al silencio reinante y se integre en el sistema autónomo de ignorar al otro. Los pueblos como el que describen son deliciosos pero en ocasiones en ellos luego me he sentido un forastero eterno y siempre envuelto de ojos... que complicado somos, o soy yo al menos, al que cuesta encontrar ese lugar con ese punto exacto de vida social que sueño :)
Besos