Rabdomantes (seis)



A Aske le encantaba ser cepillada. Tumbada en el patio, junto al pequeño huerto con los dos árboles, en una mancha luminosa producida por el sol del atardecer, exponía su lomo arqueado, levantando el trasero, para que Evren centrase en esa zona el paso de las púas. Cuando había quedado satisfecha con el raspado en esa zona se giraba sobre su espalda, rindiéndose con las cuatro patas en alto, ofreciendo su fornido pecho al cepillo. El millar de micro-robots yacían en la parcela de luz, atrapando energía solar en una de sus alas que llevaban instaladas a modo de paneles solares. 

Evren se aplicaba en la limpieza de Aske. Deshacía los nudos de su pelaje y retiraba los restos de espigas. Examinaba minuciosamente entre los dedos que no tuviese ninguna herida, que se le hubiese clavado alguna estructura vegetal que pudiese causar una nueva infección. La perra se dejaba hacer pacientemente. No había palabras entre ellas. Evren no las necesitaba. El contacto, la presencia de una y otra lo abarcaba todo. Era el mejor y el único de los posibles lenguajes entre ellas. El rascado en la parte posterior de las orejas era la señal de que la sesión se daba por finalizada. Entonces Aske se levantó, se sacudió, emitió un estornudo de lo más humano y salió corriendo en busca de Yady, la madre de Evren, de quien esperaba que le hiciese entrega de una buena porción de comida. Evren se dirigió a su habitación a finalizar su informe del día para la Oficina.

–Espera Aske, ahora no puedo –Yady andaba ocupada removiendo las cebollas y las guindillas que se freían en la olla–. ¡Köle! –aguardó un momento– ¡Köle! ¿Puedes venir un momento?

Al poco apareció Köle. Era un androide asistente, un modelo sencillo, lejos de la sofisticación y apariencia humana que se le había concedido a los primeros autómatas. La creación de robots con aspecto de hombre o mujer, había sido debatida por teólogos y sociólogos durante años con opiniones contradictorias, unos a favor, otros en contra. Los diseñadores, al margen de los conflictos éticos y morales, optaron por la similitud, por el afán de copiar, bien por falta de poder imaginar nuevas formas o por el antropocentrismo reinante que consideraba a los humanos la forma triunfante de la naturaleza. La que la selección natural había llevado hasta su perfección. Sin embargo pronto descubrieron que el aspecto físico limitaba las posibilidades de los propios autómatas. Que un robot humaniforme sólo podía hacer las mismas cosas que un humano. Mejor, más deprisa, con menos fallos, pero lo mismo en el fondo. Aún así, como sucede siempre, no fueron ni los teólogos, ni los sociólogos, ni los psicólogos, ni los diseñadores, quienes marcaron las pautas, sino esa entidad imprecisa que desde hace años se denominaba, “el mercado”. La demanda. El dinero. Las ventas. Los beneficios acabaron moldeando el aspecto de los robots que convivían con las personas. Los más antropomorfos habían generado cierta repudia entre la población, una reacción negativa que había forzado a los fabricantes a prescindir en la mayoría de los casos de los rasgos humanoides.  

A Köle lo componía un esqueleto y músculos artificiales azulados, sin artificios ni pieles sintéticas que escondiesen su naturaleza mecánica. Su anatomía se había inspirado en la de los grandes primates, con capacidad para desplazarse tanto sobre sus cuatro extremidades, gozando así de una mayor estabilidad, como para erguirse sobre dos patas cuando las tareas lo requerían, liberando así sus manos para desarrollar todo tipo de tareas domésticas. Su cabeza era cónica, un enorme ojo-cámara central azulado, que monopolizaba todo su rostro. Carecía de expresión alguna y de lenguaje corporal. Su voz, era de un timbre metálico cálido. Inalterable, siempre apacible.

En cuanto Aske lo vio entrar por la puerta se lanzó a dar vueltas a su alrededor, a cuatro patas era casi tan alto como ella. Köle miró, analizó la escena y, sin esperar orden alguna, se dirigió a la alacena donde guardaban el pienso de Aske, llenando con ello su plato. La perra olisqueó el cuenco. Miró al androide y meneó, casi imperceptiblemente, la cola. Finalmente se abalanzó sobre la comida. Köle, viendo que el cuenco del agua andaba casi vacío lo rellenó bajo el grifo y lo dispuso junto al de la comida. Aske levantó el morro de la comida y miro brevemente a Köle. Los ojos claros de la perra se cruzaron con el azul fulgente de la lente del androide. Fue un momento, un acto fugaz de comunicación entre ambos. Luego, pasó la lengua sobre sus bigotes y volvió al pienso. 

–¿Puedo ayudar en algo? –preguntó dirigiéndose hacia Yady, quien seguía pendiente del sofrito.

Primero, la anciana despachó al robot con un gesto pausado de mano, un par de golpecitos al aire como quien espanta a una mosca, pero cuando éste se disponía a retirarse, lo detuvo.

–¡Espera! Podrías acercarte un momento a la playa y, si encuentras, traer algunas algas.
–¿Cuántas necesita?
–¿Cuántas? No sé cuántas. Las que puedas. Trae un buen puñado. Al freírse quedan en nada. 
–Entendido.

Köle salió al patio. En el rincón donde la madre de Evren guardaba los utensilios para cuidar el huerto encontró un cubo de plástico rojo. Se lo enganchó en la espalda y caminando a cuatro patas salió a la calle. Aske lo vio pasar, dejó de prestar atención a la comida y miró con sus ojos bien abiertos a Yady. La mujer seguía de espaldas, removiendo las cebollas para evitar que estas se quemasen, las cocía poco a poco para que caramelizasen. Aske lanzó un ladrido. Cuando consiguió que la mirase, movió el rabo enérgicamente y dio un giro sobre sí misma. “Ves si quieres”. Antes de acabar la frase Aske corría tras Köle.

**********

Evren escribió la conclusión del informe: “No hay agua en el cuadrante 37.206101:32.573999”. La sentencia iba precedida de otra donde se especificaba en función de los datos recopilados por las pulgas, la probabilidad de encontrar agua. La conclusión debía ser binaria: “Si hay” o “No hay”, siendo la misma la mayor responsabilidad del agente rabdomante enviado a la sección, al cual sin embargo se le exigía adjuntar todos los datos en bruto para ser incluidos en la base de datos. Releyó la decisión tomada y presionó la tecla de “expedir”. Tanto el informe como los parámetros recogidos en el campo fueron remitidos a la Oficina. Se echó atrás, acomodándose sobre el respaldo de la silla. 
“Recibido” decía el monitor.
Le llegó el aroma dulzón de la cebolla caramelizada desde la cocina y cayó en la cuenta que apenas había comido en todo el día. La tripa se hizo saber. Más allá de su conciencia, el sistema digestivo se había activado, transmitiendo señales, puras sensaciones. Recorrió el pasillo guiada por el olor. Se detuvo junto al marco de la puerta.

Su anciana madre seguía de espaldas concentrada en el sofrito. Al verla, le vino a la cabeza la imagen de un cardo seco. Un cuerpo áspero y agreste, al mismo tiempo que delicadamente quebradizo. Espinoso y delicado, capaz de ser doblegado por un golpe de viento. Permaneció allí un rato, mirándola cocinar. De pequeña había pasado horas sentada en un taburete apreciando la espalda de su madre, mientras aguardaba la cena entretenida con su consola. La estampa difería poco de la de su memoria. La luz, los olores, esas cosas no habían cambiado, pero las sensaciones no eran las mismas. El tiempo confería a un escenario idéntico una perspectiva diferente.
Miró el cuenco de Aske. Quedaba comida. Dirigió una mirada a lo largo del pasillo que llevaba al patio. No vio nada, ningún movimiento. Se aclaró la garganta y entró en la cocina.

–¿Y Aske?
–Ah, ¿ya estás aquí? –preguntó Yady volviéndose momentáneamente–. Ha bajado a la playa con Köle hace un rato. Lo he mandado a buscar unas algas para la cena. Será muy inteligente, pero eficiente, recolectando algas, no mucho…
–Le falta práctica mama, eso es todo. Lleva su tiempo aprender donde crecen. En cuanto tenga más datos y experiencia ya verás como gana en eficacia.
–Si tu lo dices. ¿Me acercas un bote de tomate?
–¿Dónde los guardas, aquí?
La madre miró el armario que Evren estaba apunto de abrir.
–No, en el otro.
La estantería superior estaba atestada de tarros de cristal, muchos de ellos con tomate, triturado y preservado en aceite aromatizado con diferentes hierbas. Otros contenían pimientos rojos laminados, otros berenjenas, otros corazones de alcachofas y otros tipos de cardos, todos ellos debidamente etiquetados con su contenido y fecha de elaboración. Las mismas etiquetas y la misma letra meticulosa que su madre empleaba en esos casos desde que tenía memoria. La grafía algo trémula, pero la misma. Los mismos detalles al cerrar las letras, en sus uniones y en los números arábigos que los databan. Cogió uno y lo dejó sobre la cocina. Al alcance de su madre.
–¿Me lo abres?
Lo abrió y lo dejó en el mismo sitio. La anciana vertió su contenido en la olla. Su contenido se revolvió ante la intromisión de aquel nuevo elemento. Fue un quejido instantáneo. Algo breve. Un burbujeo que liberó un nuevo aroma, uno ligeramente ácido combinado con la intensidad del laurel. La esencia de un hogar. La madre siguió dando vueltas al contenido con el cucharón.

–¿Puedes salir fuera y decirle a Köle que traiga lo que tenga?





2 degustaciones:

elmaquinistaciego dijo...

Hola, Aka,

ay esta Aske, nuestra Aske ya. ¿Cómo no adorarla? Esta Aske rascada y viva, sobre todo viva, y más en medio de este mundo...
Los robots con apariencia humana dan repelús, y supongo que también nos hacen sentir cosas que no nos gustan. Por un lado, nos hacen sentir culpables, como si tuviéramos esclavos -lo cual puede ser práctico y cómodo, pero éticamente deplorable- y por otro, temerosos de que en algún momento -como cualquier esclavo- se vuelvan en nuestra contra. Puede que diga esto como resultado de la influencia que tuvo en mi vida Blade Runner, pero nunca lo sabré jejeje (por favor, no he visto la nueva, no me contéis nada importante ;)
El laurel, ese elemento que siempre -al menos a mí- nos recuerda al hogar, a la madre y su cocina. En mi casa ha sido siempre muy importante, y ha estado muy presente el 'vete a por una rama de laurel', y salir al fresco a cogerla del árbol...
Se me ha quedado pegada la frase 'El tiempo confería a un escenario idéntico una perspectiva diferente'. El caso es que he empezado un nuevo trabajo y vivo fuera de lunes a viernes. Lo que sucede es que la mitad del camino es el recorrido que hacía hace dos años cuando también hubo un cambio importante en mi vida. Y desde hace unos días anoto aquellas cosas que en su día me llamaban poderosamente la atención, qué significaron entonces -o qué recuerdo que significaban- y qué significan ahora, cómo las veo. En su momento me hicieron reflexionar mucho, o simplemente fueron cosas hermosas que ver por el camino, y ahora cumplen otra función en mi vida (las aves rapaces -que me recuerdan mi propia fuerza-, los caballos -que siempre me ablandan el corazón y me hacen sonreír-, la ropa tendida en medio de un prado y detrás la inmensa planicie llena de matorrales hasta donde alcanza la vista, las calabazas más grandes del mundo, una pared de una casa cubierta con una especie de plástico que imita la uralita y que tiene una esquina doblada desde sabe dios cuándo...el bosque de abedules que asemeja raíces, dendritas, conexiones neuronales y un sinfín de cosas que me hacen sentir y pensar que soy parte de algo inmenso y hermoso...

Enn finn... sigo buscando agua con tus Rabdomantes. Gracias por ser tan constante en el relato ;)
Un abrazo enorme y buen comienzo de semana!

Aka dijo...

Yo también me he enamorado de Aske, representa lo más vivo.
Lo de los robots con forma humanoide me parece algo horrible, sobre todo el hecho de tenerlos como servicio, creo que de ahí su rechazo (por lo que he leído en algunas revistas) cuando son demasiado iguales, supongo que mucha gente se siente mal "esclavizando" algo que se parece tanto a uno mismo. Un mecanismo, con la misma inteligencia, supongo que hace más llevadera nuestra extraña moral. No dejamos de ser animales gobernados por el subconsciente y los instintos, por mucho que queramos imponer la razón. De Blade Runner no te puedo decir nada, porque no la he visto... pero volví a ver la primera hace pocos días para ponerme al día, a ver si consigo ver la nueva :)
El laurel si que es ese condimento algo "mágico" de otros tiempo, quizás de cuando se cocinaba y se comía con más tiempo, pues se pone sobre todo en platos que requieren de cocción... hoy ya no se entretiene la gente tanto en cocinar, por diferentes razones. Es uno de los aromas de mi infancia también, pero yo no tenía la suerte de poder salir a buscarlo al fresco :)
Que bonito el paisaje que describes y lo que despierta en ti el pasar por estos nuevos-viejos sitios. Casi he visto esos huertos con enormes calabazas, muros de piedra, caballos sueltos, halcones y otros pájaros sobre todos ellos... y todo tan verde, o suena tan verde (a pesar de la sequía que leo que tenéis por allí este año). Me alegro de que te sientas tan bien en esas hermosas tierras y esas maravillosas criaturas (de dos, cuatro o seis piernas).

Gracias por leer,
Un abrazo bien fuerte y buena semana!