Lee al hombre que pinta


Idoli – Malena


Miente, miente
miente que algo quedará,
cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá. 
Joseph Goebbels



El charco entre las tomateras, el espejo donde cabe un mundo.
Un mundo por el cual transitan devoradores de bulbos de mentiras, los que brotan y brotan con cada nueva primavera. El huerto, donde la muerte zascandilea en calzones por los callejones sin disimulo, sin vergüenzas que ocultar. "¡Que se marchiten sus huesos!", le grita un viejo arrugado y de cara ceniza. Desoyendo las injurias ella sigue matando horas –para hacerse con otro cliente–, zurciendo una mantilla incasable sentada en un portal que puede ser el portal de todas las casas. El porche de la humanidad. El vestíbulo a la casa de los huesos, la de las cortinas danzantes. Aquí los rostros de la hambruna enmarcados se asoman al exterior a través de sus ventanales. Cada parto que tiene lugar entre sus muros trae al mundo gemelos: el humano y sus miedos. 

Junto a su puerta, sentado un chucho hecho de huesos. Su expresión derrotada cosida directamente sobre la calavera, sus iris más negros que la noche sin luna.

–Visita al hombre que pinta infancias en esta ciudad de hombres de ceniza, y lee sus poemas en voz alta –me recomienda el destartalado jamelgo–. Al hacerlo las palabras serán suyas pero el canto será tuyo. Heredarás su lengua. Escucharás su historia, la de sus carnes que acorazan su alma, sus guerras continuas con sus intestinos. Las palabras que quieren con todas sus fuerzas exorcizar al miedo. Una desesperación en soga. Palabras escritas que nacieron para contar esa historia que esconde. Que lleva años sin comer y sin dejar comer a las otras. Palabras que buscan abrir agujeros en el cielo con la esperanza de que algo se desprenda del mismo. Una horca quizás que ahorque lo ordinario. Algo vertiginosos y acelerado cuyo impacto ensordezca las bocas en luto que todo lo rodean. Algo que haga temblar a los temerosos comedores de bulbos de mentiras que enterraron la verdad de las palabras. Cuyas miradas y enjutados rostros, zis-zas, censuran del jardín letras incómodas. Letras pequeñas, letras modestas, letras molestas. Solo a quien pinta infancias debes escuchar. Escuchar atentamente. Debes cantar sus letras para descifrar la historia que enclava sus otras historias. Canta sus letras. No las dejes morir. No pueden morir. ¿Si no quién cantará la esperanza? 





1 degustaciones:

Anónimo dijo...

En la infancia queda toda la inocencia, y la inocencia es esperanza... un don precioso que perdemos los hombres adultos con bocas de luto.Tal vez seas tú el tipo que pinta infancias... Un abrazo.